Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

viernes, 7 de mayo de 2010

Humos de hipocresía

La llegada del siglo XXI provocó en muchos Estados, incluido el español, un aumento de la celosa y paternalista función de proteger la salud de sus administrados, y eso se notó especialmente en una materia, el tabaquismo. Aunque algunos países ya habían iniciado con anterioridad su particular lucha contra ese vicio, fue más o menos a partir del año 2000 cuando las naciones punteras de la civilización capitalista, los autodenominados países desarrollados, comenzaron a legislar contra el tabaco. Con más o menos intensidad, la mayoría de estos países, y algunos no tan supuestamente desarrollados, iniciaron una escalada legislativa para prohibir fumar o promocionar el consumo de tabaco. Ya por aquel entonces traté el asunto en la columna Demasiados fumadores, publicada en El Correo de Burgos.

Los argumentos eran incontestables: cada año morían en el mundo cinco millones de personas como consecuencia del tabaquismo. En España esa cifra era de 55.000 muertes al año. La actitud de los estados en su batalla contra el tabaco parecía, pues, incuestionable y velaban por la salud de todos los ciudadanos, fumadores o no, porque el tabaco mata igual, hasta el punto de prohibir fumar en muchísimos lugares, y en breve la legislación española impedirá fumar en todo tipo de establecimientos públicos cerrados, a pesar de que a muchos de ellos se les obligó hace unos años a realizar inversiones para separar a fumadores de no fumadores.

Encomiable la preocupación de los gobiernos por sus súbditos. Hay que ver cuanto se preocupan por nosotros y nuestra laxa voluntad para combatir los vicios que nos matan lentamente. Aunque ese tanto desvivirse de los estados por la salud de sus administrados ofrece aspectos que no parecen ser demasiado coherentes.

Estamos de acuerdo, está científicamente demostrado, en que el humo del tabaco mata. En la carrera para hacérnoslo ver los discursos políticos han sido implacables contra su consumo hasta tildarlo prácticamente de lacra para la salud humana. Las contradicciones entre discursos y acciones son patentes.

Si el humo del tabaco es veneno para la salud, no se encuentra justificación alguna para que los estados permitan su venta legal y recaudando impuestos por ello. La excusa puede ser que antes no se sabía. Tal vez; pero tampoco son tan recientes los estudios que relacionan consumo de tabaco y cáncer. A mediados del pasado siglo ya se conocía y los estudios que lo denunciaban se incrementaban progresivamente, pero a pesar de ello se continuaba potenciando, publicitando y explotando el consumo de tabaco, en muchas ocasiones desde los propios estados, y en otras permitiendo a las multinacionales incluso añadir sustancias para incrementar la adicción al tabaco, además de subvencionar su cultivo con ayudas, lo que la Unión Europea aún hace, este año con 5,8 millones de euros, pero pronto ya y pronto de ningún modo.

Todas estas controvertidas situaciones quizás se entiendan analizando someramente la evolución del tabaco en occidente. El tabaco fue polémico prácticamente desde su traída desde América en el siglo XVI, de cuyo mérito, como en muchos otros aspectos relacionados con el descubrimiento del nuevo continente, nos cabe la dudosa honra a los españoles. Al principio contó con partidarios que defendían su consumo como algo cosmopolita y aventurero, pero también tuvo muchos detractores, e incluso la Inquisición condenaba su consumo. En el resto de países del viejo continente sucedía lo mismo. Defensores y detractores convivían, aunque en general dominaban las leyes prohibitivas que beneficiaban a los segundos.

Pero pronto cambió el panorama. Exactamente en el momento en el que las autoridades fueron conscientes del negocio que suponía el creciente consumo del tabaco. Entonces los estados comenzaron a formar lucrativos monopolios. En España su comercio era un monopolio de la Corona, y como tal estaba protegido. Su precio era tan elevado y su comercialización tan rentable, que ya desde sus inicios, creció paralelamente el contrabando del mismo, contra el cual luchaban los estados para que no les aminoraran sus importantes ingresos. Así los sucesivos reinados y gobiernos del estado español protegieron y promocionaron el consumo del tabaco por los ingentes ingresos que les producía su venta, especialmente a través de las tasas que recaudaba con ella. Actualmente la mayoría de los países avanzados penalizan al tabaco con impuestos que rondan entre el 51 y 75 por ciento de su precio de venta al público, pero entonces ya suponía importantes ingresos para el estado.

