Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

miércoles, 23 de julio de 2014

España y sus marcas




Mientras el BBVA compra por poco más de 1.100 millones el conglomerado Catalunya Banc, compuesto por entidades financieras cuyas nefastas gestiones han costado a las arcas públicas cerca de 20.000 millones de euros, y los poderosos clubs del fútbol español se hacen con los servicios de los más destacados jugadores del pasado mundial de fútbol a través de multimillonarios contratos, casi un tercio de los niños españoles, por citar sólo uno de la dramática realidad de este país, apenas se alimentará adecuadamente este verano, a lo que se sumará, además, el frío que pasaran en invierno.
El excelente regalo, que supondrá al banco presidido por Francisco González duplicar su presencia  en Catalunya, nos costará a todos los españoles alrededor de 12.000 millones de euros, que jamás se recuperarán como ya admitió el año pasado el ministro de economía, Luis de Guindos, es en gran parte obsequio del sistema político español, pues no olvidemos que ellos así lo han legislado, y ellos mismos llevaron a la ruina al sistema de cajas de ahorros desde que entraron en sus consejos de administración.
Si Blesa, Rato y demás negligentes dirigentes del engendro Bankia fueron generadores de una ruina que costará al estado unos 24.000 millones de euros, no les va a la zaga las aportaciones protagonizadas por el ex vicepresidente y ex ministro socialista,  Narcis Serra, como, entre 2005 y 2010, nefasto presidente de Caixa Catalunya, causante de la gran parte de las pérdidas de la estructura financiera regalada ahora al BBVA.
También debemos a nuestros políticos poder disfrutar en nuestros campos de fútbol de las rutilantes estrellas que por cada patada que dan al balón cobran más que todos los salarios acumulados a lo largo de toda tu vida laboral, pues ellos son los principales interesados de mantener un circo balompédico que según el propio gobierno el pasado otoño acumulaba una deuda superior a los 500 millones de euros con hacienda, y de más de 4 millones de euros con la seguridad social. Esos  datos se referían solo a la primera división y a los clubs convertidos en sociedades anónimas, pero no se contabilizan las cifras de Real Madrid, Barcelona, Athletic y Osasuna, que mantienen en el oscuro anonimato según el propio gobierno porque El suministro de esta información, habida cuenta del reducido número de clubes que no tienen la consideración de SAD, podría vulnerar la confidencialidad que impone el ordenamiento jurídico al permitir la identificación indirecta de la deuda de algún club en concreto”
Para hacernos una ligera idea de las tramas entre el mundo futbolístico y fiscal recordemos que Messi deberá pagar a hacienda 33 millones de euros y el barça la decena de millones que había distraído de pago en el caso Neymar.
Los datos barajados por el Consejo Superior de Deportes desvelaban que en la temporada 2010-2011, la deuda de los 16 clubes de primera división, exceptuando Real Madrid y Barça, superaban los 2.190 millones mientras que la que acumulaban los dos grandes citados se aproximaba a los 1.170 millones, gran parte de ella con entidades rescatadas como Bankia. Aunque las entidades deportivas disfracen las cifras con las triquiñuelas de los vericuetos financieros y económicos, su deuda es tan real como el hundimiento de la estructura bancaria de las cajas de ahorros. Parece no haber crédito para autónomos, emprendedores y pequeña y mediana empresa, pero para que los clubs deportivos fichen las atracciones del circo.  

La desfachatez de esta marca España  que nos pretenden vender alcanza extremos tales que se asumen con dinero público los despilfarros de una banca politizada y especulativa, que a su vez financia el circo deportivo con el que pretenden entretenernos, olvidándose hasta del pan que debe garantizar la supervivencia de los estratos más desfavorecidos del pueblo. Una vez más nuestros negligentes representantes velan por los intereses de los poderosos y por los suyos propios.
Bajo esos mismos errores sucumbieron civilizaciones, imperios y sistemas de gobierno, y el actual seguirá el mismo camino desde el momento en el que la miseria de las masas alcance el umbral crítico, y dejen de preocuparse del fútbol, y demás espectáculos circenses que se han convertido en el nuevo opio del pueblo, y de creer en los farsantes que dirigen el cotarro. En ello estamos.

