En un mundo mejor la mayoría de los humanos dedicaría su tiempo a
realizar aquello que más les gustara, pero en este planeta que hemos
construido los que se dedican a lo que les hace felices y se ganan
sobradamente la vida con ello son unos escasos afortunados.
La globalización del capitalismo llevó a una división del trabajo en la que
se encumbraba algunas tareas mientras otras se consideraban
irrelevantes hasta el punto de despreciarlas. El neoliberalismo salvaje
que impera actualmente no ha arreglado en absoluto la tendencia si no
que la ha multiplicado.
Las labores remuneradas únicamente son aquellas que repercuten en
algún beneficio al sistema, es decir que generan algún lucro al capital
inversor que lo impulsa o son necesarias para su funcionamiento.
De ese modo las denominadas tareas del hogar no solo continúan
sin valorarse en su justa medida si no que algunas de ellas han pasado
a ser nichos, cómo le gusta decir al sistema, quizás porque lentamente
nos va enterrando en ellos, de nuevos negocios. Así cuidar a los hijos o
a los mayores, hacer la comida o mantener el orden en el hogar para
garantizar los afectos y felicidad que deben construirlo para un crecimiento
humano correcto y equilibrado han pasado de ignorarse o despreciarse
a ser un expansivo negocio, pues lo que antes solo pagaban por hacer los
ricos, para mayor explayo de su comodidad y de su elevado nivel
adquisitivo, ha pasado a ser casi obligatorio para los demás, ya que ambos
progenitores deben trabajar cuánto pueden para poder afrontar los
crecientes gastos del núcleo familiar, aún a costa de sacrificar las
principales funciones que le han de sustentar. Y para nada defino cual
debe ser la función de cada uno, pues deben ser consensuadas y
compartidas.
Guarderías, residencias de ancianos, restaurantes de comida rápida,
empresas de limpieza... han sustituido a cuidar a los propios hijos, padres
o familiares enfermos, cocinar la comida para tus seres queridos o realizar
la necesaria intendencia de limpieza, orden y demás necesidades del
hogar, lo que, aunque nos parezca mentira, insignificante e incluso
despreciable, porque el propio sistema lo desprecia al no cuantificarlo
económicamente, a no ser que sea realizado por terceras personas y
pagándolo, además de poderte procurar satisfacciones que ninguna otra
dedicación te proporcionaría, puesto que no hay nada más agradable que
tratar de mejorar la calidad de vida de los seres queridos, son tareas
absolutamente necesarias para el crecimiento de las personas y la
continuación de la especie, que del modo mercantilista en que se prestan
jamás pueden llegar a tener los niveles de atención, afecto y cariño
necesario en ellas.
Menospreciada esta vocación natural que mucha gente tiene, ya que no
genera beneficios contables al sistema, aunque es la que permite que los
esclavos asalariados que le sustentan sean capaces de rendir en sus
desempeños, debemos volcar nuestras tendencias vocacionales hacia
otros campos profesionales y de dedicación, y es aquí dónde los
afortunados que lo consiguen suelen ser escasos.
Tal vez en el culmen de la satisfacción vocacional se encuentren todos
aquellos que se ganen la vida con la inspiración de su creatividad. Artistas,
artesanos y creadores de todo tipo que vean reconocido su esfuerzo, y
remunerado en consecuencia, pueden alcanzar altas cotas de satisfacción
y felicidad, creando belleza, pensamiento o entretenimiento, pues la
admiración, la reflexión y el ocio, forman parte importante de un ser feliz,
y sus creadores suelen ser bastante libres en su creación, y por si no te
has dado cuenta aún, lo que realmente nos hace felices es la libertad de
poder dedicar nuestro tiempo a lo que más nos plazca, por eso es más
absurdo aún que los dediquemos a ganar dinero en vez de a cuidar a los
hijos que tanto anhelábamos, por ejemplo.
También quienes se dedican a profesiones o empleos reconocidos por el
sistema pueden ser felices al dedicar su tiempo a aquello que le gusta.
