Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

jueves, 27 de mayo de 2010

Entre chivos y turcos

La población española el uno de enero de este año ascendía a casi 47 millones de habitantes, de los cuales 5,7 millones, el doce por ciento eran extranjeros. La cifra de inmigrantes en nuestro país ha aumentado notablemente y así España ha pasado de ser un país netamente emigrante, primero hacia las Américas en busca de fortuna y tierras ricas, y después obligado por el franquismo y el hambre, a tener la inmigración actual. El verdadero boom de la misma se ha dado en los últimos diez años en los que se ha multiplicado por seis la población extranjera, pasando de los 900.000 a los 5,7 millones.

En este periodo de expansión económica, especialmente basada en el sector inmobiliario, la mayoría de esos inmigrantes ocupaban los trabajos que no eran interesantes para los españoles. Exactamente lo mismo que hicieron la mayor parte de los dignos inmigrantes españoles, aunque ahora no lo recordemos y parezca que todos esos extranjeros que vienen aquí es para quitarnos nuestros trabajos.

Por nacionalidades, los foráneos más presentes en España son rumanos (829.000) y marroquíes (746.000), el 14,5 y el 13,1 por ciento respectivamente. Les siguen ecuatorianos, británicos, colombianos y bolivianos, con porcentajes que oscilan entre el tres y el siete por ciento, y hay otras catorce nacionalidades que superan el uno por ciento. Los turcos ni aparecen.

El gobierno de Zapatero, en sus divagaciones y bandazos, ha decidido dar un aire exótico a tres millones de funcionarios y les ha convertido en turcos, para en su cruzada contra la crisis cortar sus cabezas. La Real Academia de la Lengua define “cabeza de turco” como persona a quien se achacan todas las culpas para eximir a otras. Precisamente la palabra se ha ganado esta acepción por la tradición histórica del merito que daban los cristianos a matar a un turco en las cruzadas y cortar y exhibir su cabeza para culparla de todos los males.

El cruzado Zapatero ha adoptado la actitud más fácil y cobarde, además de incumplir lo ya firmado, y ha exhibido la cabeza de tres millones de funcionarios recortándoles el salario una media del cinco por ciento para calmar a los mercados internacionales. Este sacrificio de inocentes también les convierte en chivos expiatorios de un mal que ellos no han provocado para calmar a los dioses del capitalismo.

Turcos o chivos, junto a los jubilados, han sido elegidos para ello por las hordas socialistas, aunque ahora digan que van a subir los impuestos a los más ricos, eso sí, dentro de unas semanas para que, si queda alguno que aún no lo ha hecho, pueden poner a salvo sus fortunas. También dicen que ellos se van a bajar un quince por ciento sus salarios, pero ni siquiera mencionan sus dietas, visas, coches, asistentes y demás prebendas. Eso parece intocable, como los beneficios de las grandes empresas y bancos. Pero dentro de este pusilánime acto de pagar menos a los más débiles y controlados, para quienes definen su política como social y progresista, la medida se ensaña mucho más con los funcionarios.

La pérdida de poder adquisitivo de este colectivo en la última década, precisamente la más productiva para el resto de sectores, y en la que mucho de ellos incrementaron sus ingresos notablemente, ha disminuido más del doce por ciento con respecto al encarecimiento de la vida. Si nos remontamos a 1982, la cifra supera el 42 por ciento. Queda patente su sangría extra, incluso con respecto a los jubilados. Y esa inquina añadida también se extiende al resto de la sociedad, y, como en el caso de los inmigrantes, se les tiende a hacer culpables de todo en épocas de crisis. Durante los periodos de vacas gordas y grandes ganancias, son casi invisibles, ya que interesan mucho menos los trabajos que ocupan ambos, unos por ser labores desagradables o mal pagadas, y los otros por la cicatería de sus salarios, ya que prácticamente en cualquier actividad privada por desempeñar la misma tarea se acostumbra a ganar más y, sobre todo, con dinero menos controlado. En cualquier caso, inmigrantes y funcionarios son demonizados cuando escasea el trabajo y se convierten en chivos expiatorios o en cabezas de turco.

