Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

viernes, 11 de marzo de 2016

Las inquietantes veleidades de la actual política española (Juego de tronos 2016)

   Los resultados de los últimos comicios electorales han dejado, por primera vez en este país, al desnudo las verdaderas capacidades e ideologías de nuestros políticos y sus partidos más allá de las falsas promesas y representaciones electorales. Lo peor es que ese involuntario striptease más que atractivo o erótico es repulsivo, repugnante y hasta vomitivo.

    El primero en demostrar su nula validez para la política, al menos la democrática porque desconoce el significado de esa palabra, lo que ya había demostrado sobradamente durante sus cuatro años de gobierno y amparado por su mayoría absoluta, fue Mariano Rajoy. Nada más conocerse el escrutinio electoral aseguró que eran los vencedores y que tenían que gobernar. Acto seguido no hizo absolutamente nada durante un mes hasta que el rey Felipe V convocó a los líderes políticos con el fin de proponer al candidato a la presidencia del gobierno. Desde el 20 de diciembre y hasta aquella tercera semana de enero el discurso del PP era el de reclamar su derecho a formar gobierno y de que se “respetaran los tiempos” para ello, lo que se convirtió en la consigna general en una corrección política tan inusitada como innecesaria porque la situación de emergencia en el país que se reclama ahora también existía entonces.

    Cuando la tarde del viernes 22 de enero el rey propuso a Rajoy formar gobierno el líder popular sólo pudo negarse, pues la propuesta de Podemos al PSOE para pactar dejaba al PP alejado de toda posibilidad de alcanzar la mayoría necesaria para derrotr el posible pacto.

    Si bien la bronca campaña electoral parecía haber dejado patente que nadie iba a pactar con nadie sin ser su partido el que alcanzara la presidencia del gobierno, Albert Rivera el día previo a la jornada de reflexión ya comenzaba a dejar clara la función de su partido de garantizar la continuidad del sistema y esgrimía su carácter de hombre de estado que por encima de todo ponía la unidad de la patria y su estabilidad de cara a los mercados, y para lograrlo respaldaría a la formación más votada, a todas luces y encuestas el PP de Rajoy, especialmente si éste desaparecía de la candidatura popular a la presidencia. Ahora tal vez sea necesario realizar un pequeño inciso para desentrañar mejor toda la estrategia.

    En el momento en el que Podemos comenzaba a aglutinar el malestar social por la desastrosa situación del país, ante la pasividad o inutilidad de los políticos que nos gobernaban, saltaron todas las alarmas. ¿Te imaginas las últimas elecciones sin Ciudadanos...? ¿...a donde hubieran ido a parar sus tres millones y medio de votos...? Los más avispados vieron la necesidad de enfrentar a la agrupación que concentraba las aspiraciones de los indignados un equivalente de derechas, con el fin de neutralizar o al menos minimizar su impacto. 

   El curtido Pedro J. Ramírez clamaba desde su bastión de contertulio, pues sus desencuentros con el PP de Rajoy le habían descabalgado de la dirección de El Mundo, la necesidad de potenciar una nueva formación de derechas para compensar el deteriorado aspecto de los partidos tradicionales que habían defendido hasta entonces los intereses del capital y el resto de poderes fácticos establecidos. Ante la imposibilidad de organizar una infraestructura completamente nueva, se decidió abogar por uno existente y el elegido fue Ciudadanos, un partido catalán con vocación de unidad española y cambiantes ideologías neoliberales que surgió en 2006 y que no tuvo demasiado éxito, e incluso fue rechazado varias veces por UPyD para fusionarse, hasta que fue escogido para competir contra Podemos en el nicho de los votantes desencantados, y las notables inyecciones económicas y de apoyo mediático han logrado que pescaran 3,5 millones de ellos. Lógicamente no hubieran ido todos ellos a la emergente formación de izquierdas, pero tal vez sí los suficientes para convertirse en la formación más votada y poner en serios aprietos al sistema. Así pues, la primera función de Ciudadanos estaba cumplida.