Conviene decir que, incluso en estos casos, las tareas suelen estar muy
relacionadas con el bien común, es decir que nuestro trabajo repercuta
positivamente en la sociedad. Ayudar a los demás forma parte de la
esencia humana, por mucho que nos quieran hacer creer que lo es la
competitividad y el dominio sobre el prójimo para llegar a la cumbre de
la riqueza y el poder pisoteando sin miramientos a quién y a lo que haga
falta. Médicos, bomberos, cocineros, reposteros, policías, carteros,
conductores, dependientes, educadores … todos ellos pueden llegar a ser
felices con su dedicación si esta es vocacional, o les agrada, y ayuda en
algo a los demás, y lo serán más cuanto más, y a más, ayude y más
vocacional sea.
Pero para que esto realmente no sea así, suceden, al menos, dos cosas,
una relacionada con la calidad de la sociedad y otra con la calidad del
individuo.
La primera, inherente a un podrido sistema, es que no prima lo que más
ayuda a la mayoría, si no lo que más riqueza y poder genera a unos pocos.
Así cobra muchísimo más, y suele estar muchísimo más prestigiado, un
personaje que triplica los beneficios de una empresa para sus accionistas
que el que multiplica el número de personas al que favorecen sus acciones,
y ambos pueden dedicarse a la misma profesión. Por ejemplo un
investigador médico que enriquezca a una multinacional farmacéutica
cobra muchísimo más y llena más los espacios de difusión informativa,
que otro que trate de sanar con los remedios a su alcance las carencias
sanitarias de poblaciones pobres africanas. El motivo es evidente: los
medios de comunicación de masas, gran herramienta difusora del sistema,
están financiados por la publicidad y pagan más los anuncios de un
laboratorio que los desarrapados que salvan sus vidas.
La segunda depende más de cada uno de nosotros y está relacionada con
nuestra integridad personal y la certeza de nuestra presunta vocación. En
este sentido quizás el paradigma más vocacional que existe, tal vez por
sus supuestas actuaciones espirituales para ayudarnos a acercarnos al
dios creador que nos ampara, es la de los religiosos. Todos ellos consagran
su vida, o se supone, a servir al Dios en el que creen y a mostrarnos el
modo de acercarnos a Él cumpliendo sus mandatos y enseñanzas. O eso
dicen, porque algunos, demasiados, predican la maldad y prohibición de
cometer actos impuros, incluso hacen voto de castidad, para luego
profesar una de las más viles agresiones que puede sufrir un ser humano
indefenso, y se adoctrinan y perpetúan en la pederastia. Esos, cuando
menos, además de una nula calidad humana tenían una dudosa vocación,
aunque, por muy difícil e incluso imposible que te pueda parecer hay otra
dudosa práctica vocacional mucho más perniciosa y abyecta, porque
aunque no lo sea para quien la sufre, es mucho más sutil e impersonal y
nos afecta a la mayoría.
Se trata de la vocación política, de la dedicación a los asuntos públicos
y al bien común, esa que esgrimen nuestros sacrificados representantes
cada vez que se dirigen a nosotros pidiéndonos nuestros votos para poder
llevar a cabo sus maravillosos proyectos con el fin de hacer las vidas de
todos más satisfactorias, felices y plenas. Pues bien, para no centrarnos
en los políticos presentes en las altas cotas de poder, que ya de por sí
suelen vivir en sus palacios de prebendas y privilegios y muy alejados de la
realidad cotidiana de sus representados, analizaremos las actuaciones de
los más cercanos a nuestra cotidianeidad, y por lo tanto supuestamente
más conocedores de nuestros problemas y carencias como sociedades de
los entornos concretos que dirigen, y la entregada vocación que se
desprende de sus palabras.
El pasado 26 de mayo los electores de este sacrosanto país fuimos
llamados a las urnas para elegir a nuestros representantes municipales,
los más cercanos a nuestra realidad y necesidades. Durante las semanas
siguientes los candidatos electos como concejales eligieron a los alcaldes
correspondientes, así como a los equipos de gobierno y después
realizaron las primeras sesiones plenarias de la nueva legislatura, en las
que se debe definir la estructura y funcionamiento de los equipos de
gobierno, así como su retribuciones. Contrastando todos estos datos, el
periódico digital elconfidencial.com realizó un trabajo sobre los sueldos
de los alcaldes en las 81 ciudades mayores de 100.000 habitantes del
país. El análisis de las cifras nos puede dar una idea de la profunda
vocación de velar por el bien común de quienes dirigen nuestros
ayuntamientos. Las decisiones de los plenos corporativos supusieron
que 44 de los 81 alcaldes mantuvieran los sueldos existentes, lo que no
significa que éstos sean bajos, ya que ni en sus mejores sueños la
mayoría de ellos cobraría algo similar en otros trabajos, o que no
pueden ser modificados en cualquier momento mediante las estrategias
legales adecuadas. Otros 6 alcaldes de la lista no cobran el sueldo de
los ayuntamientos sino de otras instituciones,
mientras que otros cinco consistorios aún no habían celebrado los plenos
al cierre de la información, y únicamente tres decidieron reducir su salarios.
