Las nuevas tecnologías aplicadas a los medios audiovisuales
han avanzado hasta tal punto que pueden acabar condicionando, tanto nuestras
costumbres como nuestras ideas y pensamientos. El abaratamiento de videocámaras
y todo el material relacionado con la captación y almacenamiento de imágenes han
propiciado la colocación y uso de este tipo de dispositivos en espacios
públicos, en la mayor parte de los casos con la búsqueda de mayor seguridad
como principal excusa argumental. La medida tal vez sea eficaz, pero puede
resultar muy peligrosa por que, por ejemplo, es el mismo motivo con el que justifican
los norteamericanos sus masivos espionajes, o los gobernantes populares
pretenden imponer un restrictiva Ley de seguridad ciudadana en la que los
derechos y libertades individuales se sacrifican en aras de una supuesta paz
social en la que una minoría dominante se enriquece explotando a la mayoría
dominada.
De este modo, si el ministerio del interior quisiera
identificar a ciertos participantes en una manifestación considerada ilegal
podría hacerlo fácilmente, incluso aunque fuera multitudinaria y tuvieran que
repasar uno a uno a sus cientos de miles de manifestantes, porque existe la
tecnología para hacerlo, como existe la que permite que la Dirección General de
Tráfico (DGT) tenga un helicóptero capaz de calcular a un kilómetro de
distancia la velocidad de un vehículo, y si fuera necesario constatar su
matrícula para gestionar la sanción correspondiente.
Esta tecnología audiovisual, capaz de acercarse hasta casi
el infinito con una definición asombrosa o de congelar el movimiento con una nitidez
impensable, aplicada al deporte, ya nos mostró durante las pasadas olimpiadas
de Londres la belleza y plasticidad de algunas disciplinas deportivas al
mostrarnos con detalle y precisión milimétrica, tanto en espacio como en
tiempo, el esfuerzo de los atletas.
Esa misma tecnología audiovisual que, aplicada al deporte,
se estrenó en Londres, se sigue empleando en las retransmisiones deportivas
televisadas, que prácticamente en los deportes de masas, lo son todas.
Así podemos ver con todo detalle los mates de sus ídolos del
basket, los raquetazos de sus tenistas favoritos, las pedaladas de sus
ciclistas preferidos,… y los goles de sus héroes futbolísticos. Las imágenes de
televisión nos muestran con todo detalle como golpean al balón, como éste vuela
rotando sobre si mismo y como se cuela por la escuadra a pesar del esfuerzo en
la estirada del portero, cuyo rostro muestra la evolución del gesto en la
intensidad de la acción, e incluso, con todo detalle, se ven hasta caer las
gotas de sudor generadas por las altas temperaturas y la entrega de esos héroes jaleados desde las gradas por las enardecidas
masas de seguidores, que lucen orgullosos sus camisetas y nombres para mejor
regocijo del negocio deportivo.
En todos los sitios cuecen habas, pero las calderadas
futbolísticas son inalcanzables por cualquier otro deporte, al menos de
momento, y es que algunas de las acciones que inmortalizan las cámaras en su
detallada evolución, son más propias de villanos rastreros que de idolatrados
héroes. Patadas, escupitajos, pisotones, zancadillas, agarrones, insultos,… todas
las provocaciones imaginables por la más retorcida mente tienen cabida en unas
prácticas que poco tienen que ver con el deporte. Obviamente esos héroes, cuyos
sueldos suelen ser más abultados que su educación, tratan de ocultar sus
ladinas acciones a la vista de los espectadores, y lo logran en muchas
ocasiones, pero no pueden hacerlo al insospechado alcance de las cámaras, que les
retratan en toda su oscura intención, de tal manera que si quieren mantener
intacta su heroicidad, deberían modificar sus comportamientos, ya que sus
actuaciones, salvo excepciones disciplinarias, siempre están sometidas a su
celebración pública. Otros aspirantes a héroes, aunque no sea a través del
deporte, pero con grandes egos y vanidades, y
sometidos al escrutinio de sus acciones al público que les paga y sustenta su
existencia, son los políticos, pero estos privilegiados personajes son inmunes a
casi todo porque tienen la sartén por el mango.
