A finales del siglo XIX, en pleno reparto
de la tarta colonial africana entre las potencias europeas, se realizó La
Conferencia de Berlín que bajo las directrices del canciller alemán Otto Von
Bismark puso fin momentáneamente a las rencillas y enfrentamientos por los
territorios africanos. La conferencia se desarrolló en la capital alemana entre
noviembre de 1884 y febrero de 1885 a petición de Francia y Gran Bretaña, y con
la activa e interesada participación de Leopoldo II de Bélgica, quien durante
los últimos años había financiado la exploración de los últimos territorios sin
cartografiar de África, coincidentes con la cuenca del río Congo.
Uno de sus
exploradores fue el norteamericano Henry Morton Stanley, protagonista de la
famosa frase “El Dr. Livingstone, supongo”, al encontrar al voluntariamente desaparecido
descubridor, David Livingstone, que se negó a regresar a la civilización.
El monarca belga se las ingenió para convencer
a todos las potencias en liza que para mantener el equilibrio en el reparto,
entre otras muchas de las medidas aplicadas, era necesaria la creación de un
territorio indiviso que abarcara toda la cuenca fluvial del Congo, para
garantizar su completa y libre navegabilidad por parte de cualquier país, lo
que hasta aquel momento había sido objeto de conflictos. El resultado fue un
fragmentado continente cuyos destrozos aún pagan muchos de sus habitantes con
guerras y miseria, pero en lo que nos interesa ahora se plasmó en la creación
de un Congo francés y el llamado Estado Libre del Congo, ambos con salida al
mar.
Éste último
territorio, de sugerente nombre cercano a la libertad, estaba gestionado por la
Asociación Internacional del Congo, una pantalla para ocultar que simplemente
era propiedad privada de Leopoldo II. Hasta los nombres de las ciudades
delataban esa singularidad: su capital se llamaba Leopoldoville. Los gigantescos
y ricos territorios fueron explotados como si de una gran finca propiedad
privada del monarca se tratara, con sus habitantes en régimen de esclavitud y
con el caucho y el marfil como principales productos lucrativos. Los avances
ideológicos de la época fueron incrementando su presión sobre tan feudal
situación y en contra de los genocidios y violenta opresión contra los
congoleños, y finalmente en 1908 el rey no pudo resistir más y pasó el control
de los territorios a la administración belga. El legado del antepasado de la
actual monarquía democrática belga asciende a ocho millones de congoleños
muertos represaliados.
Un año después Leopoldo II moría, y aunque el territorio
pasó a ser el Congo Belga, y depender del estado, las cosas no cambiaron
demasiado, como en todas las colonias, excepto por los productos a explotar, a
los que se añadieron cobre y todo tipo de metales que convierten el territorio
en un rico tesoro en constante conflictos bélicos por culpa de los intereses
económicos y las grandes multinacionales. En 1960 logró la independencia y a
partir de ahí las guerras por la explotación de sus materias primas y la
miseria del pueblo, salvo raras excepciones, han sido constantes, se llamara
como se llamara, Congo Belga, Zaire o Republica del Congo actualmente.
La tónica de lo
sucedido con este país ha sido similar en todos los países africanos y de
extremo Oriente que fueron colonias, mientras que en América la mayoría de los
países para entonces ya habían pasado por sus respectivas explotaciones y procesos de
emancipación, aunque les quedaran muchas dictaduras por sufrir. Cada uno de esos países fue, de un modo u otro, tratado como una
finca de la metrópolis correspondiente, aunque no de modo tan descarado como lo
fue el Congo de Leopoldo II, y eso ya entrado el siglo XX.
Más tarde los países liberados tuvieron sus
propios dictadores autóctonos que
hicieron lo mismo en sus respectivos territorios, y aún hoy Libia, Siria,
Egipto,… sufren los resultados de aquella opresión colonizadora y casi siguen siendo explotados como si fueran la finca, el cortijo o el
latifundio de un poderoso abuelo cuyo brillo, del oro de su dinero o del acero
de su espada, dominó en otros tiempos.
En este sentido, si
bien durante el medievo y las monarquías absolutas ese mal de vasallaje y
esclavitud afectó a las poblaciones de todos los países, a medida que las ideas
fueron evolucionando la opresión sobre el pueblo llano disminuyó o al menos se
disfrazó de democracia, con más o menos suerte en cada país de los denominados occidentales.
En España, una vez más, nos llevamos la
palma, como en todo ranking cuantificable, siempre y cuando su esencia sea negativa, en este asunto de los cortijos.
