Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

domingo, 26 de enero de 2014

Formación inadecuada


Para poder llevar a cabo cualquier actividad humana de un modo lo más eficaz y conveniente, normalmente lo mejor es poner al frente a alguien con la formación y experiencia más adecuada para ello. Sanitarios en sanidad, educadores en educación, deportistas en deportes… En este sistema de máximas especializaciones, a nadie se le ocurre llamar a un fontanero para reparar un problema eléctrico. Bueno, excepto en Catalunya donde las reparaciones domésticas relacionadas con el agua y con la electricidad las resuelve, o no, el mismo profesional, que se denomina lampista. Quizás esa peculiaridad les pueda hacer raros, pero sin duda les hace más sabios, al menos a los lampistas, que conocen de los problemas relacionados con las instalaciones de agua, y también las de electricidad.  En realidad el resto de los catalanes también se benefician porque con el mismo profesional solucionan dos posibles problemas a la vez.
   El ejemplo se refiere a una actividad de relativa importancia, pero cuando su trascendencia aumenta, con más motivo se debe elegir más cuidadosamente al protagonista de la misma. Cada aspecto tiene su importancia. Educación, sanidad,…todos ellos son trascendentes, pero el principal, debido al sistema de funcionamiento social, es precisamente el de gobernante porque sus decisiones trascienden a todos los demás.
   En este sentido las democracias han introducido la posibilidad de elegir a quienes gobiernen y sus cualidades, frente a la tradición de soportar a un gobernante impuesto por la gracia de dios y los genes.
   Si bien el presidente sólo puede ser uno, con su formación y conocimientos, la habilidad de dirigir un país depende sobre todo de saber rodearse de las personas adecuadas para hacer una buena labor en sus respectivas funciones. Es ahí donde cabe preguntarse cual es la formación de nuestros políticos y gobernantes y donde radica uno de los principales problemas del sistema. Básicamente se trata de abogados y economistas, cuando no acumulan ambas titulaciones.
Los primeros esencialmente conocen de leyes, y el sistema les ha encomendado ser defensores de la justicia, lo que en unos tiempos dominados por la corrupción y el dinero les ha llevado a servir, no a la Justicia o a lo justo, sino al mejor pagador.
Los segundos básicamente conocen de Economía, una disciplina completamente artificial, y creada por el hombre al igual que las complejas leyes y normativas que rigen nuestra vidas, y sin ningún tipo de base matemática, ni experimental aunque se escude en complejas fórmulas para tratar de justificar su base científica, y que pretende lograr el mayor beneficio o rendimiento del capital para sus propietarios. La confluencia de ambas profesiones o formaciones en nuestros gobernantes y en un sistema neoliberal que enriquece al que tiene dinero para especular a costa de todo y de todos provoca que, dentro de la complejidad específica y voluntaria de ambos campos de conocimiento, o de sus lenguajes, los políticos abogados legislen a favor de sus mejores cliente y los políticos economistas hagan lo propio con las medidas que adoptan e imponen para los diferentes sectores económicos. Más tarde los consejos de administración respectivos les recibirán con sus poltronas creadas al efecto.
       Si en nuestras prácticas rutinarias habituales no nos relacionaríamos habitualmente con un abogado o un economista, e incluso renegaríamos de ello, ¿por qué les elegimos para representarnos y dirigir nuestras vidas? En gran parte nos vienen impuestos por los propios partidos, pero después los votos son nuestros, del mismo modo que el clientelismo hacia el mejor pagador son, por lo general, de abogados y economistas.
Su formación no es la adecuada para regir los destinos de los pueblos sino para servir a los intereses privados sobre los que se sustentan la existencia de ambas profesiones, y así nos va.

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