Disidir es separarse de la común doctrina, creencia o
conducta. En este sentido solemos cometer el también común error de considerar
como negativa la disidencia, y así lo sugieren los medios de difusión al tildar
habitualmente de “disidentes” a quienes se enfrentan con los poderes
establecidos, equiparándoles así a rebeldes, y conllevando por lo tanto una acepción
bastante negativa y contraria al orden y a la justicia legal.
Ahora bien, si analizamos la realidad desde el punto de vista
de esa legalidad dominante cometemos el imperdonable error de no cuestionar la
base ética y humana de esas normas. Por ejemplo, una condena a muerte en el
franquismo podía ser legal, y los disidentes con el sistema podían ser
condenados a esa máxima pena, sólo por ello.
En este desastroso experimento autonómico-monárquico-constitucional-democrático
del café para todos, vendido durante años como un modelo ejemplar de la
transición de una dictadura a una democracia para el planeta, y para adormecer el
orgullo de los españoles; ahora llegamos a la conclusión de que bajo ese
disfraz de ejemplar unicidad se esconden montañas de disidencias. Para no
profundizar con interminables cuestiones y argumentos, que justificarían, como
cualquier otro, la implantación de absurdas y arbitrarias fronteras en un planeta cuya única separación entre
seres vivos debería ser el límite atmosférico de la propia presencia del
oxígeno que permite la vida, nos quedaremos con la primera gran disidencia, la
cultural, más evidente cuando se sustenta en idiomas diferentes. En este
sentido con la España grande y libre que quieren volver a imponer disiden más
Galicia, Euskadi y Catalunya que el resto de las autonomías, y no por ello
dejan de ser igual de respetables.
Las disidencias tienen cabida en toda posibilidad con más de
una opción y más de un afectado por la misma. Así, por ejemplo, en catalán hay dos apellidos que se pronuncian
prácticamente igual, pero que se escriben de modo diferente, y en este sentido
se puede considerar que uno, el minoritario, es disidente del otro, y
probablemente será Puyol el disidente de Pujol. Pero la ortografía no es la
única disidencia entre ambos.
El primero, Carles Puyol, reconocido y meritorio central del
todopoderoso Barça y de la selección española en laureadas épocas ha anunciado
recientemente que deja el club el próximo mes de junio porque tras sus
problemas con las lesiones no acaba de recuperar el nivel de forma y
rendimiento adecuado.
El segundo, Jordi Pujol Ferrusola, primero de los siete hijos
del que fuera president de la Generalitat, pero no el único de los cuales está
relacionado con oscuros negocios, colecciona coches de lujo y está acusado de
blanqueo de dinero, mientras los medios han publicado que el capital del global
familiar en Suiza supera los cien millones de euros.
En este caso lo deseable es que el disidente, el que se sale
de la norma, sea el Pujol de la saga política, porque la gran mayoría de los
catalanes son honrados, aunque otros políticos de Catalunya se sumen a la disidencia
pujolista, que por otra parte es demasiado común en otros partidos y ámbitos nacionales
y regionales como delatan las tramas Gürtell, Pokemon, Malaya, los Eres, o los
numerosos casos de corrupción que hieden por doquier en este país. Así pues
todos estos políticos que llaman disidentes a quienes no defienden el sistema
que sustenta sus cargos, se convierten en disidentes de la honradez y comulgan
en corrupción. De este modo el disidente catalán Carles Puyol se convierte en
paradigma de honradez pues se va en junio cuando podía continuar dos años más
cobrando sin rendir, como acostumbran los mediocres políticos a lo largo de todos
sus mandatos, que confluyen en la disidencia corrupta tal vez minoritariamente,
pera lo hacen mayoritariamente en la falta de honradez, pues se aferran a sus
inútiles puestos de elevados salarios ya que saben que fuera de ellos no pueden
ni soñar con tales emolumentos y prebendas por sus nulas aportaciones.
Mientras tanto pretenden que creas que quienes se oponen al
circo que les garantiza la sopa boba son disidentes, rebeldes y negativos para
un sistema podrido hasta la médula, pero que siguen defendiendo por interés
propio.
yo pensé que las batallas entre castillos (el latinajo 'castellanus' hermana a castellanos y catalanes) eran cosa de libros de caballerías...
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