También lo relacionado con su producción realizaba notables aportaciones a las diferentes economías, sólo hay que recordar el desarrollo que para algunos estados norteamericanos supusieron las plantaciones de tabaco y donde aún hoy siguen campando las grandes multinacionales de la nicotina, y sin ir más lejos, en el siglo XIX el negocio del tabaco llegó a suponer casi el 16 por ciento del PIB español.

Con la liberalización de la economía, el negocio del tabaco pasó más a manos privadas en su producción y comercialización, y los estados se quedaban con la recaudación impositiva. La tarta se repartía y todos contentos.

Ahora los países desarrollados son conscientes del coste sanitario que supone un tabaquismo que ellos y su afán recaudatorio potenciaron durante muchos años. Ahora se recogen las tempestades cancerígenas que sembraron los vientos del tabaquismo alentados por multinacionales y estados para hacer negocio y recaudar. Ya no resulta rentable la balanza entre recaudación por impuestos al tabaco y pagos por costes sanitarios relacionados con su consumo. En conclusión el humo del tabaco se ha demonizado al unísono por todos esos estados civilizados y se ha convertido en la más perniciosa de las lacras para la salud humana.

Aquí entran de nuevo tenebrosas contradicciones. A pesar de todos los esfuerzos de los paternalistas estados desarrollados, y algunos no tanto, las muertes provocadas por el tabaquismo y su pernicioso humo aumentarán durante los próximos años. ¿La causa?, pues que los muertos serán en los países subdesarrollados. Otra de las hipócritas paradojas del capitalismo. Si el tabaco mata, lo hace en todo el planeta y es negativo para la salud de todos los humanos, aunque claro, a lo mejor en esos países no viven seres humanos. Por cierto, hay acusaciones sobre las multinacionales tabaqueras, las que continúan operando con el beneplácito de los mismos gobiernos capitalistas que consideran tan maligno el humo del tabaco, que insinúan que el tabaco más pernicioso y de menos calidad se vende en esos países donde los controles sanitarios no son tan severos.

Allí quizás el humo no es tan asesino, como parece no serlo otro humo que a simple vista mata más, pero con el que de momento parece no meterse nadie hasta el extremo de prohibirlo: el humo de los tubos de escape de los coches (de la contaminación industrial mejor ni hablar porque cuanto más alto es el interés económico menor es la transparencia y el control).

¿Quien no ha estado toda la noche en un lugar cerrado, repleto de fumadores y atestado de humo y, a pesar de todo, ha sobrevivido? Al día siguiente quizás tenía resaca, dolor de cabeza o la garganta destrozada, pero sobrevivía sobreponiéndose al asesino humo. Lo que es más complicado es encontrar a alguien que haya sobrevivido a toda una noche encerrado en un local con el motor del coche en marcha, y aunque no fumara. Aquí lo que mata es el humo de la combustión, pero ese parece no matar tanto como el del tabaco. Se calcula que hay más de 800 millones de vehículos a motor en todo el mundo, pero no parece preocupar demasiado su pernicioso humo, de momento, como tampoco lo hizo el del tabaco cuando producía grandes ingresos y pocos costes a los estados.

La industria automovilística genera millones de empleos en el mundo, y ha sido uno de los motores de la segunda revolución industrial, y artífice del “sueño americano”, además de ser un excelente método de recaudación de tributos. El estado español recaudó en 2008 más de 24.000 mil millones de euros por impuestos relacionados con el automóvil. El documental Cambio de sentido aporta bastantes datos al respecto.

Con esos logros del automóvil, ni su humo mata, ni son ilegales las guerras que provoca el petróleo y hasta se pueden justificar las catástrofes naturales que provocan sus vertidos, … de momento. Tal vez haya que esperar cincuenta años, como con el tabaco, o que se acabe el negocio del petróleo para que acepten que ese humo mata, y no sólo a los seres humanos, sino a todo el planeta.

Aquí, como con el humo del tabaco, también los peor parados son los países subdesarrollados, donde además los coches contaminan más. Allí, a pesar de que hay menos coches se producen el noventa por ciento de los muertos en accidentes de tráfico, y la mayoría de ellos son personas con ingresos medios y bajos que jamás les permitirían poseer un automóvil. Mueren atropellados como peatones o ciclistas, o en transportes públicos.

Los humos que corren por este planeta globalmente capitalista más que humos perniciosos son humos de hipocresía, como los que casi siempre forman las inconmensurables humaredas de este voraz e insaciable sistema económico.

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