Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

martes, 5 de abril de 2011

Lecciones dolorosas

La vida del ser humano es una sucesión de experiencias y vivencias. Todas y cada una de ellas conforman la globalidad de la vida, y a su vez, todas y cada una de ellas son lecciones que nos sirven para aprender a vivir. Lo que cada uno aprende, y como aplicar y reaccionar a lo aprehendido, ya es algo que depende de muchas variables personales; pero lo que es indiscutible es que cada experiencia en la vida es una lección que vamos atesorando desde que nacemos.
Hay lecciones agradables, como degustar el manjar que más aprecias, o dolorosas, como caerte y hacerte daño con tus primeros pasos; y con todas ellas vas configurando tu vida. Evidentemente, cada ser humano vive, asimila e interioriza sus propias experiencias, aunque muchas de ellas puedan ser experiencias colectivas, y de cada una de ellas puede extraer tantas lecciones como considere oportunas.
Una reciente experiencia colectiva fue el terremoto sucedido en Japón el pasado 11 de marzo. Fue del tipo doloroso y, como todas las experiencias generadas por la naturaleza, universal en cuanto a la posibilidad de que ninguna zona del planeta esta libre de padecer desastres de ese calibre. Es como si el Universo, que con tanta frecuencia nos premia con experiencias agradables, nos quisiera aleccionar con dolorosas lecciones.
Japón está situado en una zona de alto riesgo sísmico y ha sufrido innumerables terremotos, pero este último, que alcanzó el 9 en una escala de 10 grados, y sus efectos con olas de hasta 10 metros, han desbordado al país mejor preparado del mundo para resistir sismos. De hecho lo ha demostrado: menos de 30.000 víctimas, entre muertos y desaparecidos, frente a las 300.000 que provocó en Haití un terremoto dos grados menor y sin tsunami posterior. Así que, en ese sentido, la lección de Haití fue más dolorosa que la de Japón, pero esta última puede que deje muchas enseñanzas más.
La primera, por si no estaba lo suficientemente claro, es la peligrosidad de la energía nuclear y de sus residuos, que siguen estando ahí por mucho que se les quiera ocultar. Las consecuencias del desastre en la central nuclear japonesa son imprevisibles, pero nada halagüeñas y dejan patente el riesgo de las instalaciones y los residuos nucleares en situaciones muy extremas. Aún así los defensores de este tipo de energía dicen que es segura, y necesaria porque consumimos mucha energía.
El imperio del sol naciente, hundido tras la segunda guerra mundial y las dos bombas atómicas, empezó a remontar el vuelo a partir de que, en 1952, cesara la ocupación norteamericana del país nipón. Desde ese momento su economía comenzó a crecer hasta situarse como el segundo país más poderoso, tras Estados Unidos. Pero no sólo logró eso, sino que instituyó las bases del consumismo actual.
Hasta los años setenta el modelo dominante en la producción capitalista era el “fordismo”, basado en la cadena de montaje y la producción y venta en serie, con trabadores muy especializados y productos muy estandarizados, ya que lo más importante es la máxima producción, después ya se vendería, aunque fuera con estratagemas como la “obsolescencia programada”, por la que se fabricaban algunos productos con una duración calculada.
La búsqueda de soluciones para la crisis de los setenta originó el “toyotismo”, que incorporo flexibilidad en todo el proceso, obreros polivalentes, diversificación del producto y adecuación a la demanda. La evolución tecnológica permitió la constante renovación y mejora de los productos, hasta convertirse prácticamente en un consumo a la carta, el paradigma del consumismo total. Ya no era necesaria la obsolescencia programada, porque había sido sustituida por una obsolescencia tecnológica, estética o funcional. También aportó la descentralización y la subcontratación, con la consiguiente influencia en la exportación del modelo y globalización económica del planeta.
El propio triunfo del sistema consumista demandó más energía, lo que, junto con el elevado precio del petróleo, fue un espaldarazo para la proliferación de centrales nucleares, precisamente como la siniestrada ahora.
El proceso de socialización de la, indiscutiblemente, disciplinada y respetuosa sociedad japonesa también tuvo sus aspectos negativos. La espiritualidad de los japoneses contrasta con algunas de sus acciones, como matar ballenas o delfines, pero sobre todo con el consumismo generalizado de un país donde todo está orientado hacia el consumo, que es incluso el que provoca las crueles matanzas de esos animales para comercializar su carne. La adición de las nuevas generaciones al consumo es tal que su único objetivo es consumir. Trabajan para obtener dinero para consumir, y hasta sus escasas vacaciones son tomadas como un consumo brutal de viajes y visitas. Mientras tanto, acuciado por el apego a las cosas, pierde valor el contacto humano y la sociedad degenera en un engendro en el que el 25 por ciento de los delitos es cometido por ancianos que buscan refugio en la cárcel a sus carencias económicas y emocionales.
El 95 por ciento de la población japonesa es consumista, concepto definido por el gasto de más de siete mil euros al año por persona en necesidades básicas. Los europeos no le andamos muy a la zaga, con el 89 por ciento de la población, y los americanos rondan el 84 por ciento. El 28 por ciento de la población mundial es consumista. En China y la India, economías emergentes, sólo lo es el 19 y el 12 por ciento respectivamente; muchos de los restantes son prácticamente esclavos. Si continuamos potenciando el consumismo global el planeta acabara auto fagocitándose con todos sus recursos agotados por un tercio de la población mientras los otros dos tercios mueren de hambre o esclavizados.
La crisis de los setenta potenció y facilitó el consumismo absoluto, incluido el energético, que al fin y al cabo es el que marca y permite el resto, y la sociedad consumista degeneró hasta el punto actual. Entonces el “toyotismo” sustituyó al “fordismo”. Ahora disponemos de tecnología para obtener energía limpias, aunque no interese demasiado a las grandes multinacionales devoradoras de recursos ni al gran capital ansioso de un cancerígeno y desproporcionado crecimiento sólo en busca del máximo beneficio económico. Quizás haya que aprender de las dolorosas lecciones que nos infringe la naturaleza y cambiar nuestras conciencias hacia un “reciclismo”, donde seamos menos voraces con nuestro propio entorno y aprendamos a necesitar, a consumir y a desechar menos; y a valorar, adaptar y reciclar más, incluidas las relaciones. Con pequeños cambios de actitudes podremos conseguir buenos resultados. Mientras tanto, viviremos sólo para trabajar y consumir, y eso es precisamente lo que les estamos inculcando a las nuevas generaciones.

1 comentario:

  1. blog chorra: hablas de política, te quejas un huevo y no haces nada. palabrería. pocas cosas debes tener que hacer.
    palabras mediocres para y por mediocres.

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