Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

jueves, 27 de mayo de 2010

Entre chivos y turcos

La población española el uno de enero de este año ascendía a casi 47 millones de habitantes, de los cuales 5,7 millones, el doce por ciento eran extranjeros. La cifra de inmigrantes en nuestro país ha aumentado notablemente y así España ha pasado de ser un país netamente emigrante, primero hacia las Américas en busca de fortuna y tierras ricas, y después obligado por el franquismo y el hambre, a tener la inmigración actual. El verdadero boom de la misma se ha dado en los últimos diez años en los que se ha multiplicado por seis la población extranjera, pasando de los 900.000 a los 5,7 millones.

En este periodo de expansión económica, especialmente basada en el sector inmobiliario, la mayoría de esos inmigrantes ocupaban los trabajos que no eran interesantes para los españoles. Exactamente lo mismo que hicieron la mayor parte de los dignos inmigrantes españoles, aunque ahora no lo recordemos y parezca que todos esos extranjeros que vienen aquí es para quitarnos nuestros trabajos.

Por nacionalidades, los foráneos más presentes en España son rumanos (829.000) y marroquíes (746.000), el 14,5 y el 13,1 por ciento respectivamente. Les siguen ecuatorianos, británicos, colombianos y bolivianos, con porcentajes que oscilan entre el tres y el siete por ciento, y hay otras catorce nacionalidades que superan el uno por ciento. Los turcos ni aparecen.

El gobierno de Zapatero, en sus divagaciones y bandazos, ha decidido dar un aire exótico a tres millones de funcionarios y les ha convertido en turcos, para en su cruzada contra la crisis cortar sus cabezas. La Real Academia de la Lengua define “cabeza de turco” como persona a quien se achacan todas las culpas para eximir a otras. Precisamente la palabra se ha ganado esta acepción por la tradición histórica del merito que daban los cristianos a matar a un turco en las cruzadas y cortar y exhibir su cabeza para culparla de todos los males.

El cruzado Zapatero ha adoptado la actitud más fácil y cobarde, además de incumplir lo ya firmado, y ha exhibido la cabeza de tres millones de funcionarios recortándoles el salario una media del cinco por ciento para calmar a los mercados internacionales. Este sacrificio de inocentes también les convierte en chivos expiatorios de un mal que ellos no han provocado para calmar a los dioses del capitalismo.

Turcos o chivos, junto a los jubilados, han sido elegidos para ello por las hordas socialistas, aunque ahora digan que van a subir los impuestos a los más ricos, eso sí, dentro de unas semanas para que, si queda alguno que aún no lo ha hecho, pueden poner a salvo sus fortunas. También dicen que ellos se van a bajar un quince por ciento sus salarios, pero ni siquiera mencionan sus dietas, visas, coches, asistentes y demás prebendas. Eso parece intocable, como los beneficios de las grandes empresas y bancos. Pero dentro de este pusilánime acto de pagar menos a los más débiles y controlados, para quienes definen su política como social y progresista, la medida se ensaña mucho más con los funcionarios.

La pérdida de poder adquisitivo de este colectivo en la última década, precisamente la más productiva para el resto de sectores, y en la que mucho de ellos incrementaron sus ingresos notablemente, ha disminuido más del doce por ciento con respecto al encarecimiento de la vida. Si nos remontamos a 1982, la cifra supera el 42 por ciento. Queda patente su sangría extra, incluso con respecto a los jubilados. Y esa inquina añadida también se extiende al resto de la sociedad, y, como en el caso de los inmigrantes, se les tiende a hacer culpables de todo en épocas de crisis. Durante los periodos de vacas gordas y grandes ganancias, son casi invisibles, ya que interesan mucho menos los trabajos que ocupan ambos, unos por ser labores desagradables o mal pagadas, y los otros por la cicatería de sus salarios, ya que prácticamente en cualquier actividad privada por desempeñar la misma tarea se acostumbra a ganar más y, sobre todo, con dinero menos controlado. En cualquier caso, inmigrantes y funcionarios son demonizados cuando escasea el trabajo y se convierten en chivos expiatorios o en cabezas de turco.

A los jubilados se les tiene más respeto. El motivo es evidente: tarde o temprano, todos o casi todos acabamos siendo pensionistas y sería ilógico no defender unos derechos que van a ser los tuyos propios en algún momento.

Sin embargo funcionarios no lo pueden ser todos, no por imposibilidad de serlo, sino porque hay un número de plazas limitado, y de ahí que sea más sencillo atacarlos.