Los 23 alcaldes restantes, más del 28%, decidieron incrementar sus
retribuciones, lo que nos revela que su entrega vocacional al servicio
público y el bien común no es demasiado confiable, ya que si su
aspiración real sería esa no se comprende demasiado bien que una de las
medidas más importantes y urgentes sea la de subirse el sueldo propio y
casi uno de cada tres lo hicieron. Aunque los datos se corresponden con
los ayuntamientos de más de 100.000 habitantes la extrapolación al resto
no sería excesivamente diferente, por lo que podríamos asegurar que al
menos uno de cada tres de nuestros representantes políticos más
cercanos no tienen ningún inconveniente en transmitir que antes que las
necesidades más acuciantes de sus representados está lo que van a
cobrar por su vocacional trabajo.
Sí bien por afinidad, deformación o discrepancia ideológica podrías pensar
que ciertas siglas son más propensas que otras a manifestar con
desvergüenza estas aspiraciones, o de casi todo, quizás es más llamativo
que lo hagan políticos militantes en partidos que proclaman ser obreros y
socialistas pero adoptan estas decisiones sin pensar en las penurias
laborales de los obreros en este país e ignorando la necesaria solidaridad
de un socialista. De este modo encabeza el ranking de subida de sueldo
de alcaldes tras las elecciones municipales de mayo de 2019 la alcaldesa
del PSOE de la Coruña, pasando a cobrar 70.000 €, 30.000 más que su
antecesor de Marea (afín a Podemos) que a su vez se lo había reducido
25.000 euros con respecto al anterior alcalde. Las tres siguientes subidas
de salario más importantes también se corresponden con alcaldes del
PSOE, y aunque alguno de este grupo también figura entre los que se lo
ha reducido, no parece que él respeto a la O y a la S de sus siglas sea
lo más habitual entre los altos cargos de este partido, y menos aún con
justificaciones tan peregrinas como equiparar sus remuneraciones al de
ciudades similares, porque siempre se comparan con las que cobran más,
o la de que en los últimos años se habían congelado o disminuido sus
sueldos, porque ambas reivindicaciones las pueden esgrimir la gran
mayoría de españolitos, pero no tienen el poder de subirse sus sueldos a
su gusto.
Ciertamente no cometen ninguna ilegalidad, e incluso podrían cobrar
aún más, porque así lo aprueban los restantes vocacionales políticos
que ocupan instancias más altas, y cobran más aún, pero por favor que
no nos atormenten con sus repetitivos mantras de sus sacrificios
personales y profesionales para dedicarse a su vocación de entrega al
servicio público y al interés común. Veamos aquí como en menos de dos
minutos los miembros de la Corporación de Las Palmas se suben el
sueldo, entre un 16 y un 18 por ciento, sin ni siquiera mencionarlo, con
urgencia y por una unanimidad absoluta.
urgencia y por una unanimidad absoluta.
Por cierto, mientras los podemitas, que pretenden romper la sagrada
Constitución y la gloriosa nación, y los “proetarras”, con las mismas
aviesas intenciones, se muestran más solidarios con los desfavorecidos
(los alcaldes de EH Bildu se han bajado el sueldo cerca de un 40% con
respecto a sus antecesores) los acérrimos constitucionalistas y
defensores de la patria parecen seguir con la franquista máxima de que los
privilegiados deben mantener e incrementar sus privilegios, eso sí, en pos
del bien común y con una intachable vocación de servicio público y una
sacrificada entrega al mismo. Casi como los religiosos pederastas. En fin,
que cada uno crea en lo que quiera y obre en consecuencia.
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