Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Corrupciones en la honestidad ( o ¡Me cago, ...Monago!)

Se quejan amargamente quienes se dedican a la política en este país de que la corrupción no es generalizada y afirman que la mayoría de los políticos son honestos. La misma doctrina es repetida por los propios interesados y por todas las estructuras del sistema destinadas a difundir y establecer sus bases, pues deben emplearse a fondo para tratar de despejar el dominante clima de corruptelas e irregularidades generalizadas que cuestionan profundamente la validez de la partitocracia bipartidista y oligárquica en la que ha degenerado la ejemplaridad con la que nos vendieron la restauración democrática española tras la muerte de franco.
Sin duda cuantitativamente tienen razón, y con toda seguridad hay más políticos honestos que corruptos, como hay muchísimas más personas honestas que corruptas. Es cuestión de mera estadística, aunque las peculiaridades de la política hacen que la extrapolación porcentual no resulte exacta, como tampoco lo son el alcance y la trascendencia de las corruptelas, básicamente  al tratarse de una actividad pública, que afecta a múltiples ciudadanos, y voluntaria, pues nadie puede ser obligado a ejercerla. Ambas premisas envilecen aún más a los políticos corruptos a la par que minimizan la credibilidad de los políticos que defienden la honestidad de la mayoría de quienes se dedican a la actividad pública, al menos en un sistema de partidos como el dominante en España.
Uno de los discursos favoritos de nuestros políticos es su voluntaria entrega a los ciudadanos y al interés común, e incluso a veces pretenden ensalzar la profundidad de su sacrificio con la consabida coletilla de que trabajando en la empresa privada ganarían más dinero. Ahí se producen las primeras contradicciones de una vocación que debe cumplir ciertas premisas, puesto que es la actividad de quienes aspiran a regir los asuntos públicos de los Estados. Como un religioso, un sanitario, un deportista o cualquiera que realice una actividad voluntaria y trascendente para su ser y otros más o menos numerosos, entregan su tiempo y empeños en defender y poner práctica aquello en lo que creen, sea un dios, una ciencia, un deporte o un objetivo personal; por eso no deja de ser rastrero que un cura, médico, deportista,… pretenda ensalzar públicamente su labor a través de aquello a lo que renuncia en lugar de engrandecerla a través de su trabajo; por eso es ser miserable afirmar que se está en política casi por hacer un favor y que se tiene la vida resuelta, y luego hacer de la actividad pública una lucrativa profesión y de aferrarse a los cargos más allá de la imputación, y recuerden señores políticos, que en un estado democrático están al servicio del bien común, no de las élites dominantes e intereses particulares, incluidos los propios. Eso no es honesto, quejosos señores políticos, aunque la mayoría de ustedes lo sean.
Lo que sucede en ese proceso de degeneración de su honestidad es sencillo.
Partamos de dos premisas básicas que exige la voluntaria actividad política democrática, debe velar por el interés de la mayoría del pueblo y sus candidatos elegidos directamente por él. El primer vicio del sistema es inherente a la esencia humana. Para ser elegido hay que ser conocido, y para querer ser protagonista de ese circo se debe tener cierto tipo de personalidad que diversos estudios psicológico y sociológicos señalan como autoritaria, vanidosa y hambrienta de poder, así que es muy probable que las candidaturas electorales estén repletas de gentes de este tipo, evidentemente también gracias a la pasividad y comodidad del resto. El segundo ingrediente que culmina el triunfo y generalización de las corruptelas en España, cuyo sencillo arraigo se sustenta en una larga tradición de ellas tanto durante el franquismo como en el resto de la historia de este ibérico conglomerado iniciado por los Reyes Católicos, es el funcionamiento vertical de los partidos políticos que gobiernan donde la democracia se diluye insignificante entre trepas e intereses en la que se potencia una casta en la que quien se mueve no sale en la foto. Las garantías de que lleguen al poder las personas más autoritarias, vanidosas y hambrientas de poder están servidas, y aunque esas características no sean causa directa de corrupción, tampoco son el caldo de cultivo ideal para la el florecimiento de la honestidad puesto que vanidad y poder se halagan y alcanzan fácilmente con dinero corrupto.
Sin duda hay más políticos honestos que corruptos, aunque el riesgo de corrupción es directamente proporcional al poder que se acumule y la falta de honestidad se da tanto en el corrupto como en quien le ampara, de ahí que sea complicado creer que se combate la corrupción amparándose en la honestidad pero apoyando, hasta un minuto antes de su imputación judicial e incluso de su ingreso en prisión, a compañeros de dudosa reputación, mientras les jalean públicamente. Encabezando el coro de aplausos y respaldos a muchos de los sospechosos de sus huestes se encuentra el innombrable, no vaya a ser que nos condenemos con solo citar su nombre, presidente del gobierno y del partido popular.


Cuando uno está tan en connivencia con los imputados más importantes y les alaba, además de compartir cotas de poder e ideologías, o comparte y justifica sus actuaciones ilícitas o no se entera de las mismas. En cualquiera de los dos casos estaría incapacitado para presidir un país, pues en el primero sería un delincuente y en el segundo un ignorante. Y ahora, en pleno proceso de regeneración inútil que dura ya cuatro años y en nuevo intento propagandístico de pretender hacer algo para acabar con las mínimas corrupciones que aceptan en lo que consideran un mar de honestidad políticas, les surgen un par de representantes, en lo que parece ser la punta de un gigantesco iceberg, que viajaban por la cara para asuntos particulares, y mientras uno dimite el otro se aferra al cargo y cambia de versión según el día y todas son jaleadas por sus compañeros de partido, pero ninguno de los dos paga. ¡Es que me cago,... Monago!