Como cada
primero de mayo desde 1889, cuando la Segunda Internacional socialista instituyó
la fecha como jornada reivindicativa de las aspiraciones del movimiento obrero,
ayer se celebró el día Internacional del trabajo. La fecha conmemora los
acontecimientos sucedidos en un suburbio de Chicago entre el 1 y el 4 de mayo
de 1886, cuando la huelga de trabajadores que reivindicaban la jornada laboral
de ocho horas culminó con una manifestación durante la cual un desconocido
lanzó una bomba sobre un grupo de policías produciendo la muerte de un oficial,
hechos por los que posteriormente fueron juzgados ocho sindicalistas
anarquistas, cuatro de los cuales fueron condenados a muerte y ejecutados, y un
quinto se suicidó antes de su ejecución.
Las
circunstancias que envolvieron a los acontecimientos fueron un tanto turbias,
comenzando porque el presidente Andrew Johnson ya había aprobado una ley que
establecía la jornada de ocho horas para los empleados federales, que además comenzaba
a aplicarse en algunas empresas, pero las condiciones y jornadas laborales en
Chicago eran tan lamentables en la mayoría de los centros de trabajo que no se
cumplían ni las escasas legislaciones existentes.
Bajo la
premisa principal de lograr la jornada de ocho horas, y con el posicionamiento
editorial contrario de los periódicos de la época, principales creadores de
opinión entonces, el 1 de mayo de 1886
se produce una huelga en los Estados Unidos. Las condiciones laborales en
Chicago son tan miserables, y con la notable presencia de esquiroles, contratados
para mantener la producción y reventar así la huelga en algunos centros de
trabajo, que los obreros deciden prorrogar la huelga durante los días
siguientes. El día 2 una manifestación fue expeditivamente reprimida por la
policía, y el día 3 otra manifestación de los obreros en huelga coincidió con
la salida de los esquiroles de una gran empresa, formándose una batalla campal
que fue disuelta sin previo aviso por los disparos de una compañía de policía,
que acabaron causando seis muertos y decenas de heridos.
Como
reacción a los hechos, un reportero de un periódico anarquista imprimió 25.000
octavillas clamando justicia y venganza, y convocando a las masas para la
multitudinaria manifestación del día siguiente. Aunque se desarrolló de modo
pacífico, cuando prácticamente había concluido se produjo la explosión citada
que mató en el acto a un oficial de policía, e hirió de gravedad a una decena,
la mitad de los cuales murió una vez hospitalizados, y fue la excusa para que los
restantes abrieran fuego matando a un número indeterminado de manifestantes,
que algunas fuentes cifran en una treintena, y más de cien heridos.
La octavilla
convocante sirvió como excusa para condenar a los ocho principales líderes sindicales,
a 3 de ellos a cadena perpetua y a los restantes a muerte, sin ningún tipo de
prueba o evidencia. De los juzgados, cinco eran alemanes, dos estadounidenses y
uno inglés, y el ejemplarizante e injusto juicio, junto a la masiva campaña
mediática dirigida al efecto, sirvió para borrar para siempre cualquier
ideología anarcosindicalista de la nación norteamericana.
La memoria
de los conocidos como “mártires de Chicago”, es pues, la que se conmemora cada 1
de mayo como fiesta internacional de los trabajadores en casi todos los países
democráticos, excepto, como no, el propio Estados Unidos, donde para no
recordar reivindicaciones obreras, se celebra el “labor day” el primer lunes de
septiembre, en memoria de un desfile de celebración en vez de reivindicación,
pues no en vano, en un país vendido como ejemplo paradigmático de las
democracias modernas y que es gobernado por las decisiones de los lobbys
empresariales, no existen convenios colectivos y la sindicación apenas existe,
de tal modo que cada trabajador tiene que prácticamente negociarse sus propias
condiciones laborales desde su debilidad individual en un mercado completamente
desregularizado y con la sartén por el mango, haciendo honor a la escritora y
pensadora gallega Concepción Arenal cuando afirma “un hombre aislado se siente débil y lo es”.