    La segunda, que era sumar, junto al PP, los escaños suficientes para que continuara gobernando la derecha, la frustraron los resultados electorales, y de ahí la pasividad de Rajoy y la situación de bloqueo actual que al fin y al cabo es como si continuaran gobernando los mismos, eso sí, sin poder empeorar lo que está, aunque también sin posibilidad de revertirlo. De ese modo llevamos soportando a Mariano Rajoy como presidente del gobierno desde el 21 de diciembre de 2011, la legislatura más larga de la democracia, encima con esta insoportable prórroga en la que por si fuera poco hemos tenido que ver al insigne gallego alardeando en el debate de investidura de Sánchez de su capacidad comunicativa espetando a la bancada socialista “No se preocupen que lo voy a explicar con tanta claridad que hasta ustedes lo van a entender”, ante el enardecido jalear de sus acólitos populares y mientras la mueca de su difícil rostro se tornaba satisfecha como el de quien alivia su cuerpo tras un prolongado y comprometido apretón, cosa que por cierto hace cada vez que sus burdas huestes bullen animándole, como se hacía con el más bruto de la cuadrilla.








   Lástima que no utilice la misma claridad para explicar la corrupción que salpica a su partido hasta la médula de sus propios sobresueldos. A pesar de todo la detestable verdad pepera siempre aflora.

         

 


    Las veleidades y vergüenzas de Rajoy quedan patentes una vez más. Pero,... ¿de verdad ese personaje es el presidente del gobierno y nos representa ante el mundo?...

    También hemos visto las funciones de Ciudadanos, cumplidas parcialmente al frenar a Podemos, aún no ha logrado garantizar la continuidad de la unidad de la patria y de sus políticas neoliberales, pero está haciendo todo lo posible, aprovechando de paso para convertir la situación política en una nueva transición democrática y reivindicarse Albert Rivera como un hombre de estado similar a Suárez, y con la llave del cambio. De momento ya ha logrado dinamitar los posibles acuerdos entre la izquierda y que el acuerdo al que ha llegado con el PSOE recoja el 80 por ciento de su programa, de lo que se jactan sin que los socialistas lo desmientan. A ver hasta donde son capaces de llegar porque mientras Rajoy siempre ha abogado porque le dejaran gobernar, Rivera lo hacia por un gran pacto pues aunque el resultado sería parecido de este modo su protagonismo sería mayor, y lograr echar al gallego de su poltrona sin duda mejoraría la corrupta imagen del sistema. Ciudadanos, en el fondo, es más de lo mismo, y aunque tienen una imagen renovada suelen votar junto al PP hasta cuestiones relacionadas con el franquismo y la Memoria histórica.


    Podemos, obviamente, también dista mucho de ser perfecto y tiene sus inquietantes devaneos con las actuaciones incomprensibles, absurdas e incluso reprochables, pero no son especialmente más despreciables que las del resto a pesar de que han sido atacadas desde todos los foros, medios, sistemas y voceros, a veces a través de falsedades y otras engrandeciendo minucias. Acusados de financiarse irregularmente desde regímenes totalitarios, también se les achaca defender y justificar el terrorismo, entre otros el de ETA o el islámico; e incluso de no tener experiencia para poder dedicarse a la política, y hasta de oler mal, llevar rastas o tener aspecto desaliñado... La generalizada inquina que ha despertado la formación entre las voces del poder clásico tiene un motivo: Si Podemos alcanza el poder y demuestra que un modo de gobernar diferente y más justo es posible todas las falacias del poder establecido, y que sólo benefician a quienes lo ejercen, se irán por los suelos junto con quienes las lleven a cabo. Ya lo están demostrando, con más o menos acierto, porque no es nada sencillo y es un proceso largo, en aquellos ayuntamientos donde gobiernan, como Madrid, donde se está reduciendo significativamente la deuda racionalizando los gastos que en muchos casos sólo mantienen estructuras inútiles y lucrativas para unos pocos, demasiado extendidas en la política española, y también en la mundial, de ahí que tampoco se quiera su éxito desde los centros de poder internacionales.

