A mediados del siglo XIX el escritor,
dramaturgo y periodista londinense Douglas William Jerrold, daba con la
principal clave que impulsaba la política penitenciaria de la época al afirmar
“Tratar de reformar a un hombre es un
trabajo ingrato y de dudoso éxito. Colgarlo es cuestión de segundos”.
Desde
entonces los avances ideológicos han sido notables, y las mejoras sociales
importantes, pero nunca fue fácil aplicar ambas, pues la política, la actividad
referente al gobierno de los estados y de los asuntos públicos, siempre ha
estado en manos de las minoritarias clases pudientes, las que controlaban las
tierras, las riquezas y los conocimientos mientras las mayoritarias clases
bajas se pudrían entre la miseria y la ignorancia.
El
afianzamiento del pensamiento socialista y anarquista se sumó a las aperturas
alcanzadas por las revoluciones burguesas y supuso la consecución de grandes,
aunque sacrificados, logros y mejoras sociales, incluidas las de la propia
democracia política que vio ampliado el estrecho flujo de ideas que la
limitaba. No fue fácil. Se necesitaron millones de muertos y decenas de
guerras, entre ellas dos de alcance mundial, pero se llegó a cierto equilibrio,
al menos de apariencia, y sobre todo una esperanza al lograrse la generalización
del derecho al voto y de las supuestas democracias legislativas con su
representación igualitaria bajo la falacia del “gobierno del pueblo”.
Aunque los
poderes económicos siempre estuvieron al acecho, y minimizando al máximo las
demandas sociales que supusieran un mayor reparto de riquezas y privilegios,
los países y estados, con avances y retrocesos, fueron adoptando mejoras en sus
modos de gobierno. Quizás el momento culminante de ese idealismo esperanzador
fue el mayo del 68 francés con sus renovadas reivindicaciones igualitarias y
sus logros de una apertura más real de los parlamentos y los gobiernos a los
más desfavorecidos, pues hasta entonces, y a pesar de todas las legislaciones
favorables a que no fuera así, la práctica de la política estaba reservada a
quienes tenían tiempo y conocimientos para ello, y el proletariado continuaba
demasiado ocupado tratando de garantizar su supervivencia, así que continuaba
ocupada mayoritariamente por los herederos de las monarquías y aristocracias
feudales que se habían adaptado a los tiempos e ideologías, y a los que se
habían sumado los representantes de la burguesía. Todos los intentos anteriores
de acceso efectivo al poder de ideologías de izquierdas fueron abortadas,
comenzando por la propia Revolución bolchevique cuyos idealismos igualitarios
iniciales degeneraron, entre personalismos autoritarios y luchas de poder, en
la más execrable de las dictaduras condenando para siempre las teorías
socialistas al identificarse con ellas.
El mayo del
68 francés supuso, en ese sentido, el final del liderazgo político personalista
dominante, y ejemplificado por el “El caos o yo” “gaullista”, dando paso a
partidos políticos con unas estructuras más abiertas para la promoción de
nuevos líderes. Bajo ese nuevo impulso de promesas y mejoras entre candidatos
se desarrollaron los estados de bienestar, básicamente europea, que logró un
reparto de la riqueza más justo, con beneficios sociales, salarios más dignos y
jornadas laborales que, en la década de los noventa, flirtearon con las 30
horas semanales en países como Suecia y 35 horas en Francia.
Como
contraprestación al éxito reeditado y ampliado de la “libertad, igualdad y
fraternidad”, los pensadores del poder tramaron las bases del neoliberalismo
para truncar tal reparto de bienestar.
Para 1976 el principal artífice de las nuevas teorías, Milton Friedman, ya era
galardonado con un premio Nobel creado con el fin de privilegiar las nuevas
pretensiones, el de economía. Los mercados se erigieron en triunfantes reyes
intocables por las políticas dominantes, experimentadas en la dictadura de
Pinochet y occidentalizadas a través de los gobiernos de Reagan y Thatcher,
para más tarde imponerse con los diferentes líderes aupados al poder en las
partitocracias dominantes a través de los bipartidismos que se fueron
implantando para dar la falsa sensación de alternancia ideológica, pero
teniendo controladas ambas opciones. Ante el dominio de un partido conservador
se organiza una alternativa progresista, y a la inversa.
Tal vez
porque lo sea, o porque me coge más a mano, el caso de España es nítidamente
ejemplar. No sólo fue el primer imperio en dejar patente la decadencia de las
monarquías occidentales mal gestionadas, sino que también fue el primer ejemplo
de que el capitalismo impediría la implantación de cualquier régimen
democrático con carácter igualitario y social, al frustrar, por activa y por
pasiva, el desarrollo de la Segunda República Española.
Tras 40 años
de franquismo, y sin dejarnos participar en los avances del bienestar, trataron
de calmar las ansias progresistas y de igualdad oprimidas por ocho lustros de
dictadura se inventaron el PSOE, como aglutinante de una izquierda que
organizada bajo el liderazgo natural del PCE hubiera resultado peligroso. Desde
entonces en este país se han turnado en el poder los supuestos socialistas que
aglutinaban las tendencias más moderadas del franquismo y las democráticas
menos igualitarias, con los conservadores que bajo diferentes siglas, AP, PP,…
recogieron todos los poderes nostálgicos del franquismo, y de absolutismos
anteriores, para tratar de perpetuarlos como, periodo tras periodo y régimen
tras régimen, había sucedido hasta
entonces.