domingo, 20 de julio de 2014

Terrorismo y agitadores



El uso del terror, entendido como la perpetración de actos violentos para coaccionar a sociedades o gobiernos con el fin de alcanzar criterios u objetivos  diferentes a los seguidos, existe desde el momento en que se configuraron estados con el tamaño y la fuerza suficientes como para mantener dominados a unos súbditos con la capacidad y el descontento suficientes como para rebelarse ante el poder establecido. Obviamente, hasta la aparición de las democracias, en las que supuestamente la soberanía recae en el pueblo que con su voto elige libremente a sus gobernantes, los actos terroristas se teñían con cierta legitimidad, al ejecutarse contra los totalitarios poderes impuestos. Ahora esa supuesta legitimidad tiende a diluirse en la legitimidad que los aires democráticos  infunden a los sistemas de gobierno, hasta el punto de que el terrorismo de estado, el que ejerce el propio gobierno contra sus detractores, es a veces justificado.
El término terrorismo se utilizó por primera vez en la Revolución Francesa de 1789 cuando el gobierno revolucionario de Robespierre encarcelaba o ejecutaba a sus opositores monárquicos sin respetar las garantías procesales, y pretendiendo implantar connotaciones claramente negativas ante estos actos terroristas empleados por el estado. Más tarde algunos de los opositores al régimen zarista adoptaron las tácticas violentas jacobinas introduciendo en ellas el concepto de reivindicación política  ante la tiranía, lo que más tarde se encargarían de remarcar los ideólogos marxistas para diferenciar el terrorismo arbitrario de la violencia destinada a librarse de despóticas opresiones. Posteriormente la palabra se empleó para condenar las acciones anarquistas, pero el difundido sentido actual lo adquirió a partir de la propaganda nazi cuando se refería en esos términos a la resistencia  que surgía en los diferentes países ocupados por el régimen fascista de Hitler, aunque posteriormente, tras el fin de la guerra fría y de la amenaza comunista, el terrorismo se convirtió en el descalificativo cajón de sastre en el que cabía cualquier actividad contraria a los intereses capitalistas.
A nivel institucional se ha tratado varias veces de delimitar el terrorismo y ya en 1937, la Sociedad de Naciones, predecesora de la ONU, lo definía como cualquier acto criminal dirigido a causar el terror sobre determinas personas, grupos o público en general. En 1996 la asamblea de la ONU debatiendo sobre el asunto, concluyó una definición similar, aunque subrayando lo injustificable de todo acto terrorista, y posteriormente, las comisiones de expertos dilucidaron que el terrorismo era todo lo referido como tal en las diferentes legislaciones y reglamentos, abriendo la posibilidad de determinar como tal cualquier acto  que así se desee, según criterio de los poderes establecidos.
En España, la peculiaridad de una dictadura plácidamente consentida por las democracias occidentales durante casi ocho lustros, propició el surgimiento de algunos movimientos políticos radicales que utilizaron el terrorismo como arma. El grupo más efectivo, conocido y longevo fue ETA que surgió a finales de los cincuenta, para comenzar su actividad violenta ya iniciados los sesenta y cometer su más afamado atentado en diciembre de 1973, cuando acabaron con la vida del entonces presidente del gobierno, Luis Carrero Blanco. La complejidad de la acción y la escasa infraestructura del grupo terrorista, junto con las circunstancias que propiciaron el suceso invitan a pensar que tuvieron que contar con colaboración extra, que destacados autores coinciden en indicar que procedió de la agencia norteamericana de inteligencia, CIA, en su tarea de construir una monarquía constitucional cimentada en el rey Juan Carlos I. Tras la restauración de la democracia y las correspondientes discrepancias ideológicas, un sector del grupo continuó con los atentados terroristas hasta que las diferentes negociaciones por parte de los sucesivos gobiernos, treguas y rupturas de las mismas, anunciaron el alto el fuego en septiembre de 2010, el cese definitivo de la actividad armada en octubre de 2011, y hoy mismo 20 de julio de 2014, mediante un comunicado ha anunciado el desmantelamiento de sus estructuras logísticas y operativas, y el tránsito hacia la “confrontación democrática”.
Sea como fuere, la actividad de la banda ha servido durante todos estos años para establecer el principal enemigo del régimen constitucional español, y por ende, el enfrentamiento con sus ideologías como el mejor modo de defender el sistema instaurado y, dicho sea de paso, también ha procurado jugosos beneficios a compañías de seguridad privada y guardaespaldas.
En esa tesitura, la condena al terrorismo de ETA se erigió durante sus años de asesina actividad como el discurso que cohesionaba a las fuerzas democráticas, y quien no lo suscribía era tachado de antidemócrata. A medida que la banda abandonaba la violencia algunos movimientos políticos trataban de aproximarse para alcanzar antes la ansiada paz, aunque la intransigencia anidaba en algunos de ellos, especialmente en los más españolistas y radicales de derechas, herederos del franquismo y de las más profundas ideologías absolutistas.
Ahora esas facciones más extremistas y conservadoras, ante la aparición de tendencias ideológicas y políticas que cuestionan la integridad de un sistema que ha degenerado en una corrupción institucional excesivamente generalizada, pretenden desprestigiarles desenterrando las trasnochadas acusaciones de ser unos comunistas y no condenar el terrorismo. Esos mismos agitadores, que pretenden crear hostilidad ante los nuevos movimientos que conquistan las urnas y amenazan con cambiar las estructuras establecidas, no dudan en comerciar con cualquier tipo de terror si les aporta beneficios y jamás han condenado el terrorismo franquista que atentó contra un gobierno legítimo y democrático e instauró un régimen de terror durante cuarenta años. Ellos son los terroristas y agitadores que pretenden condicionar nuestras vidas para continuar en sus poltronas de riqueza y poder mientras el pueblo se empobrece. Lo preocupante es que continúen  ganando elecciones.

