Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

viernes, 26 de febrero de 2016

Cristales de colores

    Poetizaba el humanista asturiano Ramón de Campoamor allá por el siglo XIX sobre la realidad de la vida: En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira...

    La bella construcción expresiva nos hace comprender que en la vida todo es variable y está impregnado de subjetividad; desde nuestras pensamientos e ideas, esas que a veces nos parecen inmutables y absolutas, hasta las interpretaciones de nuestro entorno o de los hechos, esos que con demasiada frecuencia consideramos únicos y universales. La aceptación de que cada individuo puede tener puntos de vista o reacciones diferentes ante un mismo estímulo es la base de la necesaria diversidad y la consecuencia de que todos seamos distintos, pero sin duda es uno de los encantos de la vida porque de ese modo es posible que nuestros hijos sean los más guapos, nuestros perros los más inteligentes o nuestras decisiones y actitudes las más acertadas, haciendo de ese modo cierta la máxima cartesiana de que lo único repartido equitativamente entre los seres humanos es la razón, porque todo el mundo cree tener la suficiente. De ser de otra manera, todos nos enamoraríamos de la misma persona, nos gustarían comidas similares o pensaríamos de modo parecido. Definitivamente todo resultaría demasiado calculado e incluso aburrido.

    Ciertamente antes de que la razón fuera aupada a la categoría de motivo, causa, justificación o argumento de cualquier circunstancia, siempre lo eran los conferidos por los poderes naturales, como la fuerza o alguna habilidad; o los sobrenaturales, como los dioses o los espíritus. Desde entonces las directrices de las comunidades fueron asumidas por los más fuertes, o los más avispados, con los riesgos de que ambos velaran más por sus propios intereses que por los del grupo. Ese lastre se incrustó en la esencia misma de la mayoría de las sociedades y organizaciones, creciendo con ellas, de tal manera que fuertes y avispados iban creando los nuevos núcleos de poder influyentes en ese desarrollo.

    A medida que los conocimientos aumentaban, los poderes rectores naturales y sobrenaturales se complementaban con los creados artificialmente: normas, leyes, jueces, tribunales,… que bajo diferentes denominaciones y aspectos iban incorporándose a las pautas directoras de las comunidades y pueblos. Lenta, pero implacablemente, las estructuras socio-políticas se fueron afianzando, apoyándose unos focos de poder en otros de tal modo que se retroalimentan hasta perpetuarse, o en su defecto prolongar su cómoda existencia hasta su obligada extinción, de tal manera que se aliaban en estructuras que se entrelazaban haciendo necesaria la mutua existencia. Un claro ejemplo de alianza entre poderes políticos y espirituales que aún hoy permanece en algunos países son las monarquías que tras amoldarse a diferentes estadios y adjetivaciones, al ritmo de los avances del pensamiento, aún conservan la designación divina de sus protagonistas.

    El paradigma extremo de interacción entre ambos poderes lo realizó el emperador romano Constantino I, cuando allá por el siglo IV acabó con el creciente riesgo para el imperio de un cristianismo en aumento, proclamándose uno de sus líderes, para así manipularlo desde dentro, y estableciendo las bases de la iglesia católica. Del mismo modo, catorce siglos después, Enrique VIII, ante las discrepancias con la iglesia romana por sus matrimonios, decidió crear la escisión que sirviera a sus propios intereses y acabó cristalizando en el anglicanismo. De esas maneras, o similares, nos han ido tintando históricamente los cristales con los que podíamos mirar el mundo, con épocas y sociedades más avanzadas y otras, más habituales y retrógradas.

    Ciertamente a medida que los conocimientos aumentaban y las tecnologías permitían su mayor difusión y afianciamiento, la variedad de interpretaciones y criterios se incrementaban multiplicando las tonalidades de los cristales con los que veíamos el mundo, eclosionando con el Renacimiento, y consolidándose y extendiéndose progresivamente a partir de entonces. Pero no seamos demasiado vanidosos.

    Por ceñirnos a la cultura cristiana occidental que básicamente nos rige y cala profundamente en nuestras personalidades y comportamientos, conscientemente o no, desde hace más de 1.500 años, hasta hace apenas doscientos aún imponía la validez de sus artificiales dogmas a través de la cruel y sangrienta Inquisición. Eso apenas fue antesdeayer, y a partir de entonces es cuando se abrieron paso la razón y la ciencia entre los motivos que tintaban los cristales de nuestra realidad, aunque siempre difundidas y potenciadas por los emergentes poderes, una vez más en lucha continua con los ya existentes hasta llegar a un nuevo equilibrio de fuerzas en el que perdurarán los más fuertes.

    A medida que nuestros conocimientos se multiplican, nuestra sabiduría crece y con ella la capacidad y la voluntad de tintar personalmente nuestros propios cristales. Es costoso por muchos motivos, que van desde las imposiciones externas de las dictaduras y fanatismos (de ahí que se pretenda eliminar la filosofia, el amor al conocimiento, el arte de pensar, de los planes de estudio),  hasta la comodidad interna de sentarse a ver la tele sin pensar. De ese modo se corren muchos riesgos, porque el maligno aparato es un excelente púlpito para todo tipo de discursos, y estos más peligrosos son cuanto más trascendentes son los personajes que los utilizan, porque tintan los cristales de nuestra realidad manipulándola de modo partidista.