Ese modelo
de un bipartidismo dominante, que, sin existir, da la sensación de alternativa
es el más repetido en el sistema quizás por eso los resultados de las
elecciones europeas del pasado domingo han hecho saltar todas las alarmas.
Salvo en
Alemania, donde la economía va estupendamente, e Italia, donde están
ilusionados con el nuevo gobierno, en el resto de los países miembros
históricos de la Unión Europea el malestar con la situación política se hizo
patente. En Francia y en Dinamarca, los partidos de ultraderecha se han erigido
entre los más votados. En Gran Bretaña una tercera fuerza política, distinta al
bipartidismo habitual, también triunfó sorprendentemente. En realidad, en la
mayoría de los países las tendencias radicales de derechas han incrementado considerablemente
su número de votos, lo que ha servido para que los diferentes portavoces y
defensores del sistema adviertan de nuevos riesgos xenófobos e incluso algunos
recuerdan el ascenso al poder de los fascismos, con cierta legitimidad democrática,
pues tanto Hitler como Mussolini ganaron elecciones en sus inicios.
Entonces,
como ahora, Spain is diferent, slogan elegido por Manuel Fraga para promocionar
el turismo en los años 60 cuando era ministro del ramo. Franco, el tercer dictador europeo del fascismo
que contó la ayuda de los otros dos, y al contrario que ellos no partió de
ninguna legitimidad electoral, y gobernó hasta morir de muerte natural y sin
apenas hostigamiento de las llamadas democracias occidentales.
Ahora, como
entonces, las urnas españolas no han escorado su ideología hacia la
ultraderecha como el resto, seguramente porque esas tendencias ya están lo
suficientemente representadas en los partidos tradicionales, sino al contrario
han aglutinado un voto de izquierdas marginado de las opciones existentes. El
resultado ha sido la irrupción de la formación Podemos, con cinco eurodiputados
y más de 1,2 millones de votos. A pesar de no representar los peligros del
fascismo y la xenofobia de los ultraderechistas triunfantes en el resto de Europa,
los partidos tradicionales españoles y
todo su elenco mediático han despotricado contra la formación y su líder, Pablo
Iglesias, tratándoles de frikis, bolivarianos, utópicos,… y cualquier otra ocurrencia
destinada a tratar de desprestigiar el movimiento.
El
nerviosismo generalizado entre políticos, empresarios, medios de difusión y
poderes fácticos españoles en general no es por el temor a la xenofobia o al
recorte de libertades democráticas que pudiera representar "Podemos". Es porque
cuestiona un sistema corrupto en el que priman los intereses de las élites económicas,
espirituales y políticas dominantes y del que España es el máximo exponente
pues gran parte de su casta política, bancaria y empresarial participa de
despilfarros, desfalcos y compensaciones por legislar y gobernar a favor del
capital y la especulación. En realidad eso se hace en todo el globalizado
planeta, sólo que aquí lo hacen tan descaradamente que ponen en evidencia el
fraude que sustenta al sistema y su eficaz, para sus propios intereses, política
bipartidista.
Ahora, como afirmó
Jerrold en el siglo XIX, tratar de reformar a un hombre sigue siendo un trabajo
ingrato y de dudoso éxito. Colgar a todos esos corruptos que permiten, amparan
y fomentan las desigualdades e injusticias amparados bajo disfraces democráticos,
sin duda acabaría con el problema, pero no sería digno de una sociedad avanzada,
así que tendrá que bastar con expulsarles del poder a través de las urnas, para
después cambiar el sistema. Ahora hay alternativas, como las hubo en 1936
cuando las izquierdas se agruparon en el Frente Popular y ganaron las
elecciones. A partir de ahí fueron capaces de aplicar la constitución de 1931,
tan igualitaria que extirpaba sus posesiones y poderes a la Iglesia Católica y
a la monarquía y aristocracias dominantes. La alianza franquista rompió aquel
sueño con el beneplácito de los fascismos europeos y de las democracias
occidentales.
Ahora sería
tan irresponsable que un golpe militar triunfara en España como colgar a
quienes sustentan la corrupción ante la imposibilidad de que cambien, así que
PODEMOS echarles. Cambiar el sistema depende de nosotros, de potenciar políticas
efectivas. Es tan sencillo como variar la escala de valores que rige nuestras
vidas y situar a la humanidad por encima de entelequias como dios o el dinero,
o el dios dinero.
tenemos a UPyD que según dirigentes de falange, es el partido que más coincide programáticamente hablando con esa formación de extrema derecha, y tenemos a 'manos limpias', la extrema derecha de los tribunales de justicia... el PP ha sabido arropar bajo sus alas de gaviota a los votantes de ultraderecha, con guiños programáticos y soflamas incendiarias...
ResponderEliminarMr. Jerrold no ha tgenido los bollocks/cojones de decir si colgar a un hombre es un éxito del sistema penitenciario
ResponderEliminarJajaja, seguramente lo era, y lo sigue siendo, pregunta sino a la mayoría de la paradigmática democracia estadounidense cuando ejecutan su justicia
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