Las complejas
organizaciones sociales humanas siempre han necesitado de canales y sistemas
para informar a sus miembros de las directrices y bases de funcionamiento que
habrían de regirlas en cada momento, y estas necesidades aumentan con el tamaño
de los grupos. Desde la invención de la imprenta, que permitió la cómoda
multiplicación de los mensajes y la posterior aparición de los periódicos, con
su esencia de llegar al máximo de audiencia posibles, éstos fueron utilizados,
además de por los opositores a las estructuras dominantes, por los propios poderes
que las sustentaban.
Así, con
esta doble función, de denuncia y de altavoz, los periódicos fueron creciendo y
proliferando al amparo de avances técnicos hasta que con la revolución
industrial y las nuevas sociedades masificadas conformaron los conocidos como
Mass Media, o medios de comunicación de masas con cada vez mayor difusión. Las nuevas tecnologías permitieron la
aparición de variados y novedosos soportes audiovisuales para la transmisión de
información que fueron también adoptados por los mass media, a la par que la
globalización y las tendencias monopolísticas les aglutinaban y concentraban,
incrementando su poder y eficacia, pero disminuyendo su variedad ideológica
afianzando de ese modo su vocación difusora frente a la reivindicativa. En realidad
en ambas vertientes domina la difusión,
y ésta es su característica principal, y
no la de comunicación, como pretende subrayar su nombre. Para que haya
comunicación debe existir una interacción más amplia entre emisor y receptor que
la que se produce entre los medios y su audiencia.
Así los
medios de difusión se han convertido en la herramienta esencial para la pervivencia del sistema y la propagación de
sus intereses en cada momento. Evidentemente también en ocasiones asumen su
función de control y crítica, pero ni mucho menos es la esencial. Su amparo al
sistema se realiza de diferentes modos. El primer tamiz se da en la selección
de lo que se va a difundir o no. En este sentido apenas el diez por ciento de
la información que llega a un mass media ve la luz, y siempre bajo los
criterios y extensiones deseadas por su línea editorial, quedando fuera o
minimizado el resto, produciéndose ya una inicial imposición de la realidad,
porque parece que lo que no difunden los medios no existen, y sin duda es más
difícil de llegar a conocer, y por lo tanto a triunfar.
La
importancia de las decisiones políticas en todos los aspectos de nuestras vidas
han aupado a las actuaciones y declaraciones de nuestros representantes políticos
al status de noticia, y así con cada una de intervenciones básicamente
pretenden justificar sus decisiones, actitud y comportamiento. En España, el férreo
sistema pactado como disfraz democrático por las tradicionales oligarquías
gobernantes está basado en un bipartidismo alternante y otras obsoletas estructuras
e instituciones, como las diputaciones, la monarquía, o el engendro autonómico
fruto del café para todos.
Para el
sostenimiento de tamaña farsa es necesaria la compacta defensa del sistema de
todos cuantos viven cómodamente de él. Así, es casi un sacrilegio cuestionar
los contenidos de nuestra constitución o el funcionamiento de la monarquía y
sus instituciones, cuya democracia, dicen, viene legitimada por el voto libre
que ejercemos cada determinado periodo de tiempo. Lo cierto es que el resultado
del experimento no puede ser más deleznable, y la corrupción y la falta de
transparencia es brutal en casi todas las instituciones y símbolos del sistema,
especialmente preocupante en los grandes partidos políticos. La estrategia de éstos
para defender su supuesta realidad y tratar de inculcársela al resto de la
sociedad se desarrolla a través de la
calcada repetición de todos sus miembros de las
consignas y motivos que marca e impulsa el partido desde los intereses
de la cúpula, pretendiendo así dar sensación de unidad, pero en realidad dejando
patente el carácter impositivo de sus decisiones. La extendida práctica que
hace que todos los políticos de un partido repitan hasta idénticas palabras
para referirse a un mismo asunto y pretender de ese modo crear su realidad se
denomina, ladinamente, “argumentario”, pues intenta construir argumentos para
validarla.
El
inexistente palabro es de uso tan generalizado que la vigésima tercera edición
del diccionario de la RAE ya prevé su inclusión entre sus entradas, definiéndose
como el “conjunto de los argumentos destinados principalmente a defender una
opinión política determinada”. De ese modo pretenden crear una realidad a través
de opiniones que aspiran a convertir en dogmas repitiendo hasta la saciedad los
argumentos, mayormente insulsos y pueriles, que cada mañana inculcan a sus miembros
para que procuren su proliferación.