A los jubilados se les tiene más respeto. El motivo es evidente: tarde o temprano, todos o casi todos acabamos siendo pensionistas y sería ilógico no defender unos derechos que van a ser los tuyos propios en algún momento.

Sin embargo funcionarios no lo pueden ser todos, no por imposibilidad de serlo, sino porque hay un número de plazas limitado, y de ahí que sea más sencillo atacarlos.

Pero son ataques infundados e irreflexivos. La principal acusación parece ser la seguridad de su puesto de trabajo. Eso es tan absurdo como criticar a cualquier colectivo simplemente por el hecho de serlo. Aunque en todos los aspectos y profesiones de la vida hay personas deshonestas, también en el funcionariado las hay, pero la mayor parte de este colectivo cumple con su trabajo, y gracias a ello la Administración puede funcionar en todas sus vertientes: sanidad, educación, seguridad, …

Retomando la hostilidad que suelen generar los funcionarios en épocas de crisis por tener un sueldo garantizado, quienes realizan esas críticas, como quienes acusan a los inmigrantes de quitarles el trabajo, tal vez deberían mirarse a si mismos y entender y aceptar que fue su propia opción de no dedicarse a trabajar en la administración, o en empleo de turno que ocupe el extranjero vilipendiado el origen de ese recelo. Es una postura muy cómoda. Cuando todo va bien, el trabajo digno y bien remunerado para mi y el resto para los demás, que se jodan si ganan poco. Si las cosas van mal, hay que repartir el trabajo, y no es justo que haya quien tenga un empleo fijo, aunque se haya preparado y luchado para ello. Esa actitud poco sana se repite ante cualquier colectivo con ciertos privilegios. Cuando se supo lo que cobraban los controladores aéreos, hasta el ministro de Fomento, José Blanco, quiso echarlos a la arena de la crítica y el desprestigio sociales. En realidad, si ganaban esos sueldos es por qué alguien se lo pagaba y lo habían logrado lícitamente y con su preparación. Sigue pareciéndome más lamentable que los políticos cobren lo que cobran, y son ellos mismos quienes deciden sus salarios y prebendas.

La aversión de este país por los funcionarios proviene de un pasado no demasiado glorioso en el que, para subsistir, debían cobrar a los administrados por sus servicios. Como en tantas otras cosas, cuarenta años de franquismo pauperizaron su situación, además de colocar en estos cargos a muchos de sus adeptos, lo que generó una administración torpe, kafkiana, prepotente y desagradable. Afortunadamente las cosas han cambiado en las relaciones con la administración y la mayoría de los funcionarios no son así, aunque queden algunos, pero a pesar de ello se mantiene cierto recelo hacia el funcionariado en general, y en muchas ocasiones por aquellos de ideologías no demasiado alejadas a las de aquellos tristes cuarenta años.

Ser funcionario tiene la ventaja de tener un salario garantizado, ahora ya no tanto, puesto que nuestros dirigentes han demostrado que pueden hacer lo que quieran con los sueldos y derechos de aquellos que trabajan para la administración. A partir de ahí, las ventajas no lo son tanto, y más bien exige bastantes esfuerzos y renuncias.

Partiendo de la base irrefutable de que todos los españoles mayores de edad y no inhabilitados para ello pueden presentarse para tratar de ocupar una plaza de empleo público dentro de su formación. Hacerlo es cuestión de voluntad y hasta quienes lo critican podrían haberlo sido. Su opción fue no serlo, pero no por eso pueden demonizar a un colectivo que adquirió un puesto de trabajo legal y transparente en sus derechos y obligaciones.

