Cuando la
transcendencia real de una información intenta ocultarse tras maniobras de
distracción se dice que son cortinas de humo con las que se trata de dificultar
la visión de la verdad. Si por el contrario se pretende enterrar una acción
propia bajo la impunidad del olvido, suele ser un tupido velo el que identifica
la realización de la impudicia. En ese sentido, en este país, la organización
terrorista ETA ha sido, y aún es para las amplias tendencias conservadoras de
la nación, la más manida y manoseada tupida cortina o el más denso y oscuro
velo de humo. Desde sus albores sirvió ya para ocultar el magnicidio de Carrero
Blanco perpetrado por la CIA desde la sombra si bien la espectacularidad del
atentado sirvió para cubrir de fulgor de peligrosidad las tres letras de su
acróstico en el inconsciente del pueblo español. Desde entonces ETA es sinónimo
de peligroso e implacable terrorismo. Sin duda fue una parte de eso, lo que
sirvió para mantener atemorizado a un pueblo, y ese arriesgado temor alimentado
hasta la saciedad por los medios de difusión, se inculcó en su mente y generó
importantes negocios relacionados con la seguridad, además de mantener la
radicalidad de un trasnochado discurso de pasados melancólicos. Aún hay quien
ve tras el humo de los atentados de 11 M la culpabilidad de ETA. Son los mismos
que se indignan cuando la legislación europea obliga a excarcelar a los presos
que ya han cumplido su condena sin tener en cuenta las limitaciones implantadas
por la denominada doctrina Parot en la reducción de las penas, declaradas ahora
ilegales.
Henchidos de libertad de expresión vuelven a volcar sus
católicas iras sobre los asesinos etarras
liberados por la justicia. Les acusan de no haber pedido perdón por sus
deleznables actos, aunque la justicia asegura que ya han pagado por ellos. Es
una lástima que esos mismos criterios de dolor de las víctimas y de ausencia de
arrepentimiento de los ejecutores no la apliquen a las hordas franquistas y los
crímenes impunes de los que están repletas variadas fosas comunes de las
cunetas y descampados de este país.
Lejos de eso, con sus multitudinarias manifestaciones y
declaraciones que copan los medios de difusión, subrayan la mayor peligrosidad
de unos asesinos que, afortunadamente, ya no tienen el sustento ideológico que
les impulsó a matar frente a las de los violadores o asesinos en serie
liberados por la misma sentencia, pero en muchos casos aún con las bases
mentales que les llevaron a cometer sus crímenes.
Todo forma parte de las estrategias de distracción empleadas
por nuestros más neoliberales gobernantes que paradójicamente son conservadores
de sus poderes desde tiempos inmemoriales. Se trata de mantener enfrentadas a
las personas impidiendo que eso les permita unirse contra lo realmente
preocupante, y es la constante limitación de nuestros derechos y libertades que
nos empuja directamente a la esclavitud.
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