  

viernes, 11 de julio de 2014

El regenerador ejemplo televisivo



Desde que llegaran al poder las hordas populares se sabía que el ente público RTVE iba a ser una de sus más virulentas víctimas, pues contábamos con los precedentes de los gobiernos de Aznar y su inefable Alfredo Urdaci, o de los de otros ínclitos populares en Telemadrid o Canal Nou valenciano. La cuestión era, pues, hasta que punto iban a llegar en su regeneración, para así hacernos a la idea de cual podía ser el parangón para el resto de sus actuaciones.
Tras realizar una notable purga ideológica entre sus profesionales, destrozar la calidad de sus programas hasta relegarlos a horarios intempestivos y convertir la programación en un bucle de mediocridades o repeticiones que han relegado sus audiencias a mínimos históricos. Los sucesivos recortes, siguiendo un “Plan de eficiencia” desde 2012, han llevado al ente a la ruina, pues a pesar de los mismos sigue generando déficit y es muy probable que el siguiente sacrificio sea el cierre del canal Teledeporte, no en vano es el único que no les sirve para difundir su propaganda, pues el deporte es aséptico.
Cabe preguntarse cómo después de tanto recorte en personal y calidad sigue generándose déficit. Quizás parte de la explicación se encuentre en acontecimientos como la final de la champions entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid celebrada el pasado 24 de mayo en Lisboa. El ente público desplazó a la capital portuguesa cerca de centenar y medio de personas, incluyendo una veintena de directivos, con los gastos de viajes y dietas correspondientes. Hasta la propia organización se sorprendió de la petición de tantas acreditaciones, puesto que toda la parte técnica corría por cuenta de un canal privado, que apenas desplazó medio centenar de profesionales para cubrir un evento al que media capital madrileña quería acudir. Muchos de los excesos en las regeneraciones de Telemadrid y Canal Nou, efectuadas por administraciones populares, también iban destinados a agasajar  colegas y premiar adeptos, mientras se recortaba en calidad y personal.
En realidad el regenerador ejemplo televisivo es el seguido en todo aquello que se quiere privatizar, incluidas sanidad y educación. Los recortes en personal y medios degeneran la calidad del servicio, lo que se agrava con la pésima gestión presupuestaria. De ese modo demonizan la pésima gestión pública, de la que son responsables, y alaban la excelente gestión privada que engordará sus bolsillos y los de sus amigos, mientras sólo presta el servicio a quien lo puede pagar. Esa es la finalidad de la regeneración neoliberal. 
Y si todo eso no funciona, se aprueba un decreto-ley, casi, casi, como hacía Francisco Franco Bahamonde, y otros absolutistas grandes de España, tanto como pretenden serlo muchos de nuestros actuales dirigentes.

domingo, 6 de julio de 2014

Regeneración y necrosis



En biología, la regeneración es la capacidad de un organismo vivo para reconstruir por si mismo sus partes dañadas o perdidas. El término se ha utilizado habitualmente para referirse a diversas actividades humanas cuando, por circunstancias, su reorganización funcional se hacía completamente necesaria. Ciertamente los actos humanos están vivos, pues tienen la capacidad de modificarse junto con las voluntades que los controlan. En este sentido, la política, entendida como la actividad que rige los asuntos públicos, históricamente, ha sido variadas veces objeto de debates sobre la necesidad de su regeneración, lo que es indicativo de lo nefastamente que funcionaban sus contenidos o estructuras.
Durante los últimos años, las alegrías y excesos de la burbuja del ladrillo, tras su explosión, no solo ha dejado una hecatombe de paro, despilfarros y deuda que incrementan la pobreza de los ciudadanos y recortan notablemente los derechos, servicios e incluso las libertades, amparados por el estado de bienestar, sino que ha descubierto la vergonzosa realidad de las instituciones sobre las que se sustentan las estructuras del Estado. Con una monarquía bajo sospecha y sus organizaciones políticas, sindicales y empresariales, prácticamente corrompidas proporcionalmente a las cotas de poder alcanzadas por las mismas, los datos que se van conociendo al respecto han provocado una creciente indignación ciudadana que cada vez cuestiona más la bondad del sistema.
Paralelamente al destape por parte de los medios de difusión de los desmanes, sus protagonistas, especialmente políticos, han introducido el término regeneración en sus discursos, sin demasiada efectividad hasta el momento, con excepción de la abdicación de Juan Carlos I.
Tal vez el detonante en la aceleración de la toma de decisiones regenerativas hayan sido los resultados de las últimas elecciones europeas que reflejan un notable emerger de fuerzas políticas diferentes a las que han ejercido el poder hasta ahora y que, además, denuncian sus reprobables actuaciones. El miedo a que el despertar ciudadano ante sus tropelías les desmonte de las numerosas y nutridas poltronas que han creado, y las desmantele, les ha hecho reaccionar. Recientemente el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, como siempre estando fuera del país, proclamó la necesidad de la regeneración democrática en el reino que preside.


