Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

sábado, 22 de mayo de 2010

Contagios peligrosos

Una de las principales lacras que han masacrado a la raza humana a lo largo de la historia han sido los contagios de enfermedades transmisibles. Peste, viruela, difteria, gripe o tuberculosis han provocado grandes epidemias con numerosas muertes en el transcurso de los siglos. Ahora, en pleno siglo XXI, con todos los avances científicos y técnicos, aunque ya se han conseguido erradicar muchas de esas enfermedades, el contagio de otras continúa causando auténticas pandemias de muerte en el mundo, a pesar de que nuestra cómoda situación dentro de los países desarrollados parezca ocultárnoslo. Por poner algunos ejemplos, de los casi nueve millones de niños menores de cinco años que mueren anualmente en el planeta, más de las dos terceras partes lo hacen a causa de enfermedades infecciosas, especialmente neumonía, diarrea y malaria, y en países africanos y del sudeste asiático.

Los niños están más indefensos ante este tipo de enfermedades, y aunque las muertes provocadas por ellas disminuyen, aún continúan siendo muy preocupantes. Como también lo son otras pandemias muy contagiosas y peligrosas, y que afectan tanto a niños como a mayores. Alrededor de cuarenta millones de personas en el planeta tienen el virus del SIDA y en los próximos años podrían infectarse otros cuarenta millones más en los países más pobres, si no se extreman las medidas para evitar su contagio. En 2003, tres millones de personas murieron a causa del SIDA, y en los 20 años anteriores ya habían fallecido 28 millones más por la misma causa. Entretanto, el Papa continúa condenando el uso del preservativo.

Otra de esas letales enfermedades contagiosas invisibles en occidente es el paludismo. Según datos de la OMS, cerca de la mitad de la población del mundo corre el riesgo de contagiarse por esa enfermedad que en 2008 produjo 243 millones de contagios y cerca de 900.000 muertos, de los cuales el 90 por ciento se produjo en África.

La lista de enfermedades contagiosas y peligrosas podría continuar, pero con las dos más significativas ya queda patente la gravedad del asunto, aunque nosotros nos sintamos ajenos a todo ello en nuestros pedestales de protección occidental. Sí, nos sentimos más o menos seguros ante esas amenazas invisibles para nuestra salud física, y nos protegemos de ellas porque tenemos los medios para hacerlo, así que no nos preocupan demasiado y tal vez por eso pretendamos ignorar que a una gran parte de nuestra raza planetaria si que lo hace, y con luctuosos resultados y ante una escasa ayuda occidental que raya la pasividad.

Eso son vanas preocupaciones para lo que realmente parece interesarnos. Curados de contagios peligrosos físicos, lo que parece amenazarnos son otro tipo de peligrosas actitudes que en ocasiones rayan la enfermedad, y que si no se atajan a tiempo y se aíslan y evitan, pueden llegar a ser contagiosas.

Recientemente la OCU (organización de Consumidores y Usuarios) ha hecho público un estudio sobre el servicio de taxi en trece ciudades españolas. Los taxistas no han salido muy bien parados.

Casi la mitad de los trayectos realizados en el estudio presentan irregularidades que afectan a un cobro abusivo. Los taxistas han puesto el grito en el cielo y han amenazado con medidas legales contra la OCU. Los medios de difusión que emitieron la noticia recogieron el malestar de quienes ejercen esa profesión. Algunos afirmaban, indignados, que esas acusaciones eran mentira. Otros, más comedidos, y con toda la razón del mundo, decían que no era lo normal y que en todas las profesiones y aspectos de la vida, había personas deshonestas. Con ambas opiniones, algunos de esos medios que difundieron la noticia realizaron su propio estudio y comprobaron que en cerca del 20 por ciento de los viajes se cometieron irregularidades.

No es la primera vez que estudios de este tipo han dejado en evidencia la tendencia a cobrar en exceso que parece fluir en los taxis. También es cierto que en todos los aspectos y profesiones de la vida hay quien se lucra obteniendo dinero fácil, pero de dudosa procedencia, pero hay que reconocer que la profesión de taxista lo facilita por lo complicado que resulta delimitar el coste exacto de cada servicio y la influencia del propio taxista en él.

Desconozco el volumen de negocio que puede mover un taxi en España, pero supongo que no es pequeño por el precio que suelen costar los traspasos de las licencias, a pesar de todos los impuestos que tienen que pagar. Sin pretender compararlo con este país, creo que puede dar una idea de la cierta facilidad con que se gana dinero en un taxi lo que sucede en Lima. En la capital peruana ese negocio aún no está regulado y ni siquiera existen taxímetros. Si deseas tomar un taxi (en esa metrópoli de diez millones de habitantes, sin trenes, ni metros, ni casi autobuses, casi cualquier coche puede ser un taxi), lo llamas y negocias el precio hasta el destino. Si llegas a un acuerdo lo coges y te vas. De lo contrario, no te preocupes ya que mientras negociabas, otros dos taxis se han detenido por si no llegabas a un acuerdo, y esperando su oportunidad. Obtener dinero así es tan sencillo que mucha gente se dedica a ello, incluso por horas o con coches alquilados, y es tan habitual que lo llaman "taxear". En cualquier caso, si tantas personas lo hacen, parece que es porque puede ser un buen negocio.

En realidad esa tendencia a los excesos lucrativos es directamente proporcional a la capacidad de control sobre el dinero que proporciona la actividad. De eso saben bastante nuestros políticos, que es otra de esas profesiones que tiende demasiado a hacerse con dinero fácil pero dudoso. Sólo hay que repasar las hemerotecas: trama Gürtel, caso Matas, y tantos otros que lo demuestran.

En esta profesión, como en la de los taxistas y otras tantas, lo más importante no es clamar al cielo y quejarse, ni escudarse en que sucede en otros aspectos y profesiones de la vida, como justificándolo. Lo más importante es poner coto a esa peligrosa y contagiosa actividad denunciando a quien la practica e impidiendo que ni tan siquiera puedan estar presentes en la profesión. Se trata de evitar que las piezas podridas contagien a las demás, y para ello es necesario erradicarlas de cuajo, sino los contagios proliferan y los pagamos todos. Lo demás son sólo palabras.

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