Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

domingo, 1 de junio de 2014

Políticas efectivas



    A mediados del siglo XIX el escritor, dramaturgo y periodista londinense Douglas William Jerrold, daba con la principal clave que impulsaba la política penitenciaria de la época al afirmar “Tratar de reformar a un  hombre es un trabajo ingrato y de dudoso éxito. Colgarlo es cuestión de segundos”.
Desde entonces los avances ideológicos han sido notables, y las mejoras sociales importantes, pero nunca fue fácil aplicar ambas, pues la política, la actividad referente al gobierno de los estados y de los asuntos públicos, siempre ha estado en manos de las minoritarias clases pudientes, las que controlaban las tierras, las riquezas y los conocimientos mientras las mayoritarias clases bajas se pudrían entre la miseria y la ignorancia.
El afianzamiento del pensamiento socialista y anarquista se sumó a las aperturas alcanzadas por las revoluciones burguesas y supuso la consecución de grandes, aunque sacrificados, logros y mejoras sociales, incluidas las de la propia democracia política que vio ampliado el estrecho flujo de ideas que la limitaba. No fue fácil. Se necesitaron millones de muertos y decenas de guerras, entre ellas dos de alcance mundial, pero se llegó a cierto equilibrio, al menos de apariencia, y sobre todo una esperanza al lograrse la generalización del derecho al voto y de las supuestas democracias legislativas con su representación igualitaria bajo la falacia del “gobierno del pueblo”.
Aunque los poderes económicos siempre estuvieron al acecho, y minimizando al máximo las demandas sociales que supusieran un mayor reparto de riquezas y privilegios, los países y estados, con avances y retrocesos, fueron adoptando mejoras en sus modos de gobierno. Quizás el momento culminante de ese idealismo esperanzador fue el mayo del 68 francés con sus renovadas reivindicaciones igualitarias y sus logros de una apertura más real de los parlamentos y los gobiernos a los más desfavorecidos, pues hasta entonces, y a pesar de todas las legislaciones favorables a que no fuera así, la práctica de la política estaba reservada a quienes tenían tiempo y conocimientos para ello, y el proletariado continuaba demasiado ocupado tratando de garantizar su supervivencia, así que continuaba ocupada mayoritariamente por los herederos de las monarquías y aristocracias feudales que se habían adaptado a los tiempos e ideologías, y a los que se habían sumado los representantes de la burguesía. Todos los intentos anteriores de acceso efectivo al poder de ideologías de izquierdas fueron abortadas, comenzando por la propia Revolución bolchevique cuyos idealismos igualitarios iniciales degeneraron, entre personalismos autoritarios y luchas de poder, en la más execrable de las dictaduras condenando para siempre las teorías socialistas al identificarse con  ellas.
El mayo del 68 francés supuso, en ese sentido, el final del liderazgo político personalista dominante, y ejemplificado por el “El caos o yo” “gaullista”, dando paso a partidos políticos con unas estructuras más abiertas para la promoción de nuevos líderes. Bajo ese nuevo impulso de promesas y mejoras entre candidatos se desarrollaron los estados de bienestar, básicamente europea, que logró un reparto de la riqueza más justo, con beneficios sociales, salarios más dignos y jornadas laborales que, en la década de los noventa, flirtearon con las 30 horas semanales en países como Suecia y 35 horas en Francia.
Como contraprestación al éxito reeditado y ampliado de la “libertad, igualdad y fraternidad”, los pensadores del poder tramaron las bases del neoliberalismo para truncar  tal reparto de bienestar. Para 1976 el principal artífice de las nuevas teorías, Milton Friedman, ya era galardonado con un premio Nobel creado con el fin de privilegiar las nuevas pretensiones, el de economía. Los mercados se erigieron en triunfantes reyes intocables por las políticas dominantes, experimentadas en la dictadura de Pinochet y occidentalizadas a través de los gobiernos de Reagan y Thatcher, para más tarde imponerse con los diferentes líderes aupados al poder en las partitocracias dominantes a través de los bipartidismos que se fueron implantando para dar la falsa sensación de alternancia ideológica, pero teniendo controladas ambas opciones. Ante el dominio de un partido conservador se organiza una alternativa progresista, y a la inversa.
Tal vez porque lo sea, o porque me coge más a mano, el caso de España es nítidamente ejemplar. No sólo fue el primer imperio en dejar patente la decadencia de las monarquías occidentales mal gestionadas, sino que también fue el primer ejemplo de que el capitalismo impediría la implantación de cualquier régimen democrático con carácter igualitario y social, al frustrar, por activa y por pasiva, el desarrollo de la Segunda República Española.
Tras 40 años de franquismo, y sin dejarnos participar en los avances del bienestar, trataron de calmar las ansias progresistas y de igualdad oprimidas por ocho lustros de dictadura se inventaron el PSOE, como aglutinante de una izquierda que organizada bajo el liderazgo natural del PCE hubiera resultado peligroso. Desde entonces en este país se han turnado en el poder los supuestos socialistas que aglutinaban las tendencias más moderadas del franquismo y las democráticas menos igualitarias, con los conservadores que bajo diferentes siglas, AP, PP,… recogieron todos los poderes nostálgicos del franquismo, y de absolutismos anteriores, para tratar de perpetuarlos como, periodo tras periodo y régimen tras régimen,  había sucedido hasta entonces.     