Pero son ataques infundados e irreflexivos. La principal acusación parece ser la seguridad de su puesto de trabajo. Eso es tan absurdo como criticar a cualquier colectivo simplemente por el hecho de serlo. Aunque en todos los aspectos y profesiones de la vida hay personas deshonestas, también en el funcionariado las hay, pero la mayor parte de este colectivo cumple con su trabajo, y gracias a ello la Administración puede funcionar en todas sus vertientes: sanidad, educación, seguridad, …

Retomando la hostilidad que suelen generar los funcionarios en épocas de crisis por tener un sueldo garantizado, quienes realizan esas críticas, como quienes acusan a los inmigrantes de quitarles el trabajo, tal vez deberían mirarse a si mismos y entender y aceptar que fue su propia opción de no dedicarse a trabajar en la administración, o en empleo de turno que ocupe el extranjero vilipendiado el origen de ese recelo. Es una postura muy cómoda. Cuando todo va bien, el trabajo digno y bien remunerado para mi y el resto para los demás, que se jodan si ganan poco. Si las cosas van mal, hay que repartir el trabajo, y no es justo que haya quien tenga un empleo fijo, aunque se haya preparado y luchado para ello. Esa actitud poco sana se repite ante cualquier colectivo con ciertos privilegios. Cuando se supo lo que cobraban los controladores aéreos, hasta el ministro de Fomento, José Blanco, quiso echarlos a la arena de la crítica y el desprestigio sociales. En realidad, si ganaban esos sueldos es por qué alguien se lo pagaba y lo habían logrado lícitamente y con su preparación. Sigue pareciéndome más lamentable que los políticos cobren lo que cobran, y son ellos mismos quienes deciden sus salarios y prebendas.

La aversión de este país por los funcionarios proviene de un pasado no demasiado glorioso en el que, para subsistir, debían cobrar a los administrados por sus servicios. Como en tantas otras cosas, cuarenta años de franquismo pauperizaron su situación, además de colocar en estos cargos a muchos de sus adeptos, lo que generó una administración torpe, kafkiana, prepotente y desagradable. Afortunadamente las cosas han cambiado en las relaciones con la administración y la mayoría de los funcionarios no son así, aunque queden algunos, pero a pesar de ello se mantiene cierto recelo hacia el funcionariado en general, y en muchas ocasiones por aquellos de ideologías no demasiado alejadas a las de aquellos tristes cuarenta años.

Ser funcionario tiene la ventaja de tener un salario garantizado, ahora ya no tanto, puesto que nuestros dirigentes han demostrado que pueden hacer lo que quieran con los sueldos y derechos de aquellos que trabajan para la administración. A partir de ahí, las ventajas no lo son tanto, y más bien exige bastantes esfuerzos y renuncias.

Partiendo de la base irrefutable de que todos los españoles mayores de edad y no inhabilitados para ello pueden presentarse para tratar de ocupar una plaza de empleo público dentro de su formación. Hacerlo es cuestión de voluntad y hasta quienes lo critican podrían haberlo sido. Su opción fue no serlo, pero no por eso pueden demonizar a un colectivo que adquirió un puesto de trabajo legal y transparente en sus derechos y obligaciones.

Para adquirir la condición de funcionario, en la mayor parte de los casos, hay que pasar unas oposiciones, con el esfuerzo y preparación que requiere. Después tendrás tu puesto de trabajo para siempre, a no ser que incumplas de manera muy grave tus obligaciones. Eso conlleva tener unos derechos, entre ellos los pecuniarios (los salarios base mensuales oscilan entre los 550 y los 1.100 euros, y con complementos y demás se pueden llegar a triplicar, e incluso más, pero ni mucho menos es lo habitual, y la mayoría son poco más que mileuristas). En horarios, vacaciones y días libres están muy bien servidos, de momento, pero digamos que la parte lucrativa es muy limitada. Su estabilidad laboral lleva ligada esa estabilidad remunerativa y sus ingresos están totalmente controlados, además de tener que pedir la compatibilidad de su empleo con cualquier otro que quieran desempeñar para obtener algún ingreso extra, así que son unos pringaos en épocas de vacas gordas y de enriquecimientos, y unos privilegiados cuando las vacas son flacas. Entonces son chivos, o turcos, pero su único delito es haber analizado los pros y los contras de ser funcionario, y haber decidido serlo a pesar de todo. Sin duda, hay otros culpables que se merecen más nuestra hostilidad.

3 comentarios:

  1. que se jodan lo putos funcionarios maleducados que no respetan a la gente apoltronados en sus puestos de trabajo.. LO SIENTO por los buenos.

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  2. creo que reflexivo porque todos los partidos politicos buscan sienpre lo mismo el poder en todo los sentidos pagamos justos por pecadores. Da mas el que no tiene que el que tien. se emborracha un pobre es un alcolico se emborracha un rico es una Alecria.quizas algun dia lo pueda entnder.lo siento por aquel que quiere hacer politica honrrada.

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  3. Oh!¿Solo hay funcionarios maleducados?....¡Si para dos comentarios que hay uno no es precisamente de mucha educacion y sospecho que no es de un funcionario!Que facil es despotricar contra los funcionarios pienso que hay un atisbo de envidia....

    Espero de todas formas que lo que has escrito haga reflexionar a las personas que muestran tanta acritud con los funcionarios.

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