El uso del
terror, entendido como la perpetración de actos violentos para coaccionar a
sociedades o gobiernos con el fin de alcanzar criterios u objetivos diferentes a los seguidos, existe desde el
momento en que se configuraron estados con el tamaño y la fuerza suficientes
como para mantener dominados a unos súbditos con la capacidad y el descontento suficientes
como para rebelarse ante el poder establecido. Obviamente, hasta la aparición
de las democracias, en las que supuestamente la soberanía recae en el pueblo
que con su voto elige libremente a sus gobernantes, los actos terroristas se
teñían con cierta legitimidad, al ejecutarse contra los totalitarios poderes
impuestos. Ahora esa supuesta legitimidad tiende a diluirse en la legitimidad
que los aires democráticos infunden a
los sistemas de gobierno, hasta el punto de que el terrorismo de estado, el que
ejerce el propio gobierno contra sus detractores, es a veces justificado.
El término
terrorismo se utilizó por primera vez en la Revolución Francesa de 1789 cuando
el gobierno revolucionario de Robespierre encarcelaba o ejecutaba a sus
opositores monárquicos sin respetar las garantías procesales, y pretendiendo
implantar connotaciones claramente negativas ante estos actos terroristas
empleados por el estado. Más tarde algunos de los opositores al régimen zarista
adoptaron las tácticas violentas jacobinas introduciendo en ellas el concepto
de reivindicación política ante la
tiranía, lo que más tarde se encargarían de remarcar los ideólogos marxistas
para diferenciar el terrorismo arbitrario de la violencia destinada a librarse
de despóticas opresiones. Posteriormente la palabra se empleó para condenar las
acciones anarquistas, pero el difundido sentido actual lo adquirió a partir de
la propaganda nazi cuando se refería en esos términos a la resistencia que surgía en los diferentes países ocupados
por el régimen fascista de Hitler, aunque posteriormente, tras el fin de la
guerra fría y de la amenaza comunista, el terrorismo se convirtió en el descalificativo
cajón de sastre en el que cabía cualquier actividad contraria a los intereses
capitalistas.
A nivel
institucional se ha tratado varias veces de delimitar el terrorismo y ya en
1937, la Sociedad de Naciones, predecesora de la ONU, lo definía como cualquier
acto criminal dirigido a causar el terror sobre determinas personas, grupos o
público en general. En 1996 la asamblea de la ONU debatiendo sobre el asunto,
concluyó una definición similar, aunque subrayando lo injustificable de todo
acto terrorista, y posteriormente, las comisiones de expertos dilucidaron que
el terrorismo era todo lo referido como tal en las diferentes legislaciones y
reglamentos, abriendo la posibilidad de determinar como tal cualquier acto que así se desee, según criterio de los
poderes establecidos.
En España,
la peculiaridad de una dictadura plácidamente consentida por las democracias
occidentales durante casi ocho lustros, propició el surgimiento de algunos
movimientos políticos radicales que utilizaron el terrorismo como arma. El
grupo más efectivo, conocido y longevo fue ETA que surgió a finales de los
cincuenta, para comenzar su actividad violenta ya iniciados los sesenta y
cometer su más afamado atentado en diciembre de 1973, cuando acabaron con la
vida del entonces presidente del gobierno, Luis Carrero Blanco. La complejidad
de la acción y la escasa infraestructura del grupo terrorista, junto con las
circunstancias que propiciaron el suceso invitan a pensar que tuvieron que
contar con colaboración extra, que destacados autores coinciden en indicar que
procedió de la agencia norteamericana de inteligencia, CIA, en su tarea de
construir una monarquía constitucional cimentada en el rey Juan Carlos I. Tras
la restauración de la democracia y las correspondientes discrepancias ideológicas,
un sector del grupo continuó con los atentados terroristas hasta que las
diferentes negociaciones por parte de los sucesivos gobiernos, treguas y
rupturas de las mismas, anunciaron el alto el fuego en septiembre de 2010, el
cese definitivo de la actividad armada en octubre de 2011, y hoy mismo 20 de
julio de 2014, mediante un comunicado ha anunciado el desmantelamiento de sus
estructuras logísticas y operativas, y el tránsito hacia la “confrontación
democrática”.
Sea como
fuere, la actividad de la banda ha servido durante todos estos años para
establecer el principal enemigo del régimen constitucional español, y por ende,
el enfrentamiento con sus ideologías como el mejor modo de defender el sistema
instaurado y, dicho sea de paso, también ha procurado jugosos beneficios a
compañías de seguridad privada y guardaespaldas.
En esa
tesitura, la condena al terrorismo de ETA se erigió durante sus años de asesina
actividad como el discurso que cohesionaba a las fuerzas democráticas, y quien
no lo suscribía era tachado de antidemócrata. A medida que la banda abandonaba
la violencia algunos movimientos políticos trataban de aproximarse para
alcanzar antes la ansiada paz, aunque la intransigencia anidaba en algunos de
ellos, especialmente en los más españolistas y radicales de derechas, herederos
del franquismo y de las más profundas ideologías absolutistas.
Ahora esas
facciones más extremistas y conservadoras, ante la aparición de tendencias
ideológicas y políticas que cuestionan la integridad de un sistema que ha
degenerado en una corrupción institucional excesivamente generalizada,
pretenden desprestigiarles desenterrando las trasnochadas acusaciones de ser
unos comunistas y no condenar el terrorismo. Esos mismos agitadores, que
pretenden crear hostilidad ante los nuevos movimientos que conquistan las urnas
y amenazan con cambiar las estructuras establecidas, no dudan en comerciar con
cualquier tipo de terror si les aporta beneficios y jamás han condenado el
terrorismo franquista que atentó contra un gobierno legítimo y democrático e
instauró un régimen de terror durante cuarenta años. Ellos son los terroristas
y agitadores que pretenden condicionar nuestras vidas para continuar en sus
poltronas de riqueza y poder mientras el pueblo se empobrece. Lo preocupante es
que continúen ganando elecciones.
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