Lo cierto es que las medidas que propone más que regenerar, degeneran la paupérrima salud democrática de este país. Anunciar la reducción de aforados cuando se acaba de incrementar con dos más, convirtiéndose en el único país del planeta con dos reyes y dos reinas legales, y aforados, no deja de ser una presidencial tomadura de pelo más, y la propuesta de que los alcaldes sean los cabezas de las listas más votadas, un regreso a un pasado que en absoluto fue mejor, al que también pretenden regresar en leyes como las del aborto o la de seguridad ciudadana.
El regeneracionismo fue un movimiento intelectual que surgió a finales del siglo XIX como reacción a la decadencia de España como nación, y más concretamente como denuncia a la corrupción generada por la alternancia de partidos en el poder impulsada por Cánovas durante la restauración borbónica, que había empujado al pueblo a la miseria, generando grandes e improductivos latifundios mediante sospechosas desamortizaciones, fomentando el caciquismo y el triunfo de una oligarquía política y económica. Recordemos que en medio de esa vorágine de desamortizaciones y corrupción se establecieron las bases de la legislación hipotecaria y el cuerpo funcionarial de registradores de la propiedad, además de regularse el de los notarios.
El mayor representante del regeneracionismo fue el erudito aragonés Joaquín Costa, quien, campesino de origen humilde y formado y doctorado en Derecho y Filosofía y Letras, llegó a convertirse en uno de los más importantes ideólogos del momento con más de 40 obras publicadas, siempre buscando la esencia de España y las causas de su retraso secular. Sus soluciones para el mal endémico de la miseria permanentemente acuciante en el país pasaba por el cumplimiento de su lema “Escuela, despensa y doble llave para el sepulcro del Cid”, con el que reclamaba mayor educación para un pueblo sumido en la ignorancia, mejor gestión de los recursos agrarios para garantizar la alimentación de unos ciudadanos hambrientos; y que de una vez por todas se enterrara el discurso político dominante sobre el glorioso pasado del imperio español.
Republicano convencido, exigió la necesaria renovación de todas las estructuras políticas, sustentadas en el caciquismo, y aunque apenas ejerció la política activa y limitó sus propuestas al mundo agrícola del que provenía, para modernizarlo y hacerlo más eficiente y justo, algunas de ellas fueron finalmente aceptadas, como los planes de riego.
En su azarosa vida tuvo que dedicarse a diferentes tareas para ganarse la vida, hasta que, en 1888 accedió al cuerpo de notarios de reciente creación, lo que le dio cierta estabilidad económica, y le sirvió para denunciar todo el sistema registral, notarial y de justicia hipotecaria, por las excesivas prebendas que generaba a sus administradores.
Aunque su muerte, en 1911, supuso una gran convulsión social en la época y parte de sus regeneradoras ideas cristalizaron en la segunda república, el franquismo, con su reimplantación del caciquismo, diluyeron la importancia de su figura y su pensamiento, potenciando las recogidas en la Generación del 98, que aunque también eran críticas con la situación del momento, lo eran desde el punto de vista literario y artístico, y no como alternativa práctica.
Ciertamente desde entonces no parece que, excepto en las apariencias democráticas, hayan cambiado demasiado las cosas. La alternancia en el poder es evidente, el caciquismo y la oligarquía son patentes, y el empobrecimiento de los ciudadanos y de los derechos sociales son innegables, como las pretensiones de revivir glosiosos pasados a nivel internacional. Bajo esa realidad las propuestas de regeneración democrática de Rajoy no solo son insuficientes, sino que llegan demasiado tarde porque los organismos e instituciones sobre los que se sustenta la política de este país se encuentran en estado de necrosis, pues tanto tiempo sin regenerarse ha provocado la muerte de la necesaria credibilidad en que deben fundamentarse, en parte porque las explicaciones de nuestros gobernantes desde sus cómodas poltronas han sido históricamente las mismas, como bien reflejaba el genial Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall. 





Sólo queda pues la extirpación total de unas estructuras completamente corruptas y la creación de otras nuevas, pero también especialmente de las personas que asuman las responsabilidades de hacerlo.