    Para verlo de un modo más claro trataremos de ejemplarizando. Observemos las declaraciones cualquiera de los miembros del gobierno Rajoy en funciones, todos ellos, incluido el presidente, como sacados de las más afianzadas y decrépitas ideologías franquistas de hace 70 años. Pongamos por ejemplo las recientes declaraciones del ministro del interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, en el que pretendía tintar el cristal de las crecientes actuaciones judiciales contra miembros de su partido con falta de espontaneidad y casualidad, como buscando tras las mismas la existencia de una conspiración contra las estructuras del PP, en lugar de aceptar que la podredumbre generalizada que les salpica es la causa inevitable de que proliferen los indicios de corrupción en sus filas y la investigación de los mismos.

    Las teorías de Fernández Díaz sobre conspiraciones judeo-masónicas han sido históricamente utilizadas como excusa genérica ante adversidades de difícil explicación. Franco lo hacía habitualmente, el PP lo había utilizado cuando hace unos años se destapó la trama Gürtel, y ahora se repite, pues a la opinión del ministro del interior en funciones se une la del propio Rajoy, y se amplia con el aditamento de un complot de la izquierda radical y otras retorcidas teorías, apuntadas por Camps, Rita Barberá, Català, Cospedal,... y numerosos voceros populares cuyo único objetivo es tintar los cristales de una realidad política que nos toma por gilipollas.   

    Otra de las recientes y controvertidos tintes que usó Fernández Díez para disfrazar la realidad fue cuando en el supuesto escrache al concejal del ayuntamiento de Madrid, Javier Barbero, por parte de la policía municipal, fue asegurar, y hasta celebrar, que con ello habían probado de su propia medicina. Ciertamente es cuando menos chocante que un fervoroso católico miembro del Opus Dei y asiduo visitante de templos y rituales, además de firme gestor y promotor de leyes mordaza y de recortes de libertades se congratule de que un semejante, al que se ha de amar como a sí mismo, reciba de su propia medicina en lugar de condenar unos actos que demoniza, y pretende ilegalizar, si contraviene a sus intereses y los del entorno que defiende. Supongo que porque son muy propensos a los riesgos de eschacres por sus maneras de actuar y legislar, pero hasta con esto pretenden engañarnos tintando el color del cristal a su gusto, pues los escraches se refieren a acciones contra actuaciones o actitudes contrarias a derechos esenciales y universales, como el derecho a la vivienda o a la vida digna; y lo que hicieron los policías municipales fue una convulsa reivindicación laboral, comparable a la que pudieron vivir los conocidos como los ocho de Airbus, sindicalistas a los que la fiscalía pedía más de ocho años de prisión, pero que fueron absueltos la pasada semana. Si en lugar de ser el asediado un concejal del ayuntamiento de Carmena, lo hubiera sido del PP, o un ejecutivo de una empresa amiga, los manifestantes no se hubieran considerado como un escrache sino como una ilegal petición laboral. Y es que el gobierno del PP ha tintado a su antojo hasta los cristales con los que miran los fiscales.

    La última estratagema para tintar la realidad por parte del partido que gobierna en funciones este país es apelar a los sentimientos, aprovechando el tirón de la reciente imputación de la portavoz del ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, por un presunto delito contra los sentimientos religiosos recogido en el art. 525 del código penal, por ocupar la capilla de la Universidad Complutense en 2011 y en el mismo acto exhibir su torso desnudo reivindicando la eliminación de un templo católico de una institución pública y laica. La fiscalía pide un año de prisión en base a este poco aplicado precepto del que ya fue absuelto Javier Krahe en junio de 2012 por su participación ocho años antes en el vídeo “Como cocinar un Cristo para dos personas”. La extrema sensibilidad sentimental del PP, con Fernández Díez, quien en su éxtasis espiritual hasta ha condecorado vírgenes, al frente ya piden la dimisión de Maestre si es condenada.

    Ese repentino ataque sentimental ha calado tanto en el nuevo discurso del PP que hasta Rita Barberá, emotiva ella, ha agradecido que sus padres no estuvieran vivos para ver la persecución a la que se la somete injustamente, y el presidente Rajoy se apena por haber sido declarado persona non grata en su adorada Pontevedra por permitir, como presidente en funciones, que su ría se siga contaminando por parte de ENCE durante 60 años más. El nuevo tinte del cristal de la realidad parece ser que por encima de corruptos o malos gestores son personas de carne y hueso, seres humanos con sentimientos,... ¿o era al revés?



Es lo mismo, el caso es que los sentimientos que muestran ahora con los corruptos jamás los tuvieron con los desahuciados, los afectados por las preferentes, los discapacitados, los parados... Con ellos no, todos ellos ¡Que se jodan!

 

 

 No dejes que elijan y manipulen el color de tu cristal para mirar el mundo.


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