    El sistema está podrido y hay mucha mierda oculta bajo las alfombras con implicaciones políticas, de ahí que a pesar de las grandilocuentes palabras de los supuestos líderes democráticos del planeta, la humanidad se desangre en guerras de intereses económicos, los mismos que destruyen la Naturaleza, mientras son defendidos desde las asambleas parlamentarias para el beneficio de unos pocos, en muchas ocasiones los mismos que allí votan, no olvidemos que los comisionistas como Pedro Gómez de la Serna proliferan por doquier. Actualmente los informativos llenan sus portadas con refugiados que mueren en el mar o se hacinan en las fronteras en condiciones inhumanas ante la pasividad de los gobernantes occidentales, que en muchos casos son los causantes del conflicto del que huyen las masas, bien por vender las armas que se utilizan o por impulsar los intereses que las generan. Muchas veces los informativos ni siquiera citan sucesos similares porque ocurren lejos de nuestras cómodas fronteras, pero las causas y motivaciones son similares. Las minorías activistas de izquierdas denuncian esa hipocresía occidental en las instituciones políticas, pero su presencia es casi anecdótica, de ahí que si una fuerza social como Podemos demuestra que hay otros modos de gobernar sin que llegue el Apocalipsis anunciado por los defensores del sistema si ellos dejan el poder puede provocar un efecto dominó en las democracias del mundo, pues bajo su democrático aspecto gobiernan las oligarquías ocultas que financian y controlan partidos políticos.


    Así pues Podemos acumula merito suficiente como para tener tanto enemigo que quiera acabar con ellos, además de los que se pueda ganar por su incorrección política en algunos discursos o el afán de protagonismo que se les achaca, pero las acusaciones son tan vacuas que quienes las hacen tampoco están libres de ellas, porque todos los líderes se han faltado al respeto, y todos ellos, incluido Rivera aspiran al máximo protagonismo, de hecho para eso se presentaron a las elecciones, para tratar de alcanzar el poder, y por esa aspiración lícita que todos persiguen sólo se trata de demonizar a Podemos. Es tan absurdo como acusarles de financiarse irregularmente o de corrupción de algunos de sus miembros, cuando la financiación propia es irregular y las tramas de corrupción está generalizada y generada desde la propia tesorería y órganos del partido. A falta de argumentos se suele acabar aseverando eso de que todos son iguales, pero para que eso pueda llegar a ser cierto les tienen que conceder el tiempo para demostrarlo, de lo contrario sólo son prejuicios sin sentido, como acusarles de inexperiencia, pues todos y en todo empezamos sin experiencia. Además, iguales no son, porque ellos dimiten con facilidad, al contrario que el resto que se aferra a sus poltronas, aunque esa facilitad de dimitir se aprovecha para esgrimir que están divididos. Aún no se han enterado que la democracia no es sólo votar cada cuatro años sino pensar de modo diferente, exponerlo, dialogar, pactar, discrepar,... y dimitir si es necesario, no votar todos como borregos lo que diga el líder, como sucedió con la guerra de Iraq en la que el PP en pleno votó a favor, y sucede prácticamente con todo, primando los intereses del partido, que de ningún modo se pueden cuestionar.

     Sobre las actuales veleidades de nuestros políticos y sus partidos con respecto a su actitud ante los pactos y propuestas relativas a la formación de gobierno aseveraba un conocido comentarista político conservador poco sospechoso de apoyar a los de Pablo Iglesias: “Jamás me imaginé que iba a tener que decir que los de Podemos son los que están actuando de modo más coherente con sus ideas”. Razón no le falta porque ya hemos visto como quienes se atribuyen el triunfo no hacen nada para formar gobierno y quienes les respaldan ideológicamente pactan con sus rivales, aunque anhelan un gran pacto con los primeros.

    Ciertamente el comportamiento que parece más contradictorio, chocante e incluso incoherente con su discurso, o al menos a mi me lo parece, es el de mis amigos del PSOE. Pactan con una formación a la consideraban de derechas y con la que perjuraban que jamás lo harían y encima aceptan el 80 por ciento de su programa, según alardean unos y no niegan otros, para alcanzar un acuerdo que vendió como reformador y progresista para que fuera respaldado por sus afiliados, y así fue en el 80 por ciento de los casos de los que votaron, que fueron poco más de la mitad con los que cuenta. Las divisiones internas y las luchas por el poder en el PSOE llevaron a unificar en Podemos el enemigo de todas las facciones. Pablo Iglesias pasó a ser su más horrendo demonio y además recordó de modo desagradable la vinculación de su dios, Felipe González, con los GAL, lo que provocó la indignación de los confundidos líderes y portavoces socialistas, que hasta optaron por llamar al de la coleta por su nombre completo, Pablo Manuel Iglesias, para que no se confundiera con el fundador de su partido, no fuera a ensuciar su pulcra imagen.