Para adquirir la condición de funcionario, en la mayor parte de los casos, hay que pasar unas oposiciones, con el esfuerzo y preparación que requiere. Después tendrás tu puesto de trabajo para siempre, a no ser que incumplas de manera muy grave tus obligaciones. Eso conlleva tener unos derechos, entre ellos los pecuniarios (los salarios base mensuales oscilan entre los 550 y los 1.100 euros, y con complementos y demás se pueden llegar a triplicar, e incluso más, pero ni mucho menos es lo habitual, y la mayoría son poco más que mileuristas). En horarios, vacaciones y días libres están muy bien servidos, de momento, pero digamos que la parte lucrativa es muy limitada. Su estabilidad laboral lleva ligada esa estabilidad remunerativa y sus ingresos están totalmente controlados, además de tener que pedir la compatibilidad de su empleo con cualquier otro que quieran desempeñar para obtener algún ingreso extra, así que son unos pringaos en épocas de vacas gordas y de enriquecimientos, y unos privilegiados cuando las vacas son flacas. Entonces son chivos, o turcos, pero su único delito es haber analizado los pros y los contras de ser funcionario, y haber decidido serlo a pesar de todo. Sin duda, hay otros culpables que se merecen más nuestra hostilidad.

sábado, 22 de mayo de 2010

Contagios peligrosos

Una de las principales lacras que han masacrado a la raza humana a lo largo de la historia han sido los contagios de enfermedades transmisibles. Peste, viruela, difteria, gripe o tuberculosis han provocado grandes epidemias con numerosas muertes en el transcurso de los siglos. Ahora, en pleno siglo XXI, con todos los avances científicos y técnicos, aunque ya se han conseguido erradicar muchas de esas enfermedades, el contagio de otras continúa causando auténticas pandemias de muerte en el mundo, a pesar de que nuestra cómoda situación dentro de los países desarrollados parezca ocultárnoslo. Por poner algunos ejemplos, de los casi nueve millones de niños menores de cinco años que mueren anualmente en el planeta, más de las dos terceras partes lo hacen a causa de enfermedades infecciosas, especialmente neumonía, diarrea y malaria, y en países africanos y del sudeste asiático.

Los niños están más indefensos ante este tipo de enfermedades, y aunque las muertes provocadas por ellas disminuyen, aún continúan siendo muy preocupantes. Como también lo son otras pandemias muy contagiosas y peligrosas, y que afectan tanto a niños como a mayores. Alrededor de cuarenta millones de personas en el planeta tienen el virus del SIDA y en los próximos años podrían infectarse otros cuarenta millones más en los países más pobres, si no se extreman las medidas para evitar su contagio. En 2003, tres millones de personas murieron a causa del SIDA, y en los 20 años anteriores ya habían fallecido 28 millones más por la misma causa. Entretanto, el Papa continúa condenando el uso del preservativo.

Otra de esas letales enfermedades contagiosas invisibles en occidente es el paludismo. Según datos de la OMS, cerca de la mitad de la población del mundo corre el riesgo de contagiarse por esa enfermedad que en 2008 produjo 243 millones de contagios y cerca de 900.000 muertos, de los cuales el 90 por ciento se produjo en África.

La lista de enfermedades contagiosas y peligrosas podría continuar, pero con las dos más significativas ya queda patente la gravedad del asunto, aunque nosotros nos sintamos ajenos a todo ello en nuestros pedestales de protección occidental. Sí, nos sentimos más o menos seguros ante esas amenazas invisibles para nuestra salud física, y nos protegemos de ellas porque tenemos los medios para hacerlo, así que no nos preocupan demasiado y tal vez por eso pretendamos ignorar que a una gran parte de nuestra raza planetaria si que lo hace, y con luctuosos resultados y ante una escasa ayuda occidental que raya la pasividad.

