Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

lunes, 29 de abril de 2019

Los límites de la decencia

   Cuando el 14 de diciembre de 2015 en el debate cara a cara entre Pedro Sánchez y Mariano Rajoy con motivo de las elecciones del 20D,  el primero le espetó al segundo su falta de decencia, la cara del gallego se transformó. Estalló en indignación e hizo un repaso a su dilatada carrera política, como si eso fuera una justificación de honradez,  en lugar de la oscura trayectoria de un ignoto camino que condujo a un desconocido tránsito de sobres con dinero negro, destrucción de discos duros y financiaciones irregulares, hasta de la gloriosa sede de Génova, para acabar reprobando a Sánchez: “es usted (ruiz), ruin y miserable”, y dar por finiquitada su carrera política por ser capaz de decirle a la cara una realidad que muchos españoles compartían, y que los políticos de este país no acostumbran a decirse públicamente, porque eso es incuestionable, como la inviolabilidad del Rey o la infalibilidad del Papa. Eso de  dedicarse a la política por el bien común en lugar de por el propio no es un axioma perenne, hay que demostrarlo día a día, lo otro, el que lo quiera creer que lo crea.


Afortunadamente Mariano erró, y Sánchez,  tras un tortuoso periplo regresó más vivo que nunca,  aunque Rajoy sí acertó en la merecida moción de censura que le alejó del poder sin antes tener la decencia de tan siquiera dimitir. Ahí comenzó,  en realidad se hizo patente, la falta de decencia de Ciudadanos al no forzar la dimisión de un presidente bañado por la corrupción, aupado al poder gracias a su apoyo,  y a la abstención del PSOE que provocó el inicio del calvario de Sánchez. Aunque quizás ya había empezado unos meses antes cuando la vieja guardia de su partido y los intereses económicos del Ibex 35 le impusieron abortar un posible pacto con Podemos, absolutamente necesario para salvar la precariedad de este país. Pedro Sánchez tuvo que tragarse la integridad de su decencia, y pactar con Rivera un acuerdo que llevaría a la necesidad de unas nuevas elecciones y a prolongar la agonía de un pueblo aún más masacrado por el Gobierno en funciones del PP. La culpa se le echó a Podemos pero es evidente que aquel pacto no conduciría a nada bueno como ayer intuía la mayoría de los simpatizantes que jaleaban “con Rivera no” ”con Rivera no y “si se puede, si se puede” ante la sede de Ferraz tras la victoria del 28A, y temiendo que las presiones de todo tipo pudieran desembocar en una nueva alianza PSOE- Ciudadanos que acabara con la esperanza  de construir un país más justo, pues entre ambas formaciones sumarían la mayoría absoluta.
Tras las elecciones de junio de 2016 Pedro Sánchez tuvo que dimitir para que su decencia no se topara con las ambiguas intenciones de su partido a la hora de permitir gobernar a Rajoy gracias a su abstención. Sánchez dejó todos sus cargos pero después fue capaz de recuperarlos, ilusionando de nuevo a las bases de su partido, y a aquellos adversarios que le respaldaron en la moción de censura por qué la corrupción popular era insostenible. A partir de ahí gobernó con luces y sombras, y una decencia que no respetó algunas de sus promesas, cómo derogar la ley mordaza, las reformas laborales  o desvelar los beneficiados por la amnistía fiscal Popular.
Ahora hay una nueva oportunidad de demostrar los límites de la decencia de cada uno. Los del PP parecen seguir siendo ilimitados, pues perjuran su reconstrucción sobre las propias obscenas corrupciones que les condenaron, y con un candidato  capaz de culminar sus estudios en un dudoso tiempo récord. Los de Ciudadanos siempre lo fueron, pues nunca vacilaron en variar sus decisiones y pensamientos según el viento que más les favorece, y ahora no han dudado en ir recogiendo cadáveres políticos de otros partidos para certificar su voluble ideología, por otra parte en concordancia con quienes se suman a sus filas. Debe revisar los suyos también Podemos,  pues sus divisiones deben ser un motivo para recapacitar, pero ni la coleta de Pablo Iglesias, ni su vilipendiado chalet son motivos que puedan cuestionar su decencia, sino más bien los elevados sueldos que cobran nuestros políticos y que les permiten semejantes inversiones.
Tal vez los límites de la decencia de los electores pasen por los 2,6 millones de votos que ha tenido Vox, pero eso solo es fruto de una nostalgia desmedida que se ha quitado la careta de la desvergüenza. Hasta ahora siempre se ponía como un falso mérito democrático más de este país el hecho de que las ultraderechas no se hicieran tan patentes como en el resto de Europa. Era sencillo suponer que estas tendencias no tenían necesidad de mostrarse tan claramente porque ya estaban representadas en el Partido Popular, e incluso en Ciudadanos, porque ambos partidos no han dudado nunca en calificar de golpistas a los catalanes y de utilizar el afortunadamente finiquitado terrorismo de ETA para apelar a la unidad de España e infundir miedo con su posible resquebrajamiento,  pero olvidando que quién dio realmente un golpe de Estado fue Franco y que además impuso después 40 años de terror auténtico, aún con más de 100,000 víctimas enterradas en las cunetas de este democrático país, evitando cualquier reposición al respecto.
Confiemos ahora en que los límites de la decencia de Sánchez y de su renovado PSOE  pongan freno a un posible pacto con Ciudadanos, y regeneren realmente este país estableciendo una democracia más real y justa. Para ello no se pueden olvidar, ni tratar a la ligera algo a lo que el Estado español no le ha dado en ningún momento la trascendencia que tienen las ansias de independencia de más de dos millones de catalanes y que se han visto notablemente incrementadas por las sucesivas actuaciones desde el Gobierno español.  Tampoco debe olvidar que Portugal está logrando superar la crisis con un gobierno de pacto de izquierdas y unas políticas sociales contrarias a las impuestas por los grandes poderes económicos e institucionales. Que así sea.