    Lo que parecen olvidar estos nuevos socialistas es que cuando Pablo Iglesias fundó, junto a otros trabajadores y profesionales, el PSOE en 1879 se definió como un partido de clase obrera, socialista y marxista. Cien años después Felipe González echó un pulso a las bases cuando dimitió con toda su directiva al ser rechazada su propuesta de abandonar el marxismo como línea ideológica. Tres meses después González volvía triunfante y las bases renunciaban a su ideología marxista y a una de las esencias instauradas por Pablo Iglesias en la fundación del PSOE. El marketing, los analistas y los nuevos aires dominantes señalaban que para alcanzar el poder había que moderar la ideología y González no tuvo ningún escrúpulo en sacrificar su génesis embrionario marxista. Es innegable que el PSOE triunfó como partido, pero dudo mucho que ese éxito haya repercutido de igual modo entre sus bases y electores. Tampoco se puede negar que los sucesivos gobiernos de Felipe González hicieron cosas buenas, y muchas. Después de 40 años de dictadura no tiene demasiado mérito hacer mejoras, e incluso tal vez también las hizo Aznar, y sin duda las hizo Zapatero hasta que las políticas de la Unión Europea le obligaron a lo contrario y aceptó. Se convirtió en lo que ahora Rivera diría que es un responsable hombre de estado; y eso es precisamente lo que hizo Felipe González, plegarse a las peticiones europeas y del sistema; y es lo que ha hecho exclusivamente Rajoy aún a costa del sufrimiento del pueblo, porque gobiernan para las macroinstituciones, los poderes que las controlan y sus propios intereses, no para el bien común.

    González realizó actuaciones positivas en sanidad, educación, igualdad, libertades, derechos,... partiendo de la nada franquista, pero sin llegar a los niveles que existían en la Europa Occidental de entonces (por eso en la caída de esta crisis España ha tocado fondo antes, igual que el resto de los países de cola, como Grecia o Portugal, porque en esta programada destrución del estado de bienestar el nuestro estaba a la altura de una silla con respaldo, mientras otros disfrutaban de cómodos sofás-cama con mueble bar y pantalla panorámica), y entregando a cambio idelogías y principios, la primera la entrada de España en la Otan, y las siguientes abrir la espita de las privatizaciones de las joyas de la corona empresariales, de las cajas de ahorro, la promoción de la pensiones privadas, y de las Empresas de empleo temporal, por citar sólo algunas de las actuaciones que no irían sólo contra el marxismo demonizado, sino contra el socialismo que decía defender. 

   Ahora las veleidades del PSOE y de Sánchez parecen volver a la duda de si optar por ser un hombre de estado y defender la unidad nacional y la continuidad del sistema, o tratar de rescatar a una ciudadanía maltratada en sus derechos y libertades y respetar su capacidad de decidir. Si de verdad quieren reivindicar la figura de Pablo Iglesias deberían volver a la esencia de defender a la mayoría de las personas y no doblegarse a los intereses de las instituciones o del propio crecimiento del partido o las aspiraciones personales. 

   Ese mismo riesgo lo corre Podemos, y todas las tendencias de izquierdas, porque las de derechas ya están plegadas a los poderes económicos y espirituales. Recordemos que el PSOE  de Pablo Iglesias  era un partido de clase obrera, socialista y marxista y tardó hasta 1910, más de 20 años, en lograr representación parlamentaria momento a partir del cual fue creciendo y anexionando formaciones . Una década después Pablo Iglesias fue abandonando su actividad política por problemas de salud y poco después, como toda la izquierda a nivel internacional, se escinde, surgiendo el PCE. Más tarde el PSOE apoyó la dictadura de Primo de Rivera, lo que le permitió ser el partido de mayor crecimiento y el más organizado para la segunda república, donde no le dejaron demostrar de lo que capaz gobernando en una coalición de izquierdas para demostrar cual era su esencia. Ahora tienen la posibilidad de hacerlo junto a un nuevo Pablo Iglesias pactando con Podemos, a ver si las izquierdas son capaces de reivindicar con hechos que lo son, y pactar en bien del electorado en lugar del de sus ansias de poder. 