Eso son vanas preocupaciones para lo que realmente parece interesarnos. Curados de contagios peligrosos físicos, lo que parece amenazarnos son otro tipo de peligrosas actitudes que en ocasiones rayan la enfermedad, y que si no se atajan a tiempo y se aíslan y evitan, pueden llegar a ser contagiosas.

Recientemente la OCU (organización de Consumidores y Usuarios) ha hecho público un estudio sobre el servicio de taxi en trece ciudades españolas. Los taxistas no han salido muy bien parados.

Casi la mitad de los trayectos realizados en el estudio presentan irregularidades que afectan a un cobro abusivo. Los taxistas han puesto el grito en el cielo y han amenazado con medidas legales contra la OCU. Los medios de difusión que emitieron la noticia recogieron el malestar de quienes ejercen esa profesión. Algunos afirmaban, indignados, que esas acusaciones eran mentira. Otros, más comedidos, y con toda la razón del mundo, decían que no era lo normal y que en todas las profesiones y aspectos de la vida, había personas deshonestas. Con ambas opiniones, algunos de esos medios que difundieron la noticia realizaron su propio estudio y comprobaron que en cerca del 20 por ciento de los viajes se cometieron irregularidades.

No es la primera vez que estudios de este tipo han dejado en evidencia la tendencia a cobrar en exceso que parece fluir en los taxis. También es cierto que en todos los aspectos y profesiones de la vida hay quien se lucra obteniendo dinero fácil, pero de dudosa procedencia, pero hay que reconocer que la profesión de taxista lo facilita por lo complicado que resulta delimitar el coste exacto de cada servicio y la influencia del propio taxista en él.

Desconozco el volumen de negocio que puede mover un taxi en España, pero supongo que no es pequeño por el precio que suelen costar los traspasos de las licencias, a pesar de todos los impuestos que tienen que pagar. Sin pretender compararlo con este país, creo que puede dar una idea de la cierta facilidad con que se gana dinero en un taxi lo que sucede en Lima. En la capital peruana ese negocio aún no está regulado y ni siquiera existen taxímetros. Si deseas tomar un taxi (en esa metrópoli de diez millones de habitantes, sin trenes, ni metros, ni casi autobuses, casi cualquier coche puede ser un taxi), lo llamas y negocias el precio hasta el destino. Si llegas a un acuerdo lo coges y te vas. De lo contrario, no te preocupes ya que mientras negociabas, otros dos taxis se han detenido por si no llegabas a un acuerdo, y esperando su oportunidad. Obtener dinero así es tan sencillo que mucha gente se dedica a ello, incluso por horas o con coches alquilados, y es tan habitual que lo llaman "taxear". En cualquier caso, si tantas personas lo hacen, parece que es porque puede ser un buen negocio.

En realidad esa tendencia a los excesos lucrativos es directamente proporcional a la capacidad de control sobre el dinero que proporciona la actividad. De eso saben bastante nuestros políticos, que es otra de esas profesiones que tiende demasiado a hacerse con dinero fácil pero dudoso. Sólo hay que repasar las hemerotecas: trama Gürtel, caso Matas, y tantos otros que lo demuestran.

En esta profesión, como en la de los taxistas y otras tantas, lo más importante no es clamar al cielo y quejarse, ni escudarse en que sucede en otros aspectos y profesiones de la vida, como justificándolo. Lo más importante es poner coto a esa peligrosa y contagiosa actividad denunciando a quien la practica e impidiendo que ni tan siquiera puedan estar presentes en la profesión. Se trata de evitar que las piezas podridas contagien a las demás, y para ello es necesario erradicarlas de cuajo, sino los contagios proliferan y los pagamos todos. Lo demás son sólo palabras.

viernes, 14 de mayo de 2010

Crisis, what crisis?

Cuando los legendarios Supertramp editaron en 1975 su cuarto album con el título genérico de Crisis, what crisis?, la situación económica mundial era tan desoladora como la actual, aunque parece que nuestra endeble memoria no lo quiera recordar. Lo que cabe preguntarse es lo mismo que hicieron los miembros del grupo británico sobre la situación que nos afecta, Crisis, ¿qué crisis?.