Tampoco Gran
Bretaña, el otro gran ejemplo de democracia moderna, celebra el 1 de mayo como
día internacional del trabajo, sino como llegada del buen tiempo, lo que puede
dar una idea de la transcendencia de las reivindicaciones obreras en ambos
iconos democráticos.
Las
principales reivindicaciones de la jornada este año en España han sido por un
empleo estable, contra la pobreza y por un cambio en las austeras políticas
económicas. Alrededor de setenta grandes ciudades realizaron sus
manifestaciones reivindicativas, y en algunas de ellas las peticiones
subrayaban la necesidad de un empleo digno.
En este globalizado planeta de especulación
parece que toda las soluciones pasan por obtener un empleo, y el inconsciente
social lleva impregnada la frase “el trabajo dignifica” a sangre y fuego. Ahora
bien, dadas las variadas acepciones de las palabras trabajo y digno cabe
preguntarse cual es el que dignifica, y
que tipo de dignidad procura, porque sin duda los esclavos, los siervos, los
lacayos de todos los tiempos trabajaban, como lo hacían los obreros de Chicago
y los de tantos lugares que con su lucha lograron mejoras en las condiciones
laborales. Gracias a todos ellos, a sus reivindicaciones e incluso a sus vidas,
y ya bien superada la mitad del siglo XX, se lograron algunas de las condiciones
para poder relacionar el adjetivo digno con el sustantivo trabajo, al menos en
lo relativo a los empleos asalariados del proletariado resultante del triunfo
de la industrialización capitalista. Tal vez desde ese momento tuvo más
fundamento la reivindicación de la función dignificante del trabajo asalariado,
aunque ha sido y es una trampa del sistema de producción capitalista para
mantener su idiosincrasia de dominio de elemento capital sobre el resto de
variables.
La falacia
pretende que el trabajo dignifique, mientras que sea el capital el que genere
posibilidades y beneficios, para de ese modo legitimar su apropiación de los
mismos así como cualquier tipo de especulación destinada a obtenerlos, con la
excusa de crear empleo.
No dignifica
el trabajo, dignifica cualquier actividad humana satisfactoria para la
sociedad, la familia, el entorno o el simple bienestar del individuo que la
realiza. Unos padres jamás considerarán trabajo el cuidado de sus hijos, y sin
embargo les dignifica; conversar, compartir tiempo y actividades con amigos y
familiares no es un trabajo, y sin embargo dignifica; admirar una puesta de sol
en sincronía y equilibrio con cuanto te rodea no es trabajo, y sin embargo te
dignifica.
Las tres
opciones te hacen digno merecedor de tu condición de ser humano integrado en la
Naturaleza, pero ellos pretenden que tengas que trabajar para serlo, para así justificar
los sueldos, horarios y condiciones de semiesclavitud que quieren volver a
imponer para maximizar sus beneficios, y lo están logrando. El trabajo no
dignifica, el trabajo nos sirve para lograr el sustento económico que nos
permite vivir, es más quienes se ganan la vida haciendo aquello que les gusta,
no lo consideran trabajo y se sienten, y son, tan dignos como los demás.
Lo indigno
es que las legislaciones y gobiernos potencien la especulación y el negocio privado
en lugar de proporcionar los bienes y servicios sobre los que se sustentan
muchos de ellos, siguiendo las directrices de los falsos paradigmas democráticos norteamericanos y británicos.
Como cada
primero de mayo desde 1889, cuando la Segunda Internacional socialista instituyó
la fecha como jornada reivindicativa de las aspiraciones del movimiento obrero,
ayer se celebró el día Internacional del trabajo. La fecha conmemora los
acontecimientos sucedidos en un suburbio de Chicago entre el 1 y el 4 de mayo
de 1886, cuando la huelga de trabajadores que reivindicaban la jornada laboral
de ocho horas culminó con una manifestación durante la cual un desconocido
lanzó una bomba sobre un grupo de policías produciendo la muerte de un oficial,
hechos por los que posteriormente fueron juzgados ocho sindicalistas
anarquistas, cuatro de los cuales fueron condenados a muerte y ejecutados, y un
quinto se suicidó antes de su ejecución.