   De lo contrario sucederá lo de casi siempre, ante la división de la izquierda gobernará la derecha.

domingo, 6 de marzo de 2016

El juego de tronos de la transición (La truculenta carrera hacia las poltronas democráticas)

    Los que hemos llegado al medio siglo recientemente tuvimos la fortuna de despertar a la interpretación de la realidad de la vida consciente del adolescente cuando los aires de libertad retornaban a soplar en una nación grande y libre que había permanecido atemorizada durante cuarenta años de dictadura militar franquista. Bueno, atemorizada una gran parte, porque otra bastante menor fue la causa de ese temor.

    Llegábamos a la exploración del nuevo universo con las informaciones contradictorias que habíamos mamado en nuestra infancia, con el temor o la superioridad respiradas en el entorno familiar, y la disciplina política del régimen y el rigor católico en las aulas. Instalados en la confusión observábamos como mientras nos inculcaban a sangre y fuego el cielo y el infierno a los que nos abocarían indefectiblemente cumplir las normas católicas y ser obedientes, o incumplirlas y pecar, aquellos que más rezaban en las iglesias eran normalmente quienes menos escrúpulos tenían a la hora de explotar a sus semejantes para poder mantener el lujoso ritmo de vida que derrochaban.

    Además lentamente, y como en tinieblas, ampliabas los conocimientos sobre como cuarenta años antes había habido una guerra en la que aquellos tan religiosos y espirituales que ocupaban todos los niveles de poder, en lugar de amar al prójimo como a si mismos, habían provocado una guerra levantándose en armas contra un gobierno democrático y libremente elegido en las urnas, y luego mantenido un estado de terror que acabó por diluirse con la muerte del dictador, aunque nunca del todo porque sus fanáticos seguidores fueron tantos que aún hoy perduran, no en vano todavía se resisten a reconocer una Ley de Memoria Histórica que repare  a las víctimas de la Guerra Civil y condene los actos reprobables del franquismo. Mientras los adolescentes tratábamos de conformarnos la nueva realidad, y los adultos, con más lastres y conocimientos, intentaban creer que algo iba a cambiar, los poderes políticos y fácticos iniciaban su truculenta carrera hacia las poltronas democráticas.

    Jamás he visto la exitosa serie Juego de Tronos, lo confieso, ni tengo el menor interés en hacerlo, pero salvando las distancias temporales y circunstanciales, los acontecimientos ocurridos en la transición española bien podían protagonizar algunos capítulos de la actual serie, comenzando por el espectacular asesinato de Carrero Blanco, elegido por el caudillo ferrolano para sustituirle como presidente del gobierno mientras el rey Juan Carlos ocuparía la jefatura del estado, y en cuyo atentado tuvieron merito tanto ETA como la CIA, teoría defendida desde diferentes posiciones, tal y como se explica en el libro Ser o aparentar.

    En medio de aquel hervidero de ideas y aspiraciones en lo que sí se pusieron de acuerdo todos ellos fue en la necesidad de crear un gran número de tronos, en lo que fue conocido como café para todos, para que de ese modo pudiera satisfacerse a más aspirantes. A partir de ahí el juego estaba preparado, sólo necesitaron glorificar la cocinada Constitución del 78 y los estatutos de autonomía y demás democráticas leyes emanadas de las mismas. Pero si analizamos los polvos que conformaron aquellas primeras cortes constituyentes post-franquistas quizás comprendamos mejor los lodos que nos embadurnan ahora.

    Los aires dominantes del momento en la política internacional comandados por USA y Henry Kisinger necesitaban construir un escenario controlado por los intereses norteamericanos tanto comercial como estratégicamente, y en ambos aspectos España era una atractiva presa, pues suponía un terreno casi virgen para el capital extranjero, así como lo era su mercado para sus productos, y una excelente ubicación para las bases militares norteamericanas, que ya estaban instaladas pero su futuro era incierto. Ese era el panorama de la presión política global, del que no se enteraban los ciudadanos de a pie, que bastante tenían con decidir a quien votaban sin que sucediera nada malo, después de cuarenta años de miedos.

