La amplitud del ámbito en el que es conocida una persona por
su nombre de pila nos da una idea aproximada de su alcance social. María, la
del bar, o Pepe, el cartero, eran más o menos conocidos a nivel local, o de
barrio, en una costumbre que cada vez se reduce más a entornos rurales; pero a
partir de ahí apenas existen personajes trascendentes y reconocibles, excepto iconos
universales como Miguel Ángel, Julio César o el mismísimo Jesucristo, nombres
artísticos como Víctor Manuel o Ramoncín, o singularidades hispanas como
Manolo, el del bombo, o Paco, el pocero, e incluso anacronismos a los que se
añadían numerales, como Juan Carlos I. A partir de ahí, o las personas son más
conocidas por el apellido, como Aznar, Zapatero, Rajoy o Urdangarin o se ha de
añadir el nombre propio para ser identificado. A veces, todavía, también sirve colocar
un “don” delante de éste, como lo llevaban los párrocos, los médicos, el
alcalde, el maestro o cualquier personaje transcendente en otros tiempos para
ser identificados entre sus clientes, conocidos o influenciados cercanos.
En medio de esas variadas posibilidades se encuentra Pedro
J., sin ser ni el Sr. Ramírez, ni don Pedro José, ni tan siquiera Pedro J., el
periodista. Es simplemente Pedro J., pero muy conocido y transcendente, aunque ahora, desde ayer mismo, le han quitado
del pedestal de director del periódico El Mundo desde el que forjaba el
resplandor social de su nombre y satisfacía la vanidad humana del protagonismo.
Hace casi 25 años, el 8 de marzo de 1989, Pedro J. también
fue sustituido como director de Diario 16, según él, por denunciar las
turbulentas tramas contraterroristas que vinculaban el Gal con el gobierno de
Felipe González. Apenas ocho meses después, el 23 de noviembre de 1989, se
funda el Mundo del siglo XXI, un periódico definido como liberal y que crece
hasta afianzarse como segundo diario más leído del país. La fulgurante
trayectoria coincide con la del PP y las huestes de Aznar, hasta que junto a
estas, se quedó atrapada en la responsabilidad de ETA en los atentados de
Madrid del 11-M, que a la postre
costaran las elecciones a los populares.
Ahora Pedro J. no se va al destierro, como hace 25 años,
pues seguirá contando con algunas funciones, pero insiste que tras la mano que
mece la cuna donde le pretenden dormir están poderes que tratan de silenciar el
pozo de corrupción del que se surte la estructura nacional del PP y que el diario
el mundo denunciaba cotidianamente, dada la abundancia de datos al respecto que
se van conociendo, a pesar de los sobreesfuerzos que intentan ocultarlos.
Quienes niegan esta posibilidad, defienden que ha sido una
decisión empresarial, meramente de mercado, la que ha enviado a Pedro J. a
dormir a la parte oscura en estos
momentos de crisis generalizados, y particularmente dificultosos para los
medios de difusión escritos. En este sentido se puede estar de acuerdo o no con
la línea editorial del periodista, pero no se le puede quitar el mérito de
saber utilizar el sensacionalismo para vender periódicos, por eso sería
demasiado ingenuo pensar que sustituirle sería la solución para elevar las
ventas.
Parece pues que quien quiere hacer dormir a Pedro J. y mecer
nuestras cunas para que permanezcamos ajenos a la podrida realidad de nuestras
instituciones es el mismo que hace que nuestros gobernantes dibujen un futuro
rosa mientras recortan salarios, sanidad, educación y derechos como el del
aborto. Eso sí, aún tienen la jeta de negar que hayamos sido rescatados. Los
46.000 millones de euros que recibimos de Europa para las arruinadas cajas de
ahorro, y que lastran nuestra deuda y nuestra economía deben de ser una broma.
Nuestros miserables dirigentes pretenden hacernos vivir en
una gran mentira, pero no pasa nada, porque el deporte y gran parte de España se
paralizaron para despedir a Luis Aragonés, el primer seleccionador que dio un
gran triunfo internacional al fútbol español. Pero sin duda no es demasiado
inteligente seguir mirando el partido mientras nos arrebatan cuanto tenemos,
eso sí, distraídos por su disfrazada realidad de país de las maravillas en el que pretenden hacer creer que vivimos.
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