Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

viernes, 2 de mayo de 2014

Sobre el trabajo y otras dignidades

Como cada primero de mayo desde 1889, cuando la Segunda Internacional socialista instituyó la fecha como jornada reivindicativa de las aspiraciones del movimiento obrero, ayer se celebró el día Internacional del trabajo. La fecha conmemora los acontecimientos sucedidos en un suburbio de Chicago entre el 1 y el 4 de mayo de 1886, cuando la huelga de trabajadores que reivindicaban la jornada laboral de ocho horas culminó con una manifestación durante la cual un desconocido lanzó una bomba sobre un grupo de policías produciendo la muerte de un oficial, hechos por los que posteriormente fueron juzgados ocho sindicalistas anarquistas, cuatro de los cuales fueron condenados a muerte y ejecutados, y un quinto se suicidó antes de su ejecución.
Las circunstancias que envolvieron a los acontecimientos fueron un tanto turbias, comenzando porque el presidente Andrew Johnson ya había aprobado una ley que establecía la jornada de ocho horas para los empleados federales, que además comenzaba a aplicarse en algunas empresas, pero las condiciones y jornadas laborales en Chicago eran tan lamentables en la mayoría de los centros de trabajo que no se cumplían ni las escasas legislaciones existentes.
Bajo la premisa principal de lograr la jornada de ocho horas, y con el posicionamiento editorial contrario de los periódicos de la época, principales creadores de opinión entonces, el 1 de mayo  de 1886 se produce una huelga en los Estados Unidos. Las condiciones laborales en Chicago son tan miserables, y con la notable presencia de esquiroles, contratados para mantener la producción y reventar así la huelga en algunos centros de trabajo, que los obreros deciden prorrogar la huelga durante los días siguientes. El día 2 una manifestación fue expeditivamente reprimida por la policía, y el día 3 otra manifestación de los obreros en huelga coincidió con la salida de los esquiroles de una gran empresa, formándose una batalla campal que fue disuelta sin previo aviso por los disparos de una compañía de policía, que acabaron causando seis muertos y decenas de heridos.
Como reacción a los hechos, un reportero de un periódico anarquista imprimió 25.000 octavillas clamando justicia y venganza, y convocando a las masas para la multitudinaria manifestación del día siguiente. Aunque se desarrolló de modo pacífico, cuando prácticamente había concluido se produjo la explosión citada que mató en el acto a un oficial de policía, e hirió de gravedad a una decena, la mitad de los cuales murió una vez hospitalizados, y fue la excusa para que los restantes abrieran fuego matando a un número indeterminado de manifestantes, que algunas fuentes cifran en una treintena, y más de cien heridos.
La octavilla convocante sirvió como excusa para condenar a los ocho principales líderes sindicales, a 3 de ellos a cadena perpetua y a los restantes a muerte, sin ningún tipo de prueba o evidencia. De los juzgados, cinco eran alemanes, dos estadounidenses y uno inglés, y el ejemplarizante e injusto juicio, junto a la masiva campaña mediática dirigida al efecto, sirvió para borrar para siempre cualquier ideología anarcosindicalista de la nación norteamericana.

La memoria de los conocidos como “mártires de Chicago”, es pues, la que se conmemora cada 1 de mayo como fiesta internacional de los trabajadores en casi todos los países democráticos, excepto, como no, el propio Estados Unidos, donde para no recordar reivindicaciones obreras, se celebra el “labor day” el primer lunes de septiembre, en memoria de un desfile de celebración en vez de reivindicación, pues no en vano, en un país vendido como ejemplo paradigmático de las democracias modernas y que es gobernado por las decisiones de los lobbys empresariales, no existen convenios colectivos y la sindicación apenas existe, de tal modo que cada trabajador tiene que prácticamente negociarse sus propias condiciones laborales desde su debilidad individual en un mercado completamente desregularizado y con la sartén por el mango, haciendo honor a la escritora y pensadora gallega Concepción Arenal cuando afirma  “un hombre aislado se siente débil y lo es”.
Tampoco Gran Bretaña, el otro gran ejemplo de democracia moderna, celebra el 1 de mayo como día internacional del trabajo, sino como llegada del buen tiempo, lo que puede dar una idea de la transcendencia de las reivindicaciones obreras en ambos iconos democráticos.