    Bajo esa tesitura los españolitos tendrían que elegir el 15 de junio de 1977 entre las formaciones legalizadas al efecto para poder participar en el nuevo tablero del reparto del poder, una de las últimas apenas dos meses antes, el PCE el 9 de abril, eso sí, capitulando al hecho de que el sistema de gobierno fuera una monarquía y aceptando la bandera rojigualda, como todos, aunque en su caso renunciando a los principios de los que había sido el más activamente defensor durante el franquismo.

    Los resultados de las últimas elecciones, celebradas en febrero de 1936, habían situado como vencedor al PSOE de Indalecio Prieto, con el 20,9% de los votos, seguido por la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) de José María Gil Robles con el 18,6%, la Izquierda Republicana de Manuel Azaña con el 18,4 %; mientras que Unión Republicana obtuvo el 7,8%, el PCE 3,5% y la ERC (Esquerra Republicana de Catalunya) de Lluis Companys, a la postre presidente de la Generalitat y asesinado por el franquismo en 1940, logró el 4,4 % de los votos a nivel nacional. El panorama era netamente republicano y mayoritariamente progresista, lo que convierte en aún más despreciable el levantamiento contra el legitimo gobierno el alzamiento militar del 18 de julio de 1936, y los 40 posteriores años, conformando uno de los actos terroristas más prolongados de la historia porque el terrorismo se define como:

1. m. Dominación por el terror.

2. m. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.

3. m. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.

    Y el franquismo fue todo eso por mucho que se empeñen en tratar de ignorarlo muchos de los que condenan eternamente el terrorismo de ETA utilizándolo a su antojo.


    Tras aquellos cuarenta oscuros años las reglas de partida no eran las mismas, y así los republicanos tenían que envainársela, pues no es que fueran líneas rojas, como está de moda decir ahora, sino lentejas...; lo que se tenía que construir era una Monarquía constitucional y parlamentaria, y no cabía república alguna... Si quieres las tomas y si no las dejas. Esa fue la primera y esencial trampa de la Transición, junto al café para todos, a pesar de que se trató de legitimar a través de un dirigido referéndum a favor del SÍ a lo propuesto sin ninguna posibilidad de negociación al respecto. Así pues los partidos progresistas retornaban a la escena política cercenados en su ideología y anquilosados por la impuesta clandestinidad, con lo que ambos suponen de alejamiento del electorado.

    Por su parte, las organizaciones de derechas, en su mayor parte católicas y franquistas trataron de alejarse del estigma ideológico que les sustentaban y así conformaron nuevas agrupaciones. La secciones más radicales se agruparon en torno a Manuel Fraga y la formación Alianza Popular que se creó en octubre de 1976, mientras que Adolfo Suárez decidió sustituir su liderazgo en Falange por una confederación de partidos aglutinados bajo el nombre de UCD (Unión de Centro Democrático), fundado en mayo del 77 como coalición y refundado ya como partido tres meses después, una vez en el gobierno. Los resultados de aquellos comicios dieron como vencedor a Adolfo Suárez y su UCD con el 34,4% de los votos, seguido de Felipe González y su PSOE con el 29,3%. A mucha distancia se situó el PCE de Carrillo con el 9,3%, la AP de Fraga con el 8,2%, mientras que el PSP de Enrique Tierno Galván apenas logró el 4,4%, y ya hacía su entrada en la política Jordi Pujol y su Pacto democrático por Cataluña (PDPC) que alcanzó el 2,8 % de los votos y el PNV el 1,6%. Pujol creó CIU en septiembre de 1978 y se entronizó en su poltrona de poder hasta 2003 cuando cedió el testigo a su delfín Arthur Mas, y fue presidente de la Generalitat entre mayo de 1980 y diciembre de 2003. ERC no pudo presentarse a aquellas elecciones bajo sus siglas, pues fue el último partido en legalizarse, una vez que en septiembre de 1977 Suárez restablece por real decreto la Generalitat de Catalunya y favorece el regreso del exilio de Josep Tarradellas.

