Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

martes, 21 de junio de 2011

Mutación de estados

Los participantes en las movilizaciones iniciadas el pasado 15 de mayo en diferentes lugares de España se han aglutinado bajo la denominación de indignados, porque este es el estado que les provoca la situación del país. Están indignados con la realidad social, económica y política de este país, y contra ella se rebelan y manifiestan.
El pasado domingo más de 60 ciudades españolas fueron el escenario de otras tantas manifestaciones que recogían el malestar de los indignados. Las marchas se desarrollaron pacíficamente y con un estricto control interno, con el fin de evitar actos de violencia como los que se produjeron cuando el movimiento reivindicativo trató de impedir que los parlamentarios catalanes accedieran al Parlament a la sesión donde se aprobaban unos restrictivos presupuestos en gastos sociales. Aquella violencia verbal y física transmutó a algunos de los indignados en indignantes, mientras que muchos de los indignantes políticos se transformaron en políticos indignados.
Ciertamente el uso de la violencia es indignante y, si la provocaron los propios indignados su actitud es deplorable y sus peticiones pierden legitimidad, que es precisamente lo que desean los indignados políticos. Por eso no es demasiado descabellada la conspiranoica idea de que los promotores de la violencia fueran infiltrados entre el grupo para desprestigiarlo. De hecho los políticos son auténticos especialistas en descalificar a sus contrincantes, utilizan todos los medios a su alcance para hacerlo y, últimamente parece que es lo único que son capaces de hacer: acusarse unos a otros mientras el país hace aguas.
Ahora toda la casta política se siente amenazada, así que hace corporativismo y lucha sin escrúpulos contra aquellos que piden una Democracia Real, ya. Ellos también necesitan sentirse indignados y comprendidos, y que mejor modo de hacerlo que deslegitimando a quien se enfrenta al sistema que les ampara acusándoles de ser violentos.
Los hechos sucedidos en Barcelona provocaron las indignadas declaraciones de muchos políticos. Una de las más significativos, por su vehemencia, fue la de Ana Botella.. La indignante Botella ejerció de indignada y acusó de indignante la violencia utilizada por los presuntos indignados. Ella, como muchos políticos, se olvido de cuanto indigna su persona cuando, por ejemplo, utiliza el coche oficial para ir a la peluquería, o cuando sus medidas para reducir la contaminación en Madrid consisten en cambiar las estaciones de medición a zonas de la ciudad menos contaminadas.
Tal vez no sea indignante que los indignados políticos se blinden con privilegios y recorten gastos sociales mientras hacen el caldo gordo a los bancos y a los grandes empresarios para que se enriquezcan aún más. La tendencia de recortar gastos en sanidad y educación y potenciar su progresiva privatización acabará provocando que sólo tengan acceso a esos servicios quienes puedan pagárselos.
Siempre ha sido un objetivo de los gobernantes despóticos mantener a sus súbditos en la ignorancia con el fin de anular las actitudes críticas para perpetuarse en el poder. Quizás todo eso no sea indignante, sino que de lo que se trata es de que los políticos que defienden esas actuaciones marcadas por los mercados y defendidas por la Unión Europea, son indignos de los cargos que ocupan, ya que su deber es velar por el interés general…y a pesar de todo, salen elegidos.
Esa es la magia de una degenerada democracia en la que mandan los partidos, y el capital que les secunda para utilizarles como lacayos de sus intereses.
Se puede comprender a los indignados, a través de las causas que provoca su indignación, incluso se pueden justificar actuaciones puntualmente indignantes (jamás la violencia), pero lo que es inaceptable es ser indigno en un cargo político porque nadie les obliga a ocuparlos.
Ojalá la unanimidad de hoy del Congreso para estudiar las propuestas del movimiento 15M, y profundizar en la transparencia y el control de las instituciones, sea un paso para dignificar el estado de una decrépita clase política.