Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

jueves, 8 de octubre de 2015

Clubs indeseables

   Aseveraba Groucho Marx  que jamás pertenecería a un club que aceptara como socio a alguien como él. La ingeniosa frase puede significar que el autor cuestionara sus propias capacidades y aciertos para escoger lo que más le convenía, e incluso su integridad ética y social, pero también puede ser una razonable duda sobre las verdaderas motivaciones y últimas consecuencias de la agrupación de socios y sus posibles y perniciosas degeneraciones que pueden convertir en altamente indeseables a algunos clubs.

   Pongamos un ejemplo que podamos comprender, por cercano y amplio, más o menos todos. Imaginemos un club que, como casi todos, busca el prestigio para crecer y expandirse con tal ahínco que ahoga sus nobles principios y loables objetivos para favorecer a sus socios, si hubieran sido su esencia en algún momento, en sus propias ansias de demostrar su importancia, valía y crecimiento. En realidad la deriva de cualquier entidad, institución, club, e incluso persona, depende de las directrices que marquen los comportamientos de sus dirigentes es decir, de los valores que gobiernen sus cerebros. El sociólogo norteamericano Harold Lasswell, pionero en estudios sobre sociología política y sobre comunicación y propaganda, defendía que el hombre era un animal “maximizador” de valores. Si nuestros valores potenciados fueran la justicia y la solidaridad; la libertad, igualdad y fraternidad aclamadas en mayo de 68, absolutos y universalmente aceptados por toda la especie humana, sin duda el planeta y la humanidad irían mejor. 

   Desafortunadamente los valores inculcados por el capitalismo dominante son la competitividad y el consumismo, ambos para garantizar el máximo beneficio del dios que da nombre al sistema, el capital, y básicamente a través de la trampa del prestigio, que en el caso de la competitividad encumbra a quien triunfa sobre los demás y en el caso del consumismo a quien posee más o más exclusivo. Así pues la inteligente y dominante especie humana se mueve esencialmente por algo que, además de ser subjetivo y potencialmente diferente, también puede llegar a ser ilusorio e incluso fruto de la superstición, no en vano la definición de ese perseguido prestigio es, según define la RAE en las cuatro acepciones que recoge: 

1- Realce, estimación, renombre, buen crédito. 

2- Ascendiente, influencia, autoridad. 

3- Fascinación que se atribuye a la magia o es causada por medio de un sortilegio. 

4- Engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan al pueblo.

   Bajo estas premisas triunfó un club en el que se prestigiaba la igualdad de sus socios pretendiendo ayudar a los más débiles, y la excelencia de su necesaria existencia en la ostentación y el lujo con que disfraza a sus instituciones y representantes. Para ello el exclusivo club, a cambio de una parte de las cuotas de los socios para vivir como el dios como parece comportarse, se esmera en lustrar sus símbolos para recaudar más mientras viven despilfarrando placeres mundanos con el resto, favoreciendo a unos pocos socios con sus decisiones y directrices que perjudican claramente al grueso de sus socios, pero favorecen las ocasiones de negocio, que finalmente acabaran de un modo u otro engordando los intereses de los directivos del club. Las migajas se destinan a lavar la imagen, y tal vez la propia negrura de sus conciencias, dedicándola a subsanar los casos más extremos de necesidad entre sus miembros, que al fin y al cabo son los que más réditos propagandísticos dan.

   Lo pernicioso para la mayoría de los asociados no son las cuotas, son las decisiones a las que se someten pues les conducen a deshacerse de sus propiedades y servicios con la falsa excusa de una mejor gestión y eficiencia, y a adoptar un orientado progreso en cuya financiación prolonga las deudas hasta el infinito y cuya construcción esconde muchas veces, oscuros entramados de enriquecimientos ilícitos.

   Así los fondos FEDER, los que publicita la Unión Europea como destinados a disminuir las diferencias entre regiones y al desarrollo de las menos favorecidas, se pueden destinar a financiar el 80 por ciento de los 2 millones de euros que costó el campo de golf que pueden ver los desarrapados y desatendidos inmigrantes que pretenden saltar la valla que separa Melilla de Marruecos.



   No se a que necesario e imprescindible desarrollo conducen los campos de golf, pero parece que habría prioridades más básicas para destinar esos fondos. Vale que podía haber sido peor y haberse dedicado ese dinero a construir una valla más grande, como se destinaron 1200 millones de euros (con más de un 20 por ciento sobre lo presupuestado, como sucede en las principales corruptelas de las administraciones españolas y sus tramas) a construir una nueva sede del Banco Central Europeo (BCE), el mismo que abandera la austeridad impuesta por las políticas de la UE mientras presta casi gratis el dinero a la banca privada para que esta cobre intereses de usura a los estados para financiar la deuda a los que les aboca, obligándoles a vender y privatizar todos los bienes y servicios que aún no han regalado al lucro del capital privado. 

   Aunque se oculte bajo la solidaria palabra Unión y los acordes de hermandad del himno a la alegría de Bethoven, el club europeo es sólo el ampliado instrumento económico para satisfacer las ambiciones y necesidades económicas que potenciaron sus inicios, de tal modo que ha arrastrado a la pobreza a casi el 30 por ciento de sus habitantes a la par que los ricos se enriquecen aún más. 

Eso no quiere decir que una Unión Europea solidaria y pensada para las personas no fuera un excelente modo de mejorar la vida de sus habitantes, como lo sería una moneda única al servicio de los Estados y no de la especulación. Lo realmente lamentable es que quienes han ayudado a crear la actual son nuestros representantes políticos, esos que mayoritariamente nos venden sus bondades con ahínco mientras se revuelcan en el lujo y las prebendas, cuando no en la corrupción. Lo han convertido en un club indeseable. Tenía razón Marx, Groucho, es mejor no pertenecer a él si nos ha admitido como socios, pero quizás también la tenía su demonizado homónimo Karl cuando afirmó “el poder político es simplemente el poder organizado de una clase para oprimir a otra”, de ahí la importancia de que los movimientos ciudadanos lo ocupen y desalojen a los actuales esbirros del poder.

2 comentarios:

  1. de marx es esta joyita de cristal de culo de botella “el fundamento secular del judaísmo es la necesidad práctica, el interés egoísta. El culto practicado por el judío es la usura y su Dios, el dinero”. Estas palabras junto a otras joyas de parecido kilataje sirvieron de base no a una teórica ópresión' de una clase sobre otra, sino al exterminio de un orden de gente de religión cristiana, ya fuesen católicos, protestantes o ateos (esa corriente nacida del cristianismo), sobre un colectivo que nunca aceptó al ídolo del emperador Constantino. Si alguien quiere admitirme como socio en un club, que me presente un memorándum y yo se lo remitiré a mi abogado, para que me confirme que no debo pertenecer a él.
    con benny carter sobrevolándome la calva, le deseo a vuesamerced salud ardiente y juicio refrigerante.

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  2. El error de partida es que pones tus deciones en manos de un abogado. Saludos Su Crítica Eminencia, y lucense felicidad

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