Las principales reivindicaciones de la jornada este año en España han sido por un empleo estable, contra la pobreza y por un cambio en las austeras políticas económicas. Alrededor de setenta grandes ciudades realizaron sus manifestaciones reivindicativas, y en algunas de ellas las peticiones subrayaban la necesidad de un empleo digno.
 En este globalizado planeta de especulación parece que toda las soluciones pasan por obtener un empleo, y el inconsciente social lleva impregnada la frase “el trabajo dignifica” a sangre y fuego. Ahora bien, dadas las variadas acepciones de las palabras trabajo y digno cabe preguntarse  cual es el que dignifica, y que tipo de dignidad procura, porque sin duda los esclavos, los siervos, los lacayos de todos los tiempos trabajaban, como lo hacían los obreros de Chicago y los de tantos lugares que con su lucha lograron mejoras en las condiciones laborales. Gracias a todos ellos, a sus reivindicaciones e incluso a sus vidas, y ya bien superada la mitad del siglo XX, se lograron algunas de las condiciones para poder relacionar el adjetivo digno con el sustantivo trabajo, al menos en lo relativo a los empleos asalariados del proletariado resultante del triunfo de la industrialización capitalista. Tal vez desde ese momento tuvo más fundamento la reivindicación de la función dignificante del trabajo asalariado, aunque ha sido y es una trampa del sistema de producción capitalista para mantener su idiosincrasia de dominio de elemento capital sobre el resto de variables.
La falacia pretende que el trabajo dignifique, mientras que sea el capital el que genere posibilidades y beneficios, para de ese modo legitimar su apropiación de los mismos así como cualquier tipo de especulación destinada a obtenerlos, con la excusa de crear empleo.
No dignifica el trabajo, dignifica cualquier actividad humana satisfactoria para la sociedad, la familia, el entorno o el simple bienestar del individuo que la realiza. Unos padres jamás considerarán trabajo el cuidado de sus hijos, y sin embargo les dignifica; conversar, compartir tiempo y actividades con amigos y familiares no es un trabajo, y sin embargo dignifica; admirar una puesta de sol en sincronía y equilibrio con cuanto te rodea no es trabajo, y sin embargo te dignifica.
Las tres opciones te hacen digno merecedor de tu condición de ser humano integrado en la Naturaleza, pero ellos pretenden que tengas que trabajar para serlo, para así justificar los sueldos, horarios y condiciones de semiesclavitud que quieren volver a imponer para maximizar sus beneficios, y lo están logrando. El trabajo no dignifica, el trabajo nos sirve para lograr el sustento económico que nos permite vivir, es más quienes se ganan la vida haciendo aquello que les gusta, no lo consideran trabajo y se sienten, y son,  tan dignos como los demás.  
Lo indigno es que las legislaciones y gobiernos potencien la especulación y el negocio privado en lugar de proporcionar los bienes y servicios sobre los que se sustentan muchos de ellos, siguiendo las directrices de los falsos paradigmas democráticos norteamericanos y británicos.




3 comentarios:

  1. "En este globalizado planeta de especulación parece que toda las soluciones pasan por obtener un empleo, y el inconsciente social lleva impregnada la frase “el trabajo dignifica” a sangre y fuego."
    A "sangre y fuego" y cristianamente inspirado en las 'bondades' de los evangelios, allá por el siglo XX, Auschwitz, Sachsenhausen, Dachau y Theresienstadt daban la bienvenida a los Judíos que habrían de morir entre atroces sufrimientos, con la escueta frase: "Arbeit macht frei" (la sombra de la apostólica "la verdad os hará libres" es alargada).
    "...la frase Arbeit macht frei indicaba a los prisioneros que estaban obligados a trabajar y a morir como único modo para redimirse de su cualidad de infrahombres y para liberar al Reich del infausto peso de su presencia..." (Rosa Sala Rose dixit)
    Así desnudaba Primo Levi el sentido alemán del trabajo que hoy en día ha decidido imponerse desde el Politburó de la UE a todas las infraculturas mediterráneas:
    "...El trabajo es humillación y sufrimiento, por lo que no encaja con nosotros, el Herrenvolk, el pueblo de dominadores y héroes, sino para vosotros, enemigos del Tercer Reich. La única libertad que os espera es la muerte..."

    Gracias de parte del 'retorcido-homínido-de-la-mariña' por la inspiración. ¡Viva la vagancia!

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  2. Me quito el sombrero, homínido lucense, y me congratulo de haber provocado tu inspiración;


    quizás algún día involucionemos hasta tus conocimientos

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