Si bien es
cierto que muchos de quienes repiten las consignas son mediocres oradores sin
capacidad cerebral para pensar por si mismos, lo se nota en cuanto abren su
boca y delata la vocación de los partidos por promocionar, no a los más válidos,
sino a los más sumisos, la mera repetición de los mensajes, más que la calidad
de su origen, puede calar en una población demasiado acostumbrada a cobijarse
en espectáculos deportivos o cotilleos televisivos.
Las últimas
consignas del partido en el poder ya tienen en su punto de mira las elecciones
del próximo año y van dirigidas a tratar de hacer creer que sus recortes y
actuaciones han provocado que España salga de la crisis, y anuncian una bajada
de impuestos, para así reivindicar que cumplen sus promesas. La cantinela es
reiterada por los representantes populares cada vez que tienen un micrófono
delante, pero tan sólo es una verdad a medias.
La única
crisis que ha solucionado el gobierno popular, es la generada por los
despilfarros bancarios, pero la ha trasladado a la sociedad, recortando el
estado de bienestar, los derechos de los trabajadores e incrementando los
impuestos y privatizando algunos servicios. En realidad la receta ni siquiera es del PP, sino la impuesta por los organismos
internacionales para salvar al sector financiero, al capital que da nombre al
sistema, de sus derroches y excesos.
En cuanto a
los cumplimientos de las promesas electorales, el PP ha incumplido todas desde
que llegó al poder, y el descenso de la presión fiscal anunciada apenas
compensará de la anterior subida impositiva a las rentas más altas, y lo único
que pretende lograr es que la mayor liquidez en los bolsillos de los ciudadanos
para que consuman más y de ese modo recaudar más impuestos y cumplir sus
objetivos presupuestarios. Pero una vez más lo hacen a costa de los más débiles,
y olvidándose del problema real favoreciendo a los de siempre.
Los
gobiernos cuentan con otro modo menos sutil de informar a los ciudadanos de sus
acciones, se trata de la publicidad institucional con la que tratan de reforzar
sus políticas, y de paso financiar soterradamente a sus medios más afines.
En este
sentido el gobierno de Rajoy aprobó el pasado mes de enero el Plan de
publicidad y comunicación del estado que destinará durante este año 147
millones de euros para financiar 72 campañas institucionales, cifra que, en
plena crisis y recortes, supone un incremento de más del veinte por ciento con
respecto al año anterior, en el que se había incrementado otro veinte por
ciento. Cierto que, como se defendía el gobierno, aún queda lejos de los más de
190 millones de euros que se gastaron en 2006, cuando se contabilizó por
primera vez el gasto en publicidad del gobierno, pero entonces se pretendían
vender, entre otras cosas, las bondades de una Ley de Dependencia ampliamente
mancillada desde su aprobación.
Entonces
eran inmerecidas medallas a meritos soñados, ahora son burdas justificaciones a
inoperancia y mediocridad.
Que quienes privatizan
hospitales, no invierten en carreteras, aprueban amnistias fiscales, participan
en fondos opacos o reciben sobresueldos en sobres pretendan hacer sentir
culpables a los consumidores para que no intenden eludir el pago del IVA en sus
facturas es más que patético, es imponer una falsa realidad. Lo que defraudas tú, lo pagamos todos, si el que
defrauda es usted, es que es un hacha de las finanzas. “Jodio servilismo”, que
diría Forges.
la locución 'mass media' uséase, medios de masas o para masas, que asín nos ve el 4º poder, y los otros 3, se presta a juegos de palabras. Los juegos de palabras, en ocasiones, desnudan a la realidad de la frase hecha y nos deja ver parte de sus flaccideces.
ResponderEliminar1er jueguecillo: el 4º poder pretende ser una especie de imperio vaticano, regido por dogmas y sustentado por la fe ciega de sus borregos; 'mass' además de 'masa' es correctamente traducible como 'misa'.
el 2º jueguecillo de palabras ya me las servido tú (qué bien se vive cuando todo está precocinado): "...la globalización y las tendencias monopolísticas les aglutinaban y concentraban, incrementando su poder y eficacia..." ; la palabra 'mass', además de sustantivo, también puede ser verbo, en este caso significaría 'concentrar', una concentración de nubes, o de tropas militares o de gente aclara algo el sentido de la vaina.
Aquel periodismo de denuncia, intrépido, de salacot y alcachofa camuflada, de teleserie norteamericana de los años 70, forma parte de una página más de la historia... quién sabe si los blogs van a tomar el relevo, o no va a haber tantos testigos para tantas manos...
buenos vapores, buena salud y semanada buena kamarada
la diferencia entre el cristiano 'la verdad os hará libres' y el nazi 'arbeit macht frei' es sólo de sujeto
ResponderEliminarI agree.
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