Mientras los demás países evolucionaban a monarquías más permisivas, o incluso
las erradicaban para hacerse repúblicas, aquí vivíamos todas las fases de las decrepitudes
aristocráticas y de la realeza retrógrada, pasando por una ocupación francesa que
nos retornaba al más absoluto poder monárquico que sólo se extinguía por muerte
natural del monarca o gobernante de turno. Cada revolución insurgente era aplastada, aunque en este
tira y afloja se lograban ciertos avances, si bien todos ellos se dieron
crecientemente impregnados de uno de los escasos conceptos espirituales que la
superior metrópolis se trajo de algunas de sus colonias de ultramar para
incrustarla en lo más profunda de las creencias nacionales. Los jefes de algunas tribus de
las islas del Caribe, que controlaban prácticamente todos las aspectos y
opiniones de sus súbditos, eran conocidos como caciques. Para el año 1884
esos modelos ya habían sido tan copiados en nuestro país durante los anteriores lustros, que
la Real Academia Española introdujo el término “caciquismo” en el diccionario con sus dos
acepciones actuales:
-Dominación o influencia del cacique de un
pueblo o comarca.
-Intromisión abusiva de una persona o una
autoridad en determinados asuntos, valiéndose de su poder o influencia.
Así pues, mientras Federico II preparaba su
finca particular del Congo, cuatro veces más grande que España, las clases dominantes
de este país, más comedidas y solidarias ellas, preparaban el reparto de su
pastel, cuatro veces más pequeño y compartido que el del monarca belga, pero quizás para compensar, más
prolongado en el tiempo. De aquella época de la Restauración borbónica
provienen las más importantes estructuras lucrativas y fraudulentas que aún
gobiernan desde las cloacas de este monárquico y constitucional país. Ya hemos
citado el primero de ellos, el caciquismo, que tras las convulsas primeras
décadas del siglo XX, cuarenta años de franquismo, consolidaron firmemente,
especialmente en la España rural, y aún hoy perdura y muchos de nuestros
democráticos partidos mantienen en sus escaños a sucesores de aquellas sagas,
especialmente el PP, pero también otras siglas de derechas y el PSOE.
Con la
llegada de la democracia, los caciques mejor colocados aprovecharon su tirón, y
la herencia sobre la memoria social para colocarse en los puestos elegibles. Congreso,
Senado, Diputaciones, Ayuntamientos y demás instituciones están repletos de
ejemplos vivos de ello, sino ya de ellos mismos, de sus herederos, pues la
característica caciquil suele ir anexa al apellido.
Otra característica instaurada extraoficialmente
en la Restauración borbónica fue la alternancia de los partidos en el poder.
Básicamente lo que vienen haciendo el PSOE y el PP, repartiéndose poltronas y
blindando el sistema con una estrategia que les exige enfrentarse de vez en
cuando, para dar la sensación de diferencias, pero básicamente hacer lo mismo
cuando están en el poder.
Con ambas armas, caciques y bipartidismo,
de siglas que no de actuaciones, la España del siglo XXI gravita entre los
herederos del gran cortijo franquista, que en cuarenta años tuvieron tiempo de
afianzar sus fincas y poderes, y los nuevos espabilados que se han montado sus
nuevos cortijos desguazando las empresas y servicios públicos a favor de sus propios intereses o el de las
grandes multinacionales de todo tipo que les compensan con enormes
retribuciones en sus consejos de administración. La
globalización ha convertido el planeta en un cortijo, y los abuelos se esconden
tras las acciones de las grandes multinacionales, pero básicamente el trato
esclavista para la población volverá a confluir con el reparto de la tarta que
a finales del siglo XIX propició Bismark para los ricos abuelos y a principios del siglo XXI propicia
Merkel para las grandes multinacionales.
Una tercera estructura de las que atrapan
actualmente a los españoles que tuvo su origen en la Restauración borbónica
surgió al rebufo de las desamortizaciones que supusieron una de las primeras
aperturas liberales del país, al ponerse terrenos a disposición del capital
privado. Sí, efectivamente, desde entonces estamos en las manos de los
funcionarios más elitistas, más protegidos y mejor remunerados del país, y que
controlan y controlarán aún más nuestras viviendas, actividades legales y
dentro de poco todos los datos relacionados con el registro civil y nuestras
vidas: los notarios y registradores de la propiedad, cuyo lobby encabeza el
propio presidente del Gobierno: Mariano Rajoy.
Fueron quienes dieron fe de los cortijos de sus
abuelos, y ahora canonizan a las grandes multinacionales junto a los caciques
supervivientes en su bipartidismo ladino, para todos ellos condenar al pueblo a la miseria y al desahucio.Como Livingstone, quizás haya que desaparecer voluntariamente de esta podrida civilización.