Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

viernes, 8 de agosto de 2014

Sobre hábitos, monjes, comparsas y mamandurrias



Si pretendiéramos establecer una teoría consensuada de cuando surgieron los primeros monjes, entendidos como los individuos pertenecientes a alguna de las órdenes monacales religiosas sujetos a reglas comunes, o desde cuando se denomina hábito a sus vestimentas, entraríamos en una previsible discusión sin fin que tampoco tendría demasiado sentido, así que convengamos que la expresión “el hábito no hace al monje” ya fue empleada por Cervantes a finales del siglo XVI en su obra, con lo que su solera y trascendencia es evidente, pues aún hoy se utiliza con cierta asiduidad. El significado del manido dicho viene a querer decir que las apariencias pueden no tener nada que ver con la realidad,  especialmente las apariencias externas y los valores que debieran representar los cargos con el comportamiento y actitudes que estos debieran conllevar realmente.
Quinientos años después de que aquella frase tuviera tal uso como para que un reconocido literato la empleara en sus textos, no los monjes exclusivamente, sino muchos de los componentes de la estructura eclesiástica católica han demostrado sobradamente que sus hábitos, o demás vestimentas, no les convierten en los religiosos que, por ejemplo, han realizado voto de castidad, pues entre sus filas se daba, o da, un gran número de casos de pederastia y de abusos sexuales.
La expresión es más apropiada cuanto más profundo debe ser el compromiso social del individuo con la función que supuestamente representa, de ahí que en aquellos tiempos de absolutismos, monarquías, señoríos y aristocracias las mayores igualdades sociales fueran las espirituales, y de ahí que los monjes y los hábitos fueran sus protagonistas. Actualmente, con las democracias, la principal función social recae sobre los cargos públicos que supuestamente representan a los ciudadanos y actúan a favor del bien común. Estos colectivos, si bien no están obligados a utilizar hábitos comunes, ni tan siquiera la corbata, por mucho que no usarla indigne al patéticamente insigne José Bono, tratan de fomentar su prestigio y funcionalidad a través de los tratamientos con los que aparejan sus cargos. La escala de estas fórmulas está compuesta de mayor a menor su excelencia, su ilustrísima y su señoría. Así son “Excelencias” los miembros y ex miembros del gobierno, los embajadores, los delegados del gobierno, los presidentes de casi todas las comunidades autónomas, los diputados y senadores, los eurodiputados, los alcaldes de las grandes ciudades y algunos componentes del Consejo de Estado, Reales Academias y otras variadas instituciones, entre otros; coincidiendo básicamente con las más altas cúpulas de las diferentes administraciones, justicia y ejercito y cuerpos de seguridad. Entre las “ilustrísimas” están los segundos espadas de las “excelencias”, mientras que la tercera división la ocuparían el siguiente nivel de cargos de confianza y electos, incluyendo la gran mayoría de alcaldes y de jueces, además de los notarios de las plazas mas importantes, así como los registradores, de tal modo que Mariano Rajoy es excelencia como presidente y diputado y señoría como registrador, pero como ser humano no pasa de ser un impresentable mediocre.
En este simbolismo de extender los hábitos al prestigio de los títulos protocolarios es habitual que entre nuestros representantes políticos abunden los ineptos trepas sin escrúpulos disfrazados de serviciales servidores públicos que sonríen cínicamente mientras traicionan la esencia de sus grandilocuentes títulos y saquean lo público en beneficio propio. Quizás el actual paradigma de esa innegable realidad de que el hábito conferido por una respetable y rimbombante denominación no haga a un monje digno de ella lo constituye Jordi Pujol, quien no es excelencia, por la peculiaridad catalana, sino Molt Honorable, ya que fue durante 23 años president de la generalitat de Catalunya. Pujol ha demostrado que en vez de muy honorable es muy despreciable, al admitir que en 35 años no había encontrado el momento de regularizar la situación fiscal de una herencia ocultada en Suiza, o muy corruptible, pues es complicado justificar tan abultada fortuna en su familia. Matas, Fabra,… son otros de los numerosos y despreciables ejemplos de una casta política más próximos a la podredumbre que a la excelencia.
Esto sucede así porque cuando un mediocre adquiere cierta cota de poder se convierte en un prepotente, lo que a su vez degenera en tiranía y exceso de poder y utilización del mismo en beneficio propio. Ejemplos hay de sobra en la historia. Stalin, Mussolini, Hitler, Franco,… fueron mediocres universales que degeneraron hasta límites insospechados, pero a otro nivel también lo son Felipe González, José María Aznar o Mariano Rajoy, por citar algunos de los que aún tienen poder ahora. Esa degeneración de la política es posible porque el sistema se sustenta en un bipartidismo alterno, en el que sólo ascienden los adeptos al entramado, y que se ocupa de perpetuar un sistema corrupto, mientras los comparsas y los voceros mediáticos les hacen el caldo gordo desde sus púlpitos. Uno de los más significativos estandartes de las cavernas informativas que pretenden restaurar retrógradas ideologías clasistas y desiguales lo constituye el director del diario La Razón, Francisco Marhuenda, quien cada vez que abre su hedionda boca insulta a la inteligencia humana con la misma intensidad que denigra a los catalanes cada vez que afirma que él nació en esas tierras.
El resultado de la explosiva mezcla de mediocres políticos corruptos con hábitos, no de vestimentas sino de costumbres, demasiado comunes, y de todo un entorno informativo y propagandístico que trata de justificarles y prestigiarles son especímenes como Esperanza Aguirre.  Aguirre, su excelencia como ex ministra y ex presidenta de la comunidad de Madrid, y su ilustrísima como condesa consorte, aunque ya de por sí procedente de la alta burguesía madrileña, es otro mediocre ser humano que lleva viviendo de la política desde 1982 y desprecia y humilla al ciudadano de a pie con afirmaciones tales como con su sueldo de casi seis mil euros netos apenas puede llegar a fin de mes o cuando aseveraba en julio de 2012 que había que acabar con los subsidios, subvenciones y mamandurrias.


Su Excelentísima señora Aguirre, usted no es tan ilustrada como su ilustrísimo cargo invita a pensar y ha errado en su exhibición cultural, y se ha herrado a sí misma con ello, pues una mamandurria es según la RAE el “sueldo que se disfruta sin merecerlo, sinecura, ganga permanente”. Los subsidios y subvenciones a los que usted se refiere se basan en derechos adquiridos o necesarias ayudas sociales, las descomunales mamandurrias son las prebendas de muchos políticos, sus inútiles salarios y las compensaciones con que agasajan a empresas y bancos para garantizar sus poltronas en los consejos de administración; y además de todo, en muchos casos, sus guardaespaldas se pagan con dinero público.


1 comentario:

  1. el hábito de un monje, de un monakhos, en definitiva, de un solitario, es estéril, tan estéril para la humanidad como darle al manubrio o como una prebenda, como limpiar el sable o como un bipartidismo de quién-da-la-vez, como hacer vomitar al calvo o como las afirmaciones lapidarias del representante de la soberanía popular... tan estéril y tan molesta como una salpicadura de esperma en el ojo ajeno, o como una vomitada de coñá soberano en los zapatos del prójimo que no es PoPular

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