En la vertiente económica, las teorías marxistas (no como ideología, sino como instrumento de análisis económico) sobre la crisis defienden que las recesiones en el sistema capitalista son inherentes al propio sistema, y como tales inevitables y cíclicas, repitiéndose cada ocho o diez años. Los contenidos de la conferencia “La teoría marxista de la crisis y la actual depresión económica” indican que los detonadores clásicos de las recesiones son: superproducción en los sectores clave de la expansión precedente (automóvil, construcción inmobiliaria, acero, petroquímica, etc.), baja de la tasa media de ganancia, agravación de las tendencias especulativas e inflacionistas, obligación para la burguesía de iniciar una política deflacionista, desocupación en rápido ascenso,…

Muchos de estos indicios son aplicables actualmente, junto a la hecatombe financiera propiciada por la especulativa banca de inversión norteamericana, pero también lo eran en las anteriores crisis. Concretamente la conferencia data de 1983 y hace referencia a las recesiones económicas de 1974-75, 1980-82. Así pues, la mayoría de los motivos de la actual crisis económica no deben sorprendernos porque ya nos son conocidos, además de cíclicos. El nacimiento de una banca voraz, no dirigida al negocio tradicional sino a la intermediación, a la inversión y al beneficio a corto plazo y no controlada por organismos gubernamentales es un nuevo invento norteamericano que ha incrementado las causas de la crisis económica y agudizado sus consecuencias.

Si la actual crisis no difiere demasiado de las anteriores, ¿Qué otras situaciones o aspectos diferenciados le confieren esa espectacularidad apocalíptica que parece difundirse con los acontecimientos?

La catástrofe financiera provocada por esa especulación salvaje de la creciente banca de inversión norteamericana es innegable. Los estados han tenido que inyectar liquidez a una banca que zozobraba seducida por los fondos basura potenciados, para un raudo enriquecimiento, por los gurús económicos del país capitalista por excelencia. Esparcieron su basura por todo el planeta y al amparo de la obtención de dinero fácil y rápido que propugnan las nuevas tendencias capitalistas. Eso si, a pesar de toda la catástrofe provocada, demasiada gente se enriqueció con esas triquiñuelas y, aunque hay culpables, el dinero se volatilizó. Los estados ayudaron a reponer, con el dinero de todos, lo que unos pocos, adorados por el sistema hasta hace poco, se llevaron.

En España, en el aspecto bancario, la crisis parece algo diferente. Los dos principales bancos, Santander y BBVA obtuvieron en 2009, 8,9 y 5,2 millones de euros de beneficios respectivamente, y en el primer trimestre de este año el primero mejoró un cinco por ciento con respecto al año pasado mientras que el segundo igualó sus resultados. Aquí parece que no hay crisis, porque siguen ganando mucho dinero, igual que algunas multinacionales como Telefónica, Repsol, Endesa,… Se podría hablar de crisis en las cajas de ahorro que, mangoneadas por los políticos en sus consejos de administración, ven como sus beneficios disminuyen e incluso entran en notables pérdidas, hasta llegar al extremo de tener que ser intervenidas por su ruinosa situación, como fue el caso de Caja Castilla La Mancha, al frente de la cual estuvo diez años el socialista Juan Pedro Hernández Moltó.

Así pues, parece que en este país, y en otros muchos e incluso en la totalidad globalizada del sistema, además de la crisis tradicional definida perfectamente en sus causas por el análisis marxista, conviven otras muchas, que al fin y al cabo la agravan. Es el momento de retomar la pregunta de Supertram, Crisis, ¿Qué crísis?.

¿Crisis de un sistema que nos invita al enriquecimiento rápido y a la especulación y el consumismo como única manera de triunfar en la vida y de realizarse?

