Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

martes, 15 de marzo de 2011

Causas comunes

Todas las grandes Revoluciones sociales y políticas de este planeta a lo largo de la historia conocida están motivadas por causas similares. La Revolución Norteamericana, la Francesa, la Mexicana, la Rusa, la China y la Cubana fueron la triunfante cristalización del descontento de las clases sociales inferiores con sus respectivos gobernantes.
Aunque el resultado definitivo de los levantamientos a medio y largo plazo no fuera el deseado, si era efectiva la buscada ruptura inmediata con las injusticias, opresiones, privilegios, conflictos y pobreza que sufría la mayor parte de la sociedad, y por lo tanto las revoluciones, en su momento, siempre eran positivas. En ese sentido, las recientes rebeliones en Túnez y Egipto (y ojalá Libia y otros países oprimidos) son un paso adelante en la libertad del mundo y en desenmascarar la hipocresía de los países occidentales, primero manteniendo muchos territorios en situación colonial, y luego permitiendo dictaduras en ellos por intereses económicos.
La necesidad de llegar a la revolución la marca la insostenibilidad de la situación. En ocasiones los gobernantes son déspotas que, en sus excesos, soliviantan a los gobernados que acaban revelándose. Otras veces el régimen o el sistema se envilecen y degeneran hasta hartar a los administrados.
Una de las causas comunes de las revoluciones, o de la opresión que las causa, es que los gobernantes y los gobernados viven realidades diferentes. Unos gobiernan ajenos a la realidad de los otros, y así es complicado hacerlo. El jeque, el rey, el caudillo o el mandatario de turno, inmersos en sus burbujas de opulencia y poder, ignoran las estrecheces y necesidades del pueblo llano al que administran. En todos los sistemas de gobierno diferentes a la democracia, en la que supuestamente el pueblo es quien elige a los gobernantes, es muy factible esa desviación entre las realidades de administradores y administrados, y por eso se daban, y dan, tantos abusos de poder. Gadafi, en plena rebelión, aun perjura lo mucho que le quiere su pueblo, como suele sucederles a los peores déspotas que alcanzan el poder.
Lo preocupante es que también la democracia, quizás por las carencias del propio sistema, por su degeneración en una Partitocracia en la que gobierna una dicotomía de partidos que son quienes realmente eligen a los candidatos, o por efectos del poder continuado como se analizó en borracheras sonadas, produce ese efecto de realidades diferentes entre gobernantes y gobernados. Aznar provocó la participación de España en la ilegal guerra de Irak en contra de la voluntad del 90 por ciento de los españoles.
A veces las realidades diferentes son en cuestiones menos trascendentes, como cuando Zapatero desconocía el precio de un café, o Rajoy llamaba “los chuches” a “las chuches” que consumen los niños. Ambas son nimiedades, pero delatan la distancia que hay entre quien gobierna, o aspira a ello, y quien sufre los efectos de ese gobierno.
La reciente intervención del Consejero de Transportes de la Comunidad de Madrid afirmando la inexistencia de un sistema de abono de 10 viajes que lleva siendo utilizado desde hace más de diez años por decenas de miles de madrileños es otro ejemplo de ese distanciamiento entre gobernantes y gobernados.


Queda claro que el señor Consejero no ha cogido el transporte público en su vida, y para dejarlo patente, en su pretensión de ridiculizar a su rival político, parece querer imitar un discurso típico de Muchachada Nui en su forma y expresión, y finalmente es él quien hace el más espantoso de los ridículos, incrementado aún más por la carga de soberbia de la intervención.
Que el Consejero de Transportes desconozca de ese modo el sistema del que es el máximo responsable es un motivo más que suficiente para que abandone el cargo. Evidentemente no lo va a hacer porque la mayoría de los 64 diputados populares de la Comunidad de Madrid, incluida su Presidenta, Esperanza Aguirre, aplaudieron y jalearon a su compañero en la metedura de pata. Señal inequívoca de que ninguno de ellos conocía la existencia del “metrobús”, y de que quienes gobiernan viven en una realidad completamente distinta de sus gobernados.
Los políticos, a través de los grandes partidos, y disfrazados de democracia, han formado una cerrada Casta, no demasiado diferente de las clases nobles y aristocráticas que dirigían otros regímenes, y como aquellas, se limitan a favorecer al capital, al poder y a sus propios intereses y privilegios, y con un desconocimiento absoluto de la realidad de sus administrados. Muchos de quienes nos gobiernan demuestran con sus actitudes que son indignos de representarnos y se asemejan cada vez más a las repugnantes camarillas de poder que surgían en los mas decadentes regimenes políticos, pero sin embargo siguen saliendo elegidos porque repiten una y otra vez en las listas, hasta que logran una dedicación más cómoda y mejor remunerada.
Evidentemente no todos nuestros gobernantes son así, pero muchos si, y aunque pretendan ocultarlo, sucesos como el del “metrobús” les delatan e incrementan ese distanciamiento entre gobiernos y administrados que es una causa común en las revoluciones.

1 comentario:

  1. A partir de hoy te sigo desde la Luna de Valencia que pasó por Castellò d`emp.

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