Finalmente las estelades ondearon en la final de la copa del
rey de fútbol disputada en el madrileño estadio del Vicente
Calderón sin los agoreros síntomas de violencia. Las banderas independentistas catalanas, que fusionan las
tradicionales señeras, de cuatro franjas rojas sobre fondo amarillo,
con el triángulo y la estrella de las banderas de Cuba o Puerto
Rico, en clara alusión del creador, Vicenç Albert Ballester, a la
pérdida de las últimas colonias del imperio español del que se
quería independizar Cataluña, habían sido vetadas por la
delegación del gobierno de Madrid por considerar que su presencia
podría incitar, fomentar o ayudar “a la realización de
comportamientos violentos o terroristas” según recoge el artículo
2.1 de la Ley del deporte.
La drástica decisión de la delegada del gobierno fue, en general,
bien recibida por el propio gobierno del país y por el partido
popular, justificando su adopción en base a criterios técnicos y
para velar por la ausencia de provocaciones y enfrentamientos, aunque
ni éstos, ni las banderas que se puedan exhibir, parecen importar en
las manifestaciones que habitualmente convoca la ultraderecha de este
país, una de las cuales tuvo lugar este mismo sábado en la capital
madrileña bajo el lema “Defiende España, defiende tu gente” y
convocada por el polémico colectivo Hogar Social Madrid que aboga
por ayudar a los necesitados españoles, ignorando a quienes no lo
son.
La caverna mediática y los diferentes voceros populares también se
mostraron muy satisfechos y respaldaron una prohibición que hasta al
propio líder del PP catalán, Javier García Albiol, poco sospechoso
de independentista, le pareció excesiva.
El fin momentáneo a la controvertida decisión la puso el
magistrado titular del juzgado contencioso administrativo número 11
de Madrid, al aceptar parcialmente el recurso presentado por la
asociación Drets que en defensa de los aficionados azulgranas
solicitaba la suspensión cautelar de la medida para no dañar su
derecho a la libertad de expresión y alegaba que las esteladas están
reconocidas como símbolos pacíficos y se exhiben habitualmente sin
generar ningún tipo de violencia.
Afortunadamente el juez no tuvo en cuenta las posiciones de la
fiscalía y de la abogacía del Estado, la misma que califica de
eslogan publicitario la posibilidad de que Hacienda seamos todos,
que, en ambos casos avalaban la prohibición decretada por la
delegada del Gobierno. Es decir, aunque desde el propio gobierno
popular en funciones se negara que hubiera implicación en la
decisión, todos sus instrumentos legales para lograr la prohibición
de las esteladas lo apoyaban.
El Tribunal Supremo en una sentencia del pasado 28 de abril
estableció que las esteladas debían ser retiradas de los edificios
públicos porque las administraciones públicas deben ser neutrales
siempre y estas banderas reivindican la independencia catalana, pero
el juez en su disposición deja claro que los derechos fundamentales,
entre los que se encuentra la libertad de expresión, son titularidad
de los ciudadanos y no de las Administraciones e Instituciones y
considera que la prohibición dictada por la delegación del gobierno
atenta contra ese derecho fundamental. Añade que en ningún momento
se demuestra ni justifica que las esteladas sean ilegales o generen
violencia y argumenta la necesaria suspensión cautelar de la medida
porque el partido es irrepetible y por lo tanto el dolo causado
irreversible en caso de producirse, de modo que autoriza la presencia
de esteladas en la final del Vicente Calderón.
Desgraciadamente tuvo que ser un juez quien adoptara la medida,
porque todos los medios gubernamentales abogaban por lo contrario y
en esta politizada justicia de tasas, leyes mordaza y jueces que
cobran suculentas cantidades por sus actividades extrajudiciales,
encierran a titiriteros e incluso amañan pruebas contra compañeros,
todo es posible. Esta vez hubo suerte, aunque el problema real no son
las banderas, los símbolos y tal vez hasta los hechos o las
instituciones, sino la utilización partidista que se hace de todos
ellos, y en eso, y en manipulación, el partido que nos gobierna es
un auténtico experto y no tiene reparos ni escrúpulos en utilizar
cualquier método para perpetuarse en el poder y de ese modo dejar
bajo las alfombras la escandalosa corrupción que sustentan entre sus
filas y que alcanza a la esencia misma del sistema y sus
instituciones, no en vano hasta el mismo rey Juan Carlos I abdicó en
favor de su hijo con una insólita actuación que ni siquiera
contemplaba la propia Constitución para alejarse del ojo del huracán
que pudiera avecinarse.