Las
circunstancias que envolvieron a los acontecimientos fueron un tanto turbias,
comenzando porque el presidente Andrew Johnson ya había aprobado una ley que
establecía la jornada de ocho horas para los empleados federales, que además comenzaba
a aplicarse en algunas empresas, pero las condiciones y jornadas laborales en
Chicago eran tan lamentables en la mayoría de los centros de trabajo que no se
cumplían ni las escasas legislaciones existentes.
Bajo la
premisa principal de lograr la jornada de ocho horas, y con el posicionamiento
editorial contrario de los periódicos de la época, principales creadores de
opinión entonces, el 1 de mayo de 1886
se produce una huelga en los Estados Unidos. Las condiciones laborales en
Chicago son tan miserables, y con la notable presencia de esquiroles, contratados
para mantener la producción y reventar así la huelga en algunos centros de
trabajo, que los obreros deciden prorrogar la huelga durante los días
siguientes. El día 2 una manifestación fue expeditivamente reprimida por la
policía, y el día 3 otra manifestación de los obreros en huelga coincidió con
la salida de los esquiroles de una gran empresa, formándose una batalla campal
que fue disuelta sin previo aviso por los disparos de una compañía de policía,
que acabaron causando seis muertos y decenas de heridos.
Como
reacción a los hechos, un reportero de un periódico anarquista imprimió 25.000
octavillas clamando justicia y venganza, y convocando a las masas para la
multitudinaria manifestación del día siguiente. Aunque se desarrolló de modo
pacífico, cuando prácticamente había concluido se produjo la explosión citada
que mató en el acto a un oficial de policía, e hirió de gravedad a una decena,
la mitad de los cuales murió una vez hospitalizados, y fue la excusa para que los
restantes abrieran fuego matando a un número indeterminado de manifestantes,
que algunas fuentes cifran en una treintena, y más de cien heridos.
La octavilla
convocante sirvió como excusa para condenar a los ocho principales líderes sindicales,
a 3 de ellos a cadena perpetua y a los restantes a muerte, sin ningún tipo de
prueba o evidencia. De los juzgados, cinco eran alemanes, dos estadounidenses y
uno inglés, y el ejemplarizante e injusto juicio, junto a la masiva campaña
mediática dirigida al efecto, sirvió para borrar para siempre cualquier
ideología anarcosindicalista de la nación norteamericana.
La memoria
de los conocidos como “mártires de Chicago”, es pues, la que se conmemora cada 1
de mayo como fiesta internacional de los trabajadores en casi todos los países
democráticos, excepto, como no, el propio Estados Unidos, donde para no
recordar reivindicaciones obreras, se celebra el “labor day” el primer lunes de
septiembre, en memoria de un desfile de celebración en vez de reivindicación,
pues no en vano, en un país vendido como ejemplo paradigmático de las
democracias modernas y que es gobernado por las decisiones de los lobbys
empresariales, no existen convenios colectivos y la sindicación apenas existe,
de tal modo que cada trabajador tiene que prácticamente negociarse sus propias
condiciones laborales desde su debilidad individual en un mercado completamente
desregularizado y con la sartén por el mango, haciendo honor a la escritora y
pensadora gallega Concepción Arenal cuando afirma “un hombre aislado se siente débil y lo es”.
Tampoco Gran
Bretaña, el otro gran ejemplo de democracia moderna, celebra el 1 de mayo como
día internacional del trabajo, sino como llegada del buen tiempo, lo que puede
dar una idea de la transcendencia de las reivindicaciones obreras en ambos
iconos democráticos.
Las
principales reivindicaciones de la jornada este año en España han sido por un
empleo estable, contra la pobreza y por un cambio en las austeras políticas
económicas. Alrededor de setenta grandes ciudades realizaron sus
manifestaciones reivindicativas, y en algunas de ellas las peticiones
subrayaban la necesidad de un empleo digno.