¿Crisis de la espiritualidad y adoración del materialismo, reflejados incluso en la religión occidental dominante que durante siglos se ha envuelto de materialismo y lujo, y cultivado una hipocresía que oculta hasta la pederastia de sus miembros?

¿Crisis de unos mandatarios y de unos endiosados gurús económicos que especulan, ocultan la realidad y disfrazan cifras hasta que quiebra por completo aquello que dirigen?

Tal vez las crisis inherentes al capitalismo se han visto incrementadas por esas crisis individuales y sociales que nos convierten en nuevos esclavos y nos invitan a vivir muy por encima de nuestras posibilidades, para crear la madre de todas las crisis, la que marque el principio del necesario fin del actual sistema económico, social y político, todos ellos insostenibles.

Y precisamente en este último punto, el político, es donde más oscuro se ve todo en España y menos esperanzadora es la situación. Los políticos son quienes dirigen los países y, por ende, pueden avocarnos a salir o a profundizar la crisis, pero los políticos españoles, muchos de los cuales ya estaban en otras épocas y crisis, parece que ya tienen bastante con las suyas propias. La oposición, la crisis de encubrir las preocupantes corruptelas de sus miembros y de llegar al poder a cualquier precio y sin tener en cuenta para nada el interés general.

La crisis que envuelve al gobierno es más preocupante aún, ya que están en el poder y sus decisiones nos afectan de lleno,

y lo que están demostrando con ellas es una total negligencia e ineptitud a la hora de gobernar ya que, además de castigar a los colectivos que menos han provocado la situación y menos se han visto favorecidos con la especulación que los provocó, pensionistas y funcionarios (a quienes Mariano Rajoy, a pesar de defenderlos ahora, ya castigó en su día), se dedican a incumplir los acuerdos que ya han firmado, e incluso la legislación que han aprobado, eso sí, sólo las que suponen mejoras sociales que con tanto bombo vendieron, y que, obviamente, has sido muy aplaudidas tanto por los empresarios como por los banqueros, que en ambos casos tienen bastante más culpa de lo que sucede que a quienes ahora se masacra con las nuevas medidas.

En definitiva, prácticamente el único resto intacto de la tan cacareada política social de los gobiernos de Zapatero es la supresión del Impuesto de Patrimonio, lástima que sólo afecte a un millón de contribuyentes, todos ellos de clase media o alta.

Esta desastrosa realidad nos lleva nuevamente a nuestra crisis como miembros de esta sociedad, ya que no debemos olvidar la responsabilidad que cada uno de nosotros tiene en todo lo que está sucediendo con nuestras actitudes y elecciones en todo lo que se refiere a la vida, y como no, también en los comicios electorales. Una vez más, tú eliges.

viernes, 7 de mayo de 2010

Humos de hipocresía

La llegada del siglo XXI provocó en muchos Estados, incluido el español, un aumento de la celosa y paternalista función de proteger la salud de sus administrados, y eso se notó especialmente en una materia, el tabaquismo. Aunque algunos países ya habían iniciado con anterioridad su particular lucha contra ese vicio, fue más o menos a partir del año 2000 cuando las naciones punteras de la civilización capitalista, los autodenominados países desarrollados, comenzaron a legislar contra el tabaco. Con más o menos intensidad, la mayoría de estos países, y algunos no tan supuestamente desarrollados, iniciaron una escalada legislativa para prohibir fumar o promocionar el consumo de tabaco. Ya por aquel entonces traté el asunto en la columna Demasiados fumadores, publicada en El Correo de Burgos.

Los argumentos eran incontestables: cada año morían en el mundo cinco millones de personas como consecuencia del tabaquismo. En España esa cifra era de 55.000 muertes al año. La actitud de los estados en su batalla contra el tabaco parecía, pues, incuestionable y velaban por la salud de todos los ciudadanos, fumadores o no, porque el tabaco mata igual, hasta el punto de prohibir fumar en muchísimos lugares, y en breve la legislación española impedirá fumar en todo tipo de establecimientos públicos cerrados, a pesar de que a muchos de ellos se les obligó hace unos años a realizar inversiones para separar a fumadores de no fumadores.

