En biología,
la regeneración es la capacidad de un organismo vivo para reconstruir por si
mismo sus partes dañadas o perdidas. El término se ha utilizado habitualmente
para referirse a diversas actividades humanas cuando, por circunstancias, su
reorganización funcional se hacía completamente necesaria. Ciertamente los
actos humanos están vivos, pues tienen la capacidad de modificarse junto con
las voluntades que los controlan. En este sentido, la política, entendida como
la actividad que rige los asuntos públicos, históricamente, ha sido variadas
veces objeto de debates sobre la necesidad de su regeneración, lo que es
indicativo de lo nefastamente que funcionaban sus contenidos o estructuras.
Durante los
últimos años, las alegrías y excesos de la burbuja del ladrillo, tras su
explosión, no solo ha dejado una hecatombe de paro, despilfarros y deuda que
incrementan la pobreza de los ciudadanos y recortan notablemente los derechos,
servicios e incluso las libertades, amparados por el estado de bienestar, sino
que ha descubierto la vergonzosa realidad de las instituciones sobre las que se
sustentan las estructuras del Estado. Con una monarquía bajo sospecha y sus
organizaciones políticas, sindicales y empresariales, prácticamente corrompidas
proporcionalmente a las cotas de poder alcanzadas por las mismas, los datos que
se van conociendo al respecto han provocado una creciente indignación ciudadana
que cada vez cuestiona más la bondad del sistema.
Paralelamente
al destape por parte de los medios de difusión de los desmanes, sus
protagonistas, especialmente políticos, han introducido el término regeneración
en sus discursos, sin demasiada efectividad hasta el momento, con excepción de
la abdicación de Juan Carlos I.
Tal vez el
detonante en la aceleración de la toma de decisiones regenerativas hayan sido
los resultados de las últimas elecciones europeas que reflejan un notable
emerger de fuerzas políticas diferentes a las que han ejercido el poder hasta
ahora y que, además, denuncian sus reprobables actuaciones. El miedo a que el
despertar ciudadano ante sus tropelías les desmonte de las numerosas y nutridas
poltronas que han creado, y las desmantele, les ha hecho reaccionar.
Recientemente el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, como siempre
estando fuera del país, proclamó la necesidad de la regeneración democrática en
el reino que preside.
Lo cierto es
que las medidas que propone más que regenerar, degeneran la paupérrima salud
democrática de este país. Anunciar la reducción de aforados cuando se acaba de
incrementar con dos más, convirtiéndose en el único país del planeta con dos
reyes y dos reinas legales, y aforados, no deja de ser una presidencial
tomadura de pelo más, y la propuesta de que los alcaldes sean los cabezas de
las listas más votadas, un regreso a un pasado que en absoluto fue mejor, al
que también pretenden regresar en leyes como las del aborto o la de seguridad
ciudadana.
El
regeneracionismo fue un movimiento intelectual que surgió a finales del siglo
XIX como reacción a la decadencia de España como nación, y más concretamente
como denuncia a la corrupción generada por la alternancia de partidos en el
poder impulsada por Cánovas durante la restauración borbónica, que había
empujado al pueblo a la miseria, generando grandes e improductivos latifundios mediante
sospechosas desamortizaciones, fomentando el caciquismo y el triunfo de una
oligarquía política y económica. Recordemos que en medio de esa vorágine de
desamortizaciones y corrupción se establecieron las bases de la legislación
hipotecaria y el cuerpo funcionarial de registradores de la propiedad, además
de regularse el de los notarios.
El mayor
representante del regeneracionismo fue el erudito aragonés Joaquín Costa, quien,
campesino de origen humilde y formado y doctorado en Derecho y Filosofía y Letras,
llegó a convertirse en uno de los más importantes ideólogos del momento con más
de 40 obras publicadas, siempre buscando la esencia de España y las causas de
su retraso secular. Sus soluciones para el mal endémico de la miseria permanentemente
acuciante en el país pasaba por el cumplimiento de su lema “Escuela, despensa y
doble llave para el sepulcro del Cid”, con el que reclamaba mayor educación
para un pueblo sumido en la ignorancia, mejor gestión de los recursos agrarios
para garantizar la alimentación de unos ciudadanos hambrientos; y que de una
vez por todas se enterrara el discurso político dominante sobre el glorioso
pasado del imperio español.
Republicano
convencido, exigió la necesaria renovación de todas las estructuras políticas,
sustentadas en el caciquismo, y aunque apenas ejerció la política activa y
limitó sus propuestas al mundo agrícola del que provenía, para modernizarlo y
hacerlo más eficiente y justo, algunas de ellas fueron finalmente aceptadas,
como los planes de riego.
En su
azarosa vida tuvo que dedicarse a diferentes tareas para ganarse la vida, hasta
que, en 1888 accedió al cuerpo de notarios de reciente creación, lo que le dio cierta
estabilidad económica, y le sirvió para denunciar todo el sistema registral,
notarial y de justicia hipotecaria, por las excesivas prebendas que generaba a
sus administradores.
Aunque su
muerte, en 1911, supuso una gran convulsión social en la época y parte de sus regeneradoras
ideas cristalizaron en la segunda república, el franquismo, con su reimplantación
del caciquismo, diluyeron la importancia de su figura y su pensamiento,
potenciando las recogidas en la Generación del 98, que aunque también eran críticas
con la situación del momento, lo eran desde el punto de vista literario y artístico,
y no como alternativa práctica.
Ciertamente
desde entonces no parece que, excepto en las apariencias democráticas, hayan
cambiado demasiado las cosas. La alternancia en el poder es evidente, el
caciquismo y la oligarquía son patentes, y el empobrecimiento de los ciudadanos
y de los derechos sociales son innegables, como las pretensiones de revivir glosiosos pasados a nivel internacional. Bajo esa realidad las propuestas de
regeneración democrática de Rajoy no solo son insuficientes, sino que llegan
demasiado tarde porque los organismos e instituciones sobre los que se sustenta
la política de este país se encuentran en estado de necrosis, pues tanto tiempo
sin regenerarse ha provocado la muerte de la necesaria credibilidad en que
deben fundamentarse, en parte porque las explicaciones de nuestros gobernantes desde sus cómodas poltronas han sido históricamente las mismas, como bien reflejaba el genial Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall.
Sólo queda pues la extirpación total de unas estructuras completamente corruptas y la creación de otras nuevas, pero también especialmente de las personas que asuman las responsabilidades de hacerlo.
Sólo queda pues la extirpación total de unas estructuras completamente corruptas y la creación de otras nuevas, pero también especialmente de las personas que asuman las responsabilidades de hacerlo.
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