Con demasiada frecuencia nos imponen una supuesta realidad, y ocultan esos pequeños detalles que marcan la diferencia.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Entre sietes

La presencia del número siete en nuestras vidas es indiscutible: siete son los días de la semana, los colores del arcoíris, las notas musicales, los sacramentos, los pecados capitales,… y hasta las supuestas vidas de un gato. El siete es, históricamente, un número místico y mágico que incluso en la biblia es considerado un número perfecto.
El presidente del gobierno español está decidido a introducir el dígito mágico en la edad de jubilación en este país, pasando de 65 a 67 años. De este modo nos hará un siete en el retal de nuestras esperanzas para alcanzar una pensión; y el siete será aún más grande de tomarse en cuenta las recomendaciones de la Organización para la cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que opina que en España ese siete debería juntarse a un cero para alcanzar los 70 años.
La redonda cifra ya fue propuesta como edad ideal para la jubilación por Funcas, la Fundación de las Cajas de Ahorro, curiosamente organización de un sector, el bancario, muy favorecido por las aportaciones gubernamentales para paliar la crisis, y donde más prejubilaciones cercanas a los 55 años se producen. Así, mientras propugnan incrementar la edad de jubilación de los demás, reducen costes e incrementan beneficios prejubilando a sus empleados, tal vez con el propio dinero público que se les ha inyectado.
Pero quizás el siete más sangrante es el que afecta a nuestros diputados y senadores. Desde 2007, con tan sólo siete años en el cargo, entre otras prebendas, pueden alcanzar el 80 por ciento de la pensión máxima, y con once, el cien por cien. La medida fue aprobada el 11 de julio de 2006 en una reunión conjunta de las Mesas del Congreso y el Senado y con el consenso de los partidos mayoritarios, PSOE y PP, que para lo único que parece que se ponen de acuerdo es para cobrar más.
La justificación de este blindaje jubilar fue equiparar los privilegios a los de los políticos europeos, porque sólo esta casta puede tener derechos similares a nuestros vecinos, mientras el resto de los ciudadanos tenemos que apretarnos el cinturón. Rosa Díez, diputada por Unión, Progreso y Democracia (UPD), denunció esa situación ante las mesas de ambas cámaras el pasado mes de abril y posteriormente en dos ocasiones más, pero hasta ahora la respuesta de ambas ha sido nula, o sea que nuestros políticos siguen con su escaso siete para poder jubilarse holgadamente.
Los políticos dicen que la denuncia es demagógica, y tal vez pudiera serlo porque al fin y al cabo Rosa Díez colecciona privilegios de la clase política, pero lo indiscutible es que las prebendas para la jubilación son reales.
A parte de eso, alegan que un porcentaje muy bajo de ex parlamentarios han hecho uso de ese privilegio.
Las divergencias sobre la naturaleza y existencia del derecho de pernada, por el que los señores feudales podían beneficiarse a la doncella recién casada con un siervo suyo, no restan ni un ápice de obscenidad, servilismo y humillación al contenido de ese derecho, se aplicara o no. Lo mismo sucede con el obsceno privilegio de nuestros políticos, como con otros muchos de los que atesoran, de poder jubilarse con el ochenta por ciento de la pensión máxima tan sólo con siete años en el cargo, mientras nuestro siete nos lo quieren colocar en el 67 ó 70 de la edad de jubilación. Una vez más parece que lo que realmente pretenden es ultrajarnos lo que vulgarmente se conoce como siete en algunos países sudamericanos como Argentina, Colombia o Cuba, y que no es otra cosa que el “orificio en que remata el conducto digestivo y por el cual se expele el excremento”.

6 comentarios:

  1. Genial, cierto, macanuda tu aguda mente.
    Como siempre, Javito.
    TU JAUME

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  2. nos quieren dar por el culo..

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  3. A zurcirlossss.irkusfanio

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  4. yo creo que a los politicos igual que a los histericos es no hecerlos ni puto caso no ves que siempre fingen. Su objetivo es PERMANECER lo demas ya veremos.....

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  5. escasea la ambición de hacer algo que realmente valga la pena,
    aunque no sea conocido, estimado ni comentado...

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