Sea como fuere, el electorado español había optado por las posiciones más moderadas y los candidatos más jóvenes, el centro derecha de UCD, que se aprovecho del acceso a los medios oficiales e institucionales que tuvo Suárez al ser nombrado por el rey Juan Carlos I en julio de 1976 como presidente del gobierno que habría de regular la transición y liquidar las instituciones franquistas; y el centro izquierda del PSOE, que en su moderación ideológica recibía mayor apoyo económico y que, como el PCE, se prodigó en los más de 20.000 mítines que protagonizaron aquella campaña electoral. Los peor parados, junto al PCE, fueron la Alianza Popular de Fraga que contaba con un gran respaldo de los poderes económicos, y los demócrata cristianos de José María Gil Robles, ex líder de la CEDA.

    En cualquier caso los primeros tronos del poder que afinarían las normas del juego estaban definidas, aunque sus principales márgenes de actuación eran reducidos pues todos los cromos se habían intercambiado y se sacrificaban las aspiraciones republicanas por la inclusión de derechos y libertades. Aquellas cortes aprobaron una importante amnistía de presos políticos y la Constitución del 78, ratificada por una amplia mayoría de ciudadanos el 6 de diciembre de ese mismo año, y a la que sólo se opusieron pequeños partidos nacionales de izquierda y de derechas, además de los republicanos vascos y catalanes. La formación de Jordi Pujol optó por el sí mientras que el PNV se inclinó por la abstención y de los 16 representantes de la Alianza Popular de Fraga ocho votaron a favor, cinco en contra y tres se abstuvieron.

    Las bases del nuevo marco político estaban establecidas y sólo quedaba desarrollarlas, así que Suárez convocó nuevas elecciones para el 1 de marzo de 1979 confiando en alcanzar la mayoría absoluta, pero los resultados no fueron muy diferentes a los anteriores. La UCD de Suárez logró el 34,8% de los votos, el PSOE de González apenas alcanzó el 30,4%, a pesar de haber absorbido al PSP y otras formaciones, el PCE de Carrillo llegó al 10,7% y la nueva agrupación de Fraga, Coalición Democrática se quedó en el 6%. Para esos segundos comicios ya estaban legalizados todos los partidos republicanos pero apenas tuvieron votos. Ya existía CIU, que sumó el 2,7% de los votos, y el PNV el 1,6%. Aquellos resultados no satisficieron a ninguno de los partidos y fue una convulsa legislatura para todos ellos por escisiones internas.

    El XXVIII congreso del PSOE celebrado en mayo del 79 rechazó la propuesta de González y su ejecutiva de moderar la ideología del partido y alejarse del marxismo, lo que provocó la dimisión de toda la directiva, aunque un congreso extraordinario en septiembre de ese mismo año aceptó todas las condiciones impuestas por el Isidoro de la clandestinidad quedando inaugurado el Felipismo socialista que se consolidaría en la mayoría absoluta de las siguientes elecciones y cuya alargada sombra aún se cierne sobre el socialismo español. Por su parte la UCD se escindió tras la dimisión de Suárez hasta prácticamente desaparecer y algo similar le sucedió al PCE de Carrillo.

    Los grandes beneficiarios de la debacle fueron la retomada Alianza Popular de Fraga, que se consolidó con la creación del PP en 1989, y el refundado PSOE de González que en octubre del 82 recogieron los trocitos de los otros partidos para iniciar una alternancia bipartidista que tal vez haya concluido tras las últimas elecciones. Ciertamente la ideología de ambos partidos ha evolucionado, especialmente para ganarse al electorado de centro, pero mientras la del PP mantiene la esencia franquista que les impide condenar los actos de la dictadura, la del PSOE renunció a los principios marxistas con las que su fundador, Pablo Iglesias, lo gestó. Ambos partidos, junto a los nacionalistas CIU y PNV, se repartieron desde su consolidación tanto los tronos creados sucesivamente, como su creación a medida. Ahora, casi cuarenta años después, y a pesar de que los voceros y defensores del sistema se empeñen en proclamar una bondad y excelencia ejemplares a lo largo de todo el proceso  hay que plantearse si realmente eso ha sido así o sólo ha sido un necesario paso para alcanzar una democracia real sin las trabas del pasado. 

    Los resultados están a la vista, con dos reyes y los juzgados del país repletos de casos de corrupción mientras cada vez hay más desigualdades entre la población, así que cada uno sabrá si en la política y poltronas de este país se debe cambiar algo... o casi todo.