Encomiable la preocupación de los gobiernos por sus súbditos. Hay que ver cuanto se preocupan por nosotros y nuestra laxa voluntad para combatir los vicios que nos matan lentamente. Aunque ese tanto desvivirse de los estados por la salud de sus administrados ofrece aspectos que no parecen ser demasiado coherentes.

Estamos de acuerdo, está científicamente demostrado, en que el humo del tabaco mata. En la carrera para hacérnoslo ver los discursos políticos han sido implacables contra su consumo hasta tildarlo prácticamente de lacra para la salud humana. Las contradicciones entre discursos y acciones son patentes.

Si el humo del tabaco es veneno para la salud, no se encuentra justificación alguna para que los estados permitan su venta legal y recaudando impuestos por ello. La excusa puede ser que antes no se sabía. Tal vez; pero tampoco son tan recientes los estudios que relacionan consumo de tabaco y cáncer. A mediados del pasado siglo ya se conocía y los estudios que lo denunciaban se incrementaban progresivamente, pero a pesar de ello se continuaba potenciando, publicitando y explotando el consumo de tabaco, en muchas ocasiones desde los propios estados, y en otras permitiendo a las multinacionales incluso añadir sustancias para incrementar la adicción al tabaco, además de subvencionar su cultivo con ayudas, lo que la Unión Europea aún hace, este año con 5,8 millones de euros, pero pronto ya y pronto de ningún modo.

Todas estas controvertidas situaciones quizás se entiendan analizando someramente la evolución del tabaco en occidente. El tabaco fue polémico prácticamente desde su traída desde América en el siglo XVI, de cuyo mérito, como en muchos otros aspectos relacionados con el descubrimiento del nuevo continente, nos cabe la dudosa honra a los españoles. Al principio contó con partidarios que defendían su consumo como algo cosmopolita y aventurero, pero también tuvo muchos detractores, e incluso la Inquisición condenaba su consumo. En el resto de países del viejo continente sucedía lo mismo. Defensores y detractores convivían, aunque en general dominaban las leyes prohibitivas que beneficiaban a los segundos.

Pero pronto cambió el panorama. Exactamente en el momento en el que las autoridades fueron conscientes del negocio que suponía el creciente consumo del tabaco. Entonces los estados comenzaron a formar lucrativos monopolios. En España su comercio era un monopolio de la Corona, y como tal estaba protegido. Su precio era tan elevado y su comercialización tan rentable, que ya desde sus inicios, creció paralelamente el contrabando del mismo, contra el cual luchaban los estados para que no les aminoraran sus importantes ingresos. Así los sucesivos reinados y gobiernos del estado español protegieron y promocionaron el consumo del tabaco por los ingentes ingresos que les producía su venta, especialmente a través de las tasas que recaudaba con ella. Actualmente la mayoría de los países avanzados penalizan al tabaco con impuestos que rondan entre el 51 y 75 por ciento de su precio de venta al público, pero entonces ya suponía importantes ingresos para el estado.

También lo relacionado con su producción realizaba notables aportaciones a las diferentes economías, sólo hay que recordar el desarrollo que para algunos estados norteamericanos supusieron las plantaciones de tabaco y donde aún hoy siguen campando las grandes multinacionales de la nicotina, y sin ir más lejos, en el siglo XIX el negocio del tabaco llegó a suponer casi el 16 por ciento del PIB español.

Con la liberalización de la economía, el negocio del tabaco pasó más a manos privadas en su producción y comercialización, y los estados se quedaban con la recaudación impositiva. La tarta se repartía y todos contentos.