En este globalizado planeta de especulación
parece que toda las soluciones pasan por obtener un empleo, y el inconsciente
social lleva impregnada la frase “el trabajo dignifica” a sangre y fuego. Ahora
bien, dadas las variadas acepciones de las palabras trabajo y digno cabe
preguntarse cual es el que dignifica, y
que tipo de dignidad procura, porque sin duda los esclavos, los siervos, los
lacayos de todos los tiempos trabajaban, como lo hacían los obreros de Chicago
y los de tantos lugares que con su lucha lograron mejoras en las condiciones
laborales. Gracias a todos ellos, a sus reivindicaciones e incluso a sus vidas,
y ya bien superada la mitad del siglo XX, se lograron algunas de las condiciones
para poder relacionar el adjetivo digno con el sustantivo trabajo, al menos en
lo relativo a los empleos asalariados del proletariado resultante del triunfo
de la industrialización capitalista. Tal vez desde ese momento tuvo más
fundamento la reivindicación de la función dignificante del trabajo asalariado,
aunque ha sido y es una trampa del sistema de producción capitalista para
mantener su idiosincrasia de dominio de elemento capital sobre el resto de
variables.
La falacia
pretende que el trabajo dignifique, mientras que sea el capital el que genere
posibilidades y beneficios, para de ese modo legitimar su apropiación de los
mismos así como cualquier tipo de especulación destinada a obtenerlos, con la
excusa de crear empleo.
No dignifica
el trabajo, dignifica cualquier actividad humana satisfactoria para la
sociedad, la familia, el entorno o el simple bienestar del individuo que la
realiza. Unos padres jamás considerarán trabajo el cuidado de sus hijos, y sin
embargo les dignifica; conversar, compartir tiempo y actividades con amigos y
familiares no es un trabajo, y sin embargo dignifica; admirar una puesta de sol
en sincronía y equilibrio con cuanto te rodea no es trabajo, y sin embargo te
dignifica.
Las tres
opciones te hacen digno merecedor de tu condición de ser humano integrado en la
Naturaleza, pero ellos pretenden que tengas que trabajar para serlo, para así justificar
los sueldos, horarios y condiciones de semiesclavitud que quieren volver a
imponer para maximizar sus beneficios, y lo están logrando. El trabajo no
dignifica, el trabajo nos sirve para lograr el sustento económico que nos
permite vivir, es más quienes se ganan la vida haciendo aquello que les gusta,
no lo consideran trabajo y se sienten, y son, tan dignos como los demás.
Lo indigno
es que las legislaciones y gobiernos potencien la especulación y el negocio privado
en lugar de proporcionar los bienes y servicios sobre los que se sustentan
muchos de ellos, siguiendo las directrices de los falsos paradigmas democráticos norteamericanos y británicos.
"En este globalizado planeta de especulación parece que toda las soluciones pasan por obtener un empleo, y el inconsciente social lleva impregnada la frase “el trabajo dignifica” a sangre y fuego."
ResponderEliminarA "sangre y fuego" y cristianamente inspirado en las 'bondades' de los evangelios, allá por el siglo XX, Auschwitz, Sachsenhausen, Dachau y Theresienstadt daban la bienvenida a los Judíos que habrían de morir entre atroces sufrimientos, con la escueta frase: "Arbeit macht frei" (la sombra de la apostólica "la verdad os hará libres" es alargada).
"...la frase Arbeit macht frei indicaba a los prisioneros que estaban obligados a trabajar y a morir como único modo para redimirse de su cualidad de infrahombres y para liberar al Reich del infausto peso de su presencia..." (Rosa Sala Rose dixit)
Así desnudaba Primo Levi el sentido alemán del trabajo que hoy en día ha decidido imponerse desde el Politburó de la UE a todas las infraculturas mediterráneas:
"...El trabajo es humillación y sufrimiento, por lo que no encaja con nosotros, el Herrenvolk, el pueblo de dominadores y héroes, sino para vosotros, enemigos del Tercer Reich. La única libertad que os espera es la muerte..."
Gracias de parte del 'retorcido-homínido-de-la-mariña' por la inspiración. ¡Viva la vagancia!
Me quito el sombrero, homínido lucense, y me congratulo de haber provocado tu inspiración;
ResponderEliminarquizás algún día involucionemos hasta tus conocimientos
que no sus pase ná
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