Las hordas populares acatan, como no puede ser de otra manera, el
dictamen judicial, pero desde sus cavernas mediáticas se critica sin
piedad su contenido, pues estamos en pre-campaña y el PP se alimenta
de unidad nacional y de terrorismo etarra, mirando con nostalgia
tiempos pasados cuando aún vivían aún mejor que ahora y dando aún
menos explicaciones, pero olvidando el terrorismo de estado, la
opresión y la miseria en una gran sector de la población les
caracterizaba.
En realidad, la mayoría de las veces, el problema no son las
banderas, ni otros símbolos reivindicativos, sino las actitudes
fascistas.
El germen inicial del fascismo surgió en la Europa posterior a la
primera guerra mundial, como respuesta a un generalizado descontento
social con la situación política y como una tercera vía a los
gobiernos liberales de los países triunfantes en la guerra, en la
perpetua crisis de su sistema; y las crecientes tendencias marxistas
y anarquistas, algunas escindidas de las ideologías totalitarias
puestas en marcha en la Unión Soviética.
El primer fascismo triunfante se dio en Italia con Benito Mussolini
fomentando una ideología totalitaria, basada en el corporativismo,
la exaltación nacional y la propaganda revanchista frente a los
enemigos de la nación. Más tarde Adolf Hitler añadió el concepto
de raza aria y encauzó el malestar del pueblo alemán por el
excesivo castigo como perdedor de la guerra con el fascismo nazi. El
fascismo más tardío fue el franquismo, que sumaba a sus componentes
el catolicismo extremo, si bien su afán revanchista no era contra
los vencedores de una guerra y sus imposiciones, sino contra los
vencedores de unas elecciones democráticas en las que el pueblo
había rechazado las políticas de una monarquía corrupta y
retrógrada. En general, el capital y las grandes empresas ayudaron
a todo tipo de fascismos con el fin de evitar que pudieran triunfar
las corrientes socialistas que amenazaban con arrebatarles parte de
sus suculentos negocios y beneficios.
Desde los años 80 y 90 del pasado siglo vuelven a proliferar en
algunos países de Europa partidos políticos fascistas, neonazis y
de ultraderecha. Francia, Alemania, Italia, e incluso los países
escandinavos tienen crecientes votantes en partidos de ese tipo y en Austria no gobiernan por los pelos tras las elecciones
celebradas ayer, 22 de mayo. En España parecemos estar más allá
del bien y del mal y salvo algunas manifestaciones, como la del
pasado sábado, y otros actos de exaltación fascista, parece no
existir el problema, pero quizás se oculte de algún otro modo.
A lo largo del último año la UEFA ha sancionado en dos ocasiones
al Barça porque sus aficionados portaban senyeras en partidos
internacionales, decisión a la espera de la resolución de los
recursos presentado, y hace apenas tres semanas la organización del
festival incluyó la ikurriña entre las banderas prohibidas en el
evento, lo que tuvo que rectificar de inmediato ante las protestas de
las autoridades españolas.
Lo queramos o no Rajoy, su expresividad, su discurso y el de sus
secuaces nos representa como país, y la repentina aversión de los
organismos internacionales por estos símbolos se debe al exaltado
discurso de nuestro gobierno, sus hordas y sus voceros de identificar
esos símbolos con el independentismo e incluso el terrorismo, en su
autoritaria y antidemocrática actitud (gobernando por decreto y
politizando la justicia), con la que defienden el corporativismo de
protegerse y defenderse en su generalizada exaltación nacionalista
de una España unida. En este país estamos a salvo de que regrese el
fascismo...
...Sencillamente
nunca se ha ido, como certifican las negativas a rescatar a muchas
víctimas del franquismo de las cunetas donde yacen, y el tufillo de
nostalgia con el que se protegen algunos símbolos de la época.
El principal problema no son las banderas, son los fascistas; los mismos que se niegan a acoger a los refugiados de los conflictos y miserias que ellos mismos generan.