Ahora los países desarrollados son conscientes del coste sanitario que supone un tabaquismo que ellos y su afán recaudatorio potenciaron durante muchos años. Ahora se recogen las tempestades cancerígenas que sembraron los vientos del tabaquismo alentados por multinacionales y estados para hacer negocio y recaudar. Ya no resulta rentable la balanza entre recaudación por impuestos al tabaco y pagos por costes sanitarios relacionados con su consumo. En conclusión el humo del tabaco se ha demonizado al unísono por todos esos estados civilizados y se ha convertido en la más perniciosa de las lacras para la salud humana.

Aquí entran de nuevo tenebrosas contradicciones. A pesar de todos los esfuerzos de los paternalistas estados desarrollados, y algunos no tanto, las muertes provocadas por el tabaquismo y su pernicioso humo aumentarán durante los próximos años. ¿La causa?, pues que los muertos serán en los países subdesarrollados. Otra de las hipócritas paradojas del capitalismo. Si el tabaco mata, lo hace en todo el planeta y es negativo para la salud de todos los humanos, aunque claro, a lo mejor en esos países no viven seres humanos. Por cierto, hay acusaciones sobre las multinacionales tabaqueras, las que continúan operando con el beneplácito de los mismos gobiernos capitalistas que consideran tan maligno el humo del tabaco, que insinúan que el tabaco más pernicioso y de menos calidad se vende en esos países donde los controles sanitarios no son tan severos.

Allí quizás el humo no es tan asesino, como parece no serlo otro humo que a simple vista mata más, pero con el que de momento parece no meterse nadie hasta el extremo de prohibirlo: el humo de los tubos de escape de los coches (de la contaminación industrial mejor ni hablar porque cuanto más alto es el interés económico menor es la transparencia y el control).

¿Quien no ha estado toda la noche en un lugar cerrado, repleto de fumadores y atestado de humo y, a pesar de todo, ha sobrevivido? Al día siguiente quizás tenía resaca, dolor de cabeza o la garganta destrozada, pero sobrevivía sobreponiéndose al asesino humo. Lo que es más complicado es encontrar a alguien que haya sobrevivido a toda una noche encerrado en un local con el motor del coche en marcha, y aunque no fumara. Aquí lo que mata es el humo de la combustión, pero ese parece no matar tanto como el del tabaco. Se calcula que hay más de 800 millones de vehículos a motor en todo el mundo, pero no parece preocupar demasiado su pernicioso humo, de momento, como tampoco lo hizo el del tabaco cuando producía grandes ingresos y pocos costes a los estados.

La industria automovilística genera millones de empleos en el mundo, y ha sido uno de los motores de la segunda revolución industrial, y artífice del “sueño americano”, además de ser un excelente método de recaudación de tributos. El estado español recaudó en 2008 más de 24.000 mil millones de euros por impuestos relacionados con el automóvil. El documental Cambio de sentido aporta bastantes datos al respecto.

Con esos logros del automóvil, ni su humo mata, ni son ilegales las guerras que provoca el petróleo y hasta se pueden justificar las catástrofes naturales que provocan sus vertidos, … de momento. Tal vez haya que esperar cincuenta años, como con el tabaco, o que se acabe el negocio del petróleo para que acepten que ese humo mata, y no sólo a los seres humanos, sino a todo el planeta.

Aquí, como con el humo del tabaco, también los peor parados son los países subdesarrollados, donde además los coches contaminan más. Allí, a pesar de que hay menos coches se producen el noventa por ciento de los muertos en accidentes de tráfico, y la mayoría de ellos son personas con ingresos medios y bajos que jamás les permitirían poseer un automóvil. Mueren atropellados como peatones o ciclistas, o en transportes públicos.

Los humos que corren por este planeta globalmente capitalista más que humos perniciosos son humos de hipocresía, como los que casi siempre forman las inconmensurables humaredas de este voraz e insaciable sistema económico.