Ese modelo de un bipartidismo dominante, que, sin existir, da la sensación de alternativa es el más repetido en el sistema quizás por eso los resultados de las elecciones europeas del pasado domingo han hecho saltar todas las alarmas.
Salvo en Alemania, donde la economía va estupendamente, e Italia, donde están ilusionados con el nuevo gobierno, en el resto de los países miembros históricos de la Unión Europea el malestar con la situación política se hizo patente. En Francia y en Dinamarca, los partidos de ultraderecha se han erigido entre los más votados. En Gran Bretaña una tercera fuerza política, distinta al bipartidismo habitual, también triunfó sorprendentemente. En realidad, en la mayoría de los países las tendencias radicales de derechas han incrementado considerablemente su número de votos, lo que ha servido para que los diferentes portavoces y defensores del sistema adviertan de nuevos riesgos xenófobos e incluso algunos recuerdan el ascenso al poder de los fascismos, con cierta legitimidad democrática, pues tanto Hitler como Mussolini ganaron elecciones en sus inicios.
Entonces, como ahora, Spain is diferent, slogan elegido por Manuel Fraga para promocionar el turismo en los años 60 cuando era ministro del ramo.  Franco, el tercer dictador europeo del fascismo que contó la ayuda de los otros dos, y al contrario que ellos no partió de ninguna legitimidad electoral, y gobernó hasta morir de muerte natural y sin apenas hostigamiento de las llamadas democracias occidentales.
Ahora, como entonces, las urnas españolas no han escorado su ideología hacia la ultraderecha como el resto, seguramente porque esas tendencias ya están lo suficientemente representadas en los partidos tradicionales, sino al contrario han aglutinado un voto de izquierdas marginado de las opciones existentes. El resultado ha sido la irrupción de la formación Podemos, con cinco eurodiputados y más de 1,2 millones de votos. A pesar de no representar los peligros del fascismo y la xenofobia de los ultraderechistas triunfantes en el resto de Europa, los partidos tradicionales  españoles y todo su elenco mediático han despotricado contra la formación y su líder, Pablo Iglesias, tratándoles de frikis, bolivarianos, utópicos,… y cualquier otra ocurrencia destinada a tratar de desprestigiar el movimiento.
El nerviosismo generalizado entre políticos, empresarios, medios de difusión y poderes fácticos españoles en general no es por el temor a la xenofobia o al recorte de libertades democráticas que pudiera representar "Podemos". Es porque cuestiona un sistema corrupto en el que priman los intereses de las élites económicas, espirituales y políticas dominantes y del que España es el máximo exponente pues gran parte de su casta política, bancaria y empresarial participa de despilfarros, desfalcos y compensaciones por legislar y gobernar a favor del capital y la especulación. En realidad eso se hace en todo el globalizado planeta, sólo que aquí lo hacen tan descaradamente que ponen en evidencia el fraude que sustenta al sistema y su eficaz, para sus propios intereses, política bipartidista.
Ahora, como afirmó Jerrold en el siglo XIX, tratar de reformar a un hombre sigue siendo un trabajo ingrato y de dudoso éxito. Colgar a todos esos corruptos que permiten, amparan y fomentan las desigualdades e injusticias amparados bajo disfraces democráticos, sin duda acabaría con el problema, pero no sería digno de una sociedad avanzada, así que tendrá que bastar con expulsarles del poder a través de las urnas, para después cambiar el sistema. Ahora hay alternativas, como las hubo en 1936 cuando las izquierdas se agruparon en el Frente Popular y ganaron las elecciones. A partir de ahí fueron capaces de aplicar la constitución de 1931, tan igualitaria que extirpaba sus posesiones y poderes a la Iglesia Católica y a la monarquía y aristocracias dominantes. La alianza franquista rompió aquel sueño con el beneplácito de los fascismos europeos y de las democracias occidentales.
Ahora sería tan irresponsable que un golpe militar triunfara en España como colgar a quienes sustentan la corrupción ante la imposibilidad de que cambien, así que PODEMOS echarles. Cambiar el sistema depende de nosotros, de potenciar políticas efectivas. Es tan sencillo como variar la escala de valores que rige nuestras vidas y situar a la humanidad por encima de entelequias como dios o el dinero, o el dios dinero.

3 comentarios:

  1. tenemos a UPyD que según dirigentes de falange, es el partido que más coincide programáticamente hablando con esa formación de extrema derecha, y tenemos a 'manos limpias', la extrema derecha de los tribunales de justicia... el PP ha sabido arropar bajo sus alas de gaviota a los votantes de ultraderecha, con guiños programáticos y soflamas incendiarias...

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  2. Mr. Jerrold no ha tgenido los bollocks/cojones de decir si colgar a un hombre es un éxito del sistema penitenciario

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    1. Jajaja, seguramente lo era, y lo sigue siendo, pregunta sino a la mayoría de la paradigmática democracia estadounidense cuando ejecutan su justicia

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