Si analizamos el escenario público de los máximos
representantes de la política española, el congreso de los diputados, donde han
sido pillados viendo porno, durmiendo, votando por los demás, insultando a rivales
y ciudadanos,… el demócrata y transparente anterior presidente, José Bono, tal
vez previendo el alcance de las nuevas tecnologías, promovió unas reformas en
el hemiciclo a principios de 2011 que recluyó a cámaras y reporteros gráficos a
un habitáculo desde donde no podían realizar libremente su trabajo, ni captar
imágenes que pudieran comprometer la seriedad del trabajo de sus señorías o su
integridad ética. La medida no agradó a
los profesionales de la información audiovisual, pero se adoptó sin más, y cada
vez es más habitual que los gabinetes de prensa de partidos y políticos
faciliten las imágenes de sus líderes, para evitar así cualquier acontecimiento
imprevisto, no acepten preguntas de los periodistas, sustituyendo las ruedas de
prensa por meras declaraciones, e incluso por comparecencias televisadas.
De ese modo mientras los políticos pretenden inculcar las
nuevas tecnologías para controlar e identificar a los ciudadanos, blindan
el oscurantismo en el que medran sus
corrupciones e injusticias ante su
probable alcance, no sea que como en el caso de ídolos futbolísticos, sus
miserias queden al alcance de la luz pública, y con ello caigan de sus
pedestales de poder.
Con todo, lo más preocupante no es la mezquindad de unos
héroes más próximos a villanos de lo aceptable, sino los fanáticos que
continúan jaleándoles desde las gradas de los estadios, las sillas de los
mítines o los votos de las urnas, pues con ello legitiman y perpetúan
comportamientos deleznables permitiendo que dominen y proliferen los villanos
en lugar de los héroes.
Las nuevas tecnologías aplicadas a los medios audiovisuales
han avanzado hasta tal punto que pueden acabar condicionando, tanto nuestras
costumbres como nuestras ideas y pensamientos. El abaratamiento de videocámaras
y todo el material relacionado con la captación y almacenamiento de imágenes han
propiciado la colocación y uso de este tipo de dispositivos en espacios
públicos, en la mayor parte de los casos con la búsqueda de mayor seguridad
como principal excusa argumental. La medida tal vez sea eficaz, pero puede
resultar muy peligrosa por que, por ejemplo, es el mismo motivo con el que justifican
los norteamericanos sus masivos espionajes, o los gobernantes populares
pretenden imponer un restrictiva Ley de seguridad ciudadana en la que los
derechos y libertades individuales se sacrifican en aras de una supuesta paz
social en la que una minoría dominante se enriquece explotando a la mayoría
dominada.
De este modo, si el ministerio del interior quisiera
identificar a ciertos participantes en una manifestación considerada ilegal
podría hacerlo fácilmente, incluso aunque fuera multitudinaria y tuvieran que
repasar uno a uno a sus cientos de miles de manifestantes, porque existe la
tecnología para hacerlo, como existe la que permite que la Dirección General de
Tráfico (DGT) tenga un helicóptero capaz de calcular a un kilómetro de
distancia la velocidad de un vehículo, y si fuera necesario constatar su
matrícula para gestionar la sanción correspondiente.
Esta tecnología audiovisual, capaz de acercarse hasta casi
el infinito con una definición asombrosa o de congelar el movimiento con una nitidez
impensable, aplicada al deporte, ya nos mostró durante las pasadas olimpiadas
de Londres la belleza y plasticidad de algunas disciplinas deportivas al
mostrarnos con detalle y precisión milimétrica, tanto en espacio como en
tiempo, el esfuerzo de los atletas.
Esa misma tecnología audiovisual que, aplicada al deporte,
se estrenó en Londres, se sigue empleando en las retransmisiones deportivas
televisadas, que prácticamente en los deportes de masas, lo son todas.
Así podemos ver con todo detalle los mates de sus ídolos del
basket, los raquetazos de sus tenistas favoritos, las pedaladas de sus
ciclistas preferidos,… y los goles de sus héroes futbolísticos. Las imágenes de
televisión nos muestran con todo detalle como golpean al balón, como éste vuela
rotando sobre si mismo y como se cuela por la escuadra a pesar del esfuerzo en
la estirada del portero, cuyo rostro muestra la evolución del gesto en la
intensidad de la acción, e incluso, con todo detalle, se ven hasta caer las
gotas de sudor generadas por las altas temperaturas y la entrega de esos héroes jaleados desde las gradas por las enardecidas
masas de seguidores, que lucen orgullosos sus camisetas y nombres para mejor
regocijo del negocio deportivo.
En todos los sitios cuecen habas, pero las calderadas
futbolísticas son inalcanzables por cualquier otro deporte, al menos de
momento, y es que algunas de las acciones que inmortalizan las cámaras en su
detallada evolución, son más propias de villanos rastreros que de idolatrados
héroes. Patadas, escupitajos, pisotones, zancadillas, agarrones, insultos,… todas
las provocaciones imaginables por la más retorcida mente tienen cabida en unas
prácticas que poco tienen que ver con el deporte. Obviamente esos héroes, cuyos
sueldos suelen ser más abultados que su educación, tratan de ocultar sus
ladinas acciones a la vista de los espectadores, y lo logran en muchas
ocasiones, pero no pueden hacerlo al insospechado alcance de las cámaras, que les
retratan en toda su oscura intención, de tal manera que si quieren mantener
intacta su heroicidad, deberían modificar sus comportamientos, ya que sus
actuaciones, salvo excepciones disciplinarias, siempre están sometidas a su
celebración pública. Otros aspirantes a héroes, aunque no sea a través del
deporte, pero con grandes egos y vanidades, y
sometidos al escrutinio de sus acciones al público que les paga y sustenta su
existencia, son los políticos, pero estos privilegiados personajes son inmunes a
casi todo porque tienen la sartén por el mango.
Si analizamos el escenario público de los máximos
representantes de la política española, el congreso de los diputados, donde han
sido pillados viendo porno, durmiendo, votando por los demás, insultando a rivales
y ciudadanos,… el demócrata y transparente anterior presidente, José Bono, tal
vez previendo el alcance de las nuevas tecnologías, promovió unas reformas en
el hemiciclo a principios de 2011 que recluyó a cámaras y reporteros gráficos a
un habitáculo desde donde no podían realizar libremente su trabajo, ni captar
imágenes que pudieran comprometer la seriedad del trabajo de sus señorías o su
integridad ética. La medida no agradó a
los profesionales de la información audiovisual, pero se adoptó sin más, y cada
vez es más habitual que los gabinetes de prensa de partidos y políticos
faciliten las imágenes de sus líderes, para evitar así cualquier acontecimiento
imprevisto, no acepten preguntas de los periodistas, sustituyendo las ruedas de
prensa por meras declaraciones, e incluso por comparecencias televisadas.
De ese modo mientras los políticos pretenden inculcar las
nuevas tecnologías para controlar e identificar a los ciudadanos, blindan
el oscurantismo en el que medran sus
corrupciones e injusticias ante su
probable alcance, no sea que como en el caso de ídolos futbolísticos, sus
miserias queden al alcance de la luz pública, y con ello caigan de sus
pedestales de poder.
Con todo, lo más preocupante no es la mezquindad de unos
héroes más próximos a villanos de lo aceptable, sino los fanáticos que
continúan jaleándoles desde las gradas de los estadios, las sillas de los
mítines o los votos de las urnas, pues con ello legitiman y perpetúan
comportamientos deleznables permitiendo que dominen y proliferen los villanos
en lugar de los héroes.
en oposición al medievalismo 'villano', o sea un pueblerino sometido al código penal, está el 'caballero', delincuente, pero por privilegios del linaje